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28 agosto 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XII Domingo después de Pentecostés: 28-agosto-2022

Epístola (2Cor 3, 4-9)

4Pero esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; 5no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, 6el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra, sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. 7Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, 8¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu! 9Pues si el ministerio de la condena era glorioso, ¿no será mucho más glorioso el ministerio de la justicia? 

Evangelio (Lc 10, 23-37)

23Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! 24Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron». 25En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». 26Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». 27Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». 28Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». 29Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». 30Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. 31Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 33Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, 34y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 36¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». 37Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

Tanto la Epístola como el Evangelio de este Domingo hacen referencia a la Ley de Dios y nos ayudan a entender que la forma de vivir de acuerdo con nuestra condición de cristianos pasa por cumplir los Mandamientos que se resumen en el amor a Dios y al prójimo (Cfr. CATIC 2052-2074).

I. El Evangelio (Lc 10, 23-37) trae la pregunta que un maestro de la Ley plantea a Jesús: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (v. 25).

Sabiéndole experto en la Sagrada Escritura, Cristo utiliza el procedimiento habitual entre los maestros de Israel y le responde con otra pregunta. Invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: el amor a Dios y al prójimo.

Estas palabras de Jesús son una invitación a conocer y cumplir la «Ley de Dios» formulada en «los Diez Mandamientos», también llamados «el Decálogo» que resumen y proclaman la ley de Dios. «Decálogo» significa literalmente «diez palabras» y Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa después de haberle libertado de la esclavitud de Egipto y cuando marchaba hacia la Tierra Prometida (cfr. La alusión a Moisés en la Epístola de este Domingo). Hay, por tanto, dos referencias que no podemos olvidar al hablar de los Diez Mandamientos para subrayar su verdadero carácter:

  • Los Diez Mandamientos son dados por Dios dentro de una manifestación de sí mismo. Pertenecen a la revelación de Dios que se da a conocer. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.
  • Por eso expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación al plan que Dios realiza en la historia.

II. Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales. Además, la Iglesia que posee la Nueva Ley y la Nueva Alianza, está en circunstancias aún mejores que el antiguo pueblo, puesto que ha recibido además la gracia de Cristo. Por eso el cristiano debe conocerlos y ponerlos en práctica:

  • Desde san Agustín, los Diez Mandamientos ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. Los catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el orden de los Diez Mandamientos. Por ello debemos conocer lo que manda y prohíbe cada uno de ellos, más allá de la sola formulación de estos.
  • La pregunta «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» sigue recibiendo la misma respuesta ya que todos los hombres están llamados a conseguir la salvación por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos. Los Diez Mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre, en todas partes y para todos los hombres pues contienen una expresión privilegiada de la «ley natural». Por eso se puede decir de ellos: «El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas» (Dt 30, 14)

III. Jesús concluye su enseñanza con una palabra cordial dirigida a aquel maestro de la Ley: «Anda y haz tú lo mismo» (v. 37). Es decir: pon por obra y practica la Ley que conoces. Son palabras que nos dirige también a nosotros y acudimos a la Santísima Virgen María para poder vivirlas y cumplir cuanto se significa en el nombre de cristiano.