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10 julio 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

V Domingo después de Pentecostés: 10-julio-2022

Epístola (1Pe 3, 8-15)

Y por último, tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición. Pues quien desee amar la vida | y ver días buenos, | refrene su lengua del mal | y sus labios de pronunciar falsedad; apártese del mal | y haga el bien, | busque la paz | y corra tras ella, pues los ojos del Señor se fijan en los justos | y sus oídos atienden a sus ruegos; | pero el Señor hace frente a los que practican el mal. ¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? Pero si, además, tuvierais que sufrir por causa de la justicia, bienaventurados vosotros. Ahora bien, no les tengáis miedo ni os amedrentéis. Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones.

Evangelio (Mt 5, 20-24)

Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

I. El Evangelio de este Domingo (Mt 5, 20-24) está tomado del llamado «Sermón de la Montaña» que trae el evangelista san Mateo y que comienza con las «Bienaventuranzas». Jesús pasa después a explicar las leyes del reino mesiánico que iba a inaugurar (cfr. Mt 5, 17-48) y esta sección del discurso se inicia con una toma de posición ante la Ley dada por Moisés al Pueblo de Israel que precede inmediatamente a las palabras que hoy leemos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley» (Mt 5, 17-18).

La primera cuestión que se nos presenta es la de puntualizar si Cristo se estaba refiriendo al contenido de los preceptos legales o a las interpretaciones que los maestros judíos hacían de los mismos. Atendiendo al tenor de sus palabras podemos llegar a la conclusión de que habla de la Ley tal y como la conocían los judíos, es decir, con las prescripciones de Moisés y las interpretaciones de los rabinos. Perfecciona los preceptos y corrige las interpretaciones[1].

II. «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (v. 17).

Al hablar de «la Ley y los Profetas». Jesús se está refiriendo al conjunto de las prescripciones legales y ceremoniales con su moral y sus profecías mesiánicas, que Cristo no abrogará sino que realizará y perfeccionará.

Para entender mejor esta relación de Jesús la Ley del Antiguo Testamento, debemos recordar la doble condición que esta tuvo para el pueblo de Israel:

«Para un pequeño residuo de hebreos guiados por la ley asociada a la Gracia, que fue obtenida mediante la fe en la promesa divina, la Ley fue un medio de salvación […] Mas para la masa de los hebreos, a causa de una desviación farisaica imperante que se lisonjeaba de poder alcanzar la justicia sin necesidad de la Gracia, la ley era un medio de perdición, un yugo insoportable con innumerables y diminutas prescripciones, un continuo tropiezo en la vida moral y religiosa que debía ser eliminado de la economía cristiana»[2].

Más tarde, en los orígenes de la Iglesia, contra los «judaizantes» que pretendían que los gentiles no fuesen bautizados sino después de haberlos obligado a la circuncisión y a la observancia de la ley hebraica, san Pablo propugna enérgicamente la abolición de tales prescripciones para lo sucesivo pues la Ley mosaica había sido dada para un determinado período, hasta Cristo a quien servía de preparación.

Cristo viene a purificar una legislación incompleta, que tenía concesiones a la debilidad humana y a las circunstancias históricas[3]. Pero, ante todo, va a reemplazar el símbolo por la realidad, a demostrar que la Ley y las Profecías le anunciaban a Él. Por eso puede decir: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21) o, a los judíos, «No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

III. «Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (v. 20).

Esta afirmación completa la doctrina sobre la relación de Cristo con la Ley porque sirve de introducción al perfeccionamiento que Jesús va a señalar para numerosos de sus preceptos en los versículos siguientes. El principio general que se establece es una «superioridad» de los discípulos de Cristo que no podía referirse a la escrupulosa materialidad de la práctica de la Ley ya que en esto los fariseos eran insuperables sino al espíritu que debía informar esa práctica de los preceptos ahora formulados de nuevo. La «justicia» del reino mesiánico de Cristo es la «justicia» de la autenticidad religiosa en los espíritus[4].

Estas palabras de Jesús son para nosotros una invitación a conocer y cumplir la «Ley de Dios» resumida y proclamada en «los Diez Mandamientos», también llamados «el Decálogo»[5]. «Decálogo» significa literalmente «diez palabras» y Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa después de haberle libertado de la esclavitud de Egipto y cuando marchaba hacia la Tierra Prometida («Éxodo»). Hay, por tanto, dos referencias que no podemos olvidar al hablar de los Diez Mandamientos para subrayar su verdadero carácter:

  • Los Diez Mandamientos son dados por Dios dentro de una manifestación de sí mismo. Pertenecen a la revelación de Dios que se da a conocer. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.
  • Por eso expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación al plan que Dios realiza en la historia.

Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales. Además, la Iglesia que posee la Nueva Ley y la Nueva Alianza, está en circunstancias aún mejores que el antiguo pueblo, puesto que ha recibido además la gracia de Cristo. Por eso el cristiano debe conocerlos y ponerlos en práctica:

Los Diez Mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo son básicamente inmutables y su obligación vale siempre, en todas partes y para todos los hombres pues contienen una expresión privilegiada de la «ley natural».

IV. «El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo»[6]. Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en la otra. Los tres primeros mandamientos se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.

Recordemos la entrega de la Virgen María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás; el ejemplo que nos da en la Visitación a santa Isabel. Pidámosle que nos alcance la gracia de irnos ejercitando en el amor al prójimo, para que pongamos en práctica los dos mandamientos más importantes y logremos amar a nuestro prójimo como Dios nos ha amado.


[1] Cfr. «Verbum vitae». La Palabra de Cristo, vol. 6, Madrid: BAC, 1959, 17.

[2] Francesco SPADAFORA (dir.), Diccionario bíblico, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1959, 362.

[3] Sirvan como ejemplo las prescripciones acerca del divorcio: «Ellos insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla. Él les contestó: Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así». (Mt 19, 7-8).

[4] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 107-108.

[5] Para todo lo que decimos a continuación sobre el Decálogo cfr. CATIC 2052-2074.

[6] San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 16, 3-4, cit. por. CATIC 2062.