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16 marzo 2015 • Incorporados a Cristo crucificado en nuestra vida, podremos participar un día de la gloria de su Reino

Angel David Martín Rubio

Cristo: Crucificado y Juez

Rubens_Elevacion de la CruzI. Los versículos de la carta de San Pablo a los Efesios que escuchamos en la segunda lectura de la Misa (Forma ordinaria, IV Domingo de Cuaresma, B: Ef 2, 4-10) contienen una íntima revelación de Dios como nuestro Padre, al mostrarnos, el carácter misericordioso del amor que nos tiene. «Dios no hace misericordia sino por amor» (Santo Tomás) . El Apóstol rechaza la idea de que el hombre pueda redimirse a sí mismo y explica cómo la salvación nos llega mediante nuestra incorporación al misterio de Cristo quien se ha dignado unirnos a Él mismo como el Cuerpo a la Cabeza. Toda nuestra vida adquiere así, en Cristo, un valor de eternidad.

«Ninguno puede gloriarse» (v. 9) porque el hombre no es el forjador de su salvación eterna sino que ésta es obra de la gracia. Cristo «nos hizo sentar en los cielos» (v. 6). Los miembros comparten la condición de la cabeza. Ese triunfo suyo es, pues, nuestra esperanza, dice San Agustín, pero una esperanza anticipada: «El empleo del pretérito es muy significativo; la redención es ya como un hecho cumplido, y sólo de cada uno depende el apropiársela» (Fillion).

Como decíamos antes, no nos salvamos a nosotros mismos. La salvación a la que Dios nos destina es don gratuito pero está condicionada a nuestra libre cooperación. Cada uno de nosotros es responsable de su propia salvación, porque ésta depende de nuestra respuesta, de nuestro comportamiento personal ante el plan salvífico de Dios, quien nos impone unas normas reguladoras de nuestra conducta que tenemos que aceptar y cumplir [1].

La primera lectura (2Cro 36, 14-16. 19-23) nos presenta en la historia del pueblo de Israel la misma experiencia de falta de correspondencia a la gracia de Dios que vemos repetirse en el caso individual de cada uno de nosotros. El autor del libro de las Crónicas resume en pocas líneas las desastrosas consecuencias que se derivaron para el pueblo elegido del incumplimiento de las cláusulas de la alianza del Sinaí. Pero lo hace para subrayar el amor perseverante del Padre que quiere perdonar. Conducido al exilio [2], Israel será liberado por un decreto del rey de Persia Ciro que es el instrumento de que Dios se sirve [3].

A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados [4].

II. El rechazo o la acogida de la salvación que Dios nos ofrece no es indiferente para el hombre. En el Evangelio, leemos parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3, 14-21) en el que se presenta la necesidad de tomar postura ante la salvación de Dios.

«Como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado. Para que todo el que cree tenga en Él vida eterna» (vv. 14-15). El Señor castigó al Pueblo elegido por murmurar contra Moisés y contra Dios, al experimentar las dificultades del desierto (Cfr. Num 21, 4-9). Cuando se arrepintieron, el Señor dijo a Moisés: «Haz una serpiente de bronce y ponla por señal; el herido que la mirare, vivirá. Hizo, pues, Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los heridos que la miraban eran sanados». La serpiente de bronce era signo de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los que lo miran, es decir, quienes creen en Él. A esto se refieren las palabras de Jesús a Nicodemo.

El misterio de la Redención fue una manifestación del amor singularísimo de Dios para con nosotros. Cristo, inmolado en la Cruz es la más elevada muestra de la misericordia divina. «Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (v. 16). Pero, al mismo tiempo, Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34), «“roca de tropiezo y piedra de escándalo”; para aquellos que tropiezan por no creer a la Palabra» (2 Pe 2, 8). «Y quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo» (Mt 21, 44).

La posición en pro o en contra de Jesús será el último factor de la única legítima discriminación de los hombres. Nuestro Señor es la piedra escogida. Pero esta piedra puede ser de salvación o de condenación…, piedra fundamental, piedra angular… o piedra de escándalo y de tropiezo… En las palabras de Jesús a Nicodemo el juicio se limita a los malos y, además, se pone como cumpliéndose ya en este mundo. Estas afirmaciones no van contra la doctrina del juicio particular de todos los hombres después de la muerte ni del juicio final. Jesús toma aquí las voces juicio, juzgar en el sentido de juicio desfavorable; y esta es la razón por la que se restringe a los malos. El que no cree en Cristo queda ya juzgado en este mundo pero no se trata de un juicio definitivo porque, mientras el hombre vive, queda espacio para la penitencia [5].

La Revelación nos muestra que son dos las venidas del Hijo de Dios al mundo: una cuando tomó carne por nuestra salvación y se hizo hombre en el seno de la Virgen; la otra cuando al fin del mundo vendrá a juzgar a todos los hombres. «El séptimo artículo del Credo nos enseña que al fin del mundo Jesucristo, lleno de gloria y majestad, vendrá del cielo para juzgar a todos los hombres, buenos y malos, y dar a cada uno el premio o el castigo que hubiere merecido» [6].

Esta verdad de que ha de llegar un día en que daremos cuenta a Cristo Juez no solamente de todos nuestros hechos y dichos, sino también de los más ocultos pensamientos nos lleva a procurar vivir santa y justamente, ejercitándonos en todos los oficios de virtud, para que con toda seguridad podemos esperar aquel gran día del Señor que se va acercando, y aun desearle con vivas ansias como corresponde a hijos suyos [7].

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Tenemos cerca la Semana Santa en la que se, celebra la memoria de los más grandes misterios que Jesucristo obró por nuestra redención. Vivimos días especialmente adecuados para traer a nuestra consideración el perdón, la misericordia, la compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Pero también aquella espada de dolor que atravesó el alma de la Virgen María según la profecía de Simeón (Lc 2, 35) La Santísima Virgen nos ayude a cumplir en todo la Voluntad de Dios para que, incorporados a Cristo crucificado en nuestra vida, podamos participar un día de la gloria de su Reino.

Publicado en Adelante la Fe

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[1] Cit. por Mons Straubinger, La Santa Biblia, in Ef 2, 4.
[2] Con esta caída de Jerusalén comenzó “el tiempo de los gentiles” a que aludirá Jesús (Lc 21, 24).
[3] Ciro, rey de los persas, conquistó Babilonia y reinó pacíficamente sobre ella desde el año 538 (sobre Persia desde 559).
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 218.
[5] Cfr. Andrés FERNÁNDEZ TRUYOLS, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Madrid: BAC, 1954, págs. 191-193.
[6] Catecismo Mayor de San Pío X.
[7] Cfr. Catecismo Romano I, 8, 1-11.