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24 septiembre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XVI Domingo después de Pentecostés: 25-septiembre-2022

Epístola (Ef 3, 13-21)

13Así pues, os pido que no os desaniméis ante lo que sufro por vosotros, pues redunda en gloria vuestra. 14Por eso doblo las rodillas ante el Padre, 15de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, 16pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; 17que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; 18de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, 19comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. 20Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros; 21a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio (Lc 14, 1-11)

1Un sábado, entró él en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. 2Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía, 3y tomando la palabra, dijo a los maestros de la ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar los sábados, o no?». 4Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. 5Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae al pozo el asno o el buey y no lo saca enseguida en día de sábado?». 6Y no pudieron replicar a esto. 7Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: 8«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; 9y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. 10Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. 11Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Monogramista de Brunswick: «Parábola del Gran Banquete», hacia 1525, Museo Nacional de Varsovia

Reflexión

I. El Evangelio del Domingo XVI después de Pentecostés (Lc 14, 1-11) nos presenta a Jesús como invitado en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los asistentes elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola ambientada en un banquete de bodas que le sirve para dar una enseñanza: «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (v. 11).

Como en otras ocasiones, el banquete de bodas representa el reino mesiánico. Podemos decir que se trata de esa comunión con Dios en la presencia real de Jesucristo y de la Iglesia celeste que se da ya en esta vida mediante la gracia y los sacramentos y esperamos que llegue a su plenitud en la gloria del Cielo. La lección que da Jesús es que allí los primeros puestos estarán reservados a los que aquí fueron más humildes.

II. Podemos considerar en relación con estas palabras tres cosas: qué es concreto la humildad; qué motivo tenemos para vivir esta virtud y cómo influye en nuestra vida cristiana y en nuestra relación con los demás.

II.1. La humildad es una virtud derivada de la templanza.

La virtud es una cualidad del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien. Las principales virtudes sobrenaturales son siete: tres teologales y cuatro cardinales. Las virtudes teologales se llaman así porque tienen a Dios por objeto inmediato y principal y Él mismo nos las infunde y son: Fe, Esperanza y Caridad. Las virtudes cardinales (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza) se llaman así porque son como el quicio y fundamento de las virtudes morales[1].

La humildad se deriva de la templanza porque nos inclina a vencer el deseo de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios.

Podemos decir que la humildad y la fe son las dos virtudes fundamentales, en cuanto que constituyen como los cimientos de todo el edificio sobrenatural, que se levanta sobre la humildad (removiendo los obstáculos a la obra de la gracia en nosotros) y sobre la fe, estableciendo el primer contacto del alma con Dios.

La humildad se relaciona íntimamente con otras dos virtudes: la verdad y la justicia. La verdad nos da el conocimiento de nosotros mismos (nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios) y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente le pertenece a Él[2]. Nunca es más grande el hombre que cuando se sitúa con lo que realmente es delante de Dios. La humildad le pone en su lugar pues no puede alegar ante Él ningún derecho. Todo lo que es y tiene lo ha recibido de Dios por gracia («Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor»: Eclo 3, 18).

II.2. Aunque la humildad se opone a nuestra tendencia a la soberbia y al orgullo, el mismo Jesús que nos invita a vivirla nos da el motivo que no es otro que imitarle a Él. Cristo es el que verdaderamente se ha humillado, despojándose totalmente, primero en la Encarnación y después hasta el extremo de la muerte en cruz. Si la humildad es el único camino, Él va por delante de nosotros para mostrarlo.

II.3. Por último, esta parábola hace pensar también en los términos en que se plantea la relación del hombre con Dios y con los demás.

Las palabras que Jesús dirige a quien le ha invitado en los versículos siguientes al Evangelio de este Domingo muestran que la humildad ha de completarse con la práctica de la caridad: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos» (Lc 14, 12-14).

Jesús sugiere al jefe de los fariseos que invite a su mesa a los que carecen de medios para devolverle el favor. Así su don será gratuito y Dios será el que dé la verdadera recompensa en la eternidad.

Se nos inculca así que lo que hagamos en favor de los demás sea también un don, sea gratuito, no buscando la recompensa inmediata. La auténtica humildad nos lleva a ser agradecidos, reconociendo que todo lo bueno que tenemos es porque Dios nos lo ha dado, y a entregarnos nosotros mismos a los demás. La verdadera humildad, lejos de cualquier complejo de inferioridad, nos lleva a ser alegres y serviciales con los demás y a buscar crecer cada día más en el amor de Dios.

III. La Virgen María manifiesta su humildad precisamente cuando se ve elevada a la grandeza de Madre de Dios: «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1, 47-48). A Ella le pedimos que nos guíe por el camino de la humildad, para llegar a ser dignos de la recompensa divina.


[1] Cfr. Catecismo Mayor, V, 1, 856-917.

[2] Cfr. Antonio ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, vol. 1, Madrid: BAC, 1996, 451-454 y La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas, Madrid: BAC, 1997, 303-304.