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2 abril 2022 • V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO C

Angel David Martín Rubio

“Anda, y en adelante no peques más”

I. La primera lectura de la Misa (Is 43, 16-21) nos anuncia una acción salvadora de Dios que supera con mucho lo que hizo en favor del pueblo de Israel cuando salió de Egipto. Por eso dice el profeta Isaías: «No recordéis lo de antaño; no penséis en lo antiguo. Mirad que realizo algo nuevo (v.18). Todas las gestas pasadas no son nada en comparación con la obra nueva que Dios va a realizar al redimir al mundo por medio de su Hijo Jesucristo.

También nuestra vida está llena de dificultades y pruebas, como el camino del pueblo elegido a lo largo del desierto, pero las palabras del Profeta nos recuerdan que el Señor nunca abandona a sus elegidos, y constantemente nos invita a recomenzar en nuestro empeño de fidelidad con ardor renovado.

II. El día de nuestro bautismo, Dios realizó en favor de cada uno de nosotros esa intervención salvadora que nos anuncian estas palabras de Isaías. Pero el bautismo por sí solo no garantiza nuestra salvación. Es necesaria una continua revisión de nuestros comportamientos y la conversión a una nueva vida.

A esto nos invita la 2ª Lectura (Flp 3, 8-14). San Pablo dice que hemos sido incorporados a la muerte y resurrección salvadoras de Cristo. Estamos llamados a «la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos» (vv. 10-11). Morir al pecado y vivir una vida nueva según Dios es una exigencia continua para los bautizados. Y como eso nunca se conseguirá del todo en esta vida, el Apóstol nos exhorta al esfuerzo continuado e ininterrumpido.

Su lenguaje está inspirado en las carreras del estadio, ordinarias en el mundo helenístico en que él vivía. San Pablo reconoce que, no obstante haber sacrificado todo por Jesucristo, todavía no ha llegado a la perfección en la vida cristiana; de ahí que continúa luchando por alcanzar esa meta (vv. 12-14); corre, buscando poseer a Cristo más plenamente. El hombre, durante toda su vida, jamás es perfecto. La inquietud hacia Dios nunca le deja descansar sobre lo que ha alcanzado: «nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti»[1]. Es necesario dejar todo por Cristo y esforzarse por ir configurándose con Él hasta alcanzar la gloria de la resurrección. En esta tarea vale la pena poner todo el empeño posible.

En otras palabras, la verdadera conversión es obra de la vida entera porque la vida cristiana es esencialmente progreso hacia la unión con Dios. Y si no hay crecimiento, hay muerte. Todos y siempre necesitamos conversión.

«Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Mas si has dicho: «Es suficiente», también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado; quien vuelve a las cosas de las que se había alejado, retrocede; quien apostata, se desvía. Mejor va un cojo por el camino que un corredor fuera de él»[2].

III. La misma conclusión sacamos al leer en el Evangelio (Jn 8, 1-11) la respuesta de que da Jesús a los escribas y fariseos que le someten a una cuestión legal «para comprometerlo y poder acusarlo» (v. 6). Los acusadores de esta mujer desaparecen uno tras otro cuando Él les hace ver que son tan pecadores como ella[3].

Jesús perdona a la mujer y le exhorta al arrepentimiento: «anda, y en adelante no peques más» (v. 11). Si ellos no pudieron, en definitiva, condenarla, cuando era lo que intentaban, menos lo hará Cristo, que vino a salvar y perdonar. Y aquella mujer encontró a un tiempo el perdón, la gracia y el cambio de vida[4].

Jesús, perdonando su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien. El perdón para Cristo no es justificar o disimular el pecado, sino dar la capacidad de emprender un camino nuevo. Esa es la conversión, el cambio de vida al que nos exhortaba el Apóstol san Pablo cuando decía: «corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús» (Flp 3, 14).

IV. Que en estos últimos días de nuestra preparación cuaresmal para la Pascua, los cristianos volvamos a ser sanados nuevamente por el amor misericordioso de Dios, especialmente en el sacramento de la Penitencia. Pedimos que nos ayude en esto la Virgen María quien, limpia de toda culpa, es mediadora de la gracia para todos nosotros.


[1] SAN AGUSTÍN, Confesiones, I, 1, 1 (https://www.augustinus.it/spagnolo/confessioni/index2.htm).

[2] SAN AGUSTÍN, Sermón 169, 18 (https://www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/index2.htm).

[3] La respuesta de Jesús se entiende porque los testigos del delito tenían que arrojar las primeras piedras. De esta manera, «se muestra fiel al mensaje de misericordia y fiel a la Ley que también viene del Padre» (Catecismo de la Iglesia Católica. Guía para su lectura litúrgica y la predicación. Año C, Madrid: Subcomisión Episcopal de Catequesis, 1994, 59)

[4] Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 1139.