Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

12 febrero 2022 • VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

Angel David Martín Rubio

«Vuestra recompensa será grande en el cielo»

I. Leemos hoy en el Evangelio (Lc 6, 17. 20-26) las «Bienaventuranzas» pronunciadas por Jesús en dos bloques que contienen en realidad cuatro bendiciones y cuatro maldiciones encabezadas respectivamente por las expresiones «Bienaventurados…» y «¡Ay de vosotros…!».

La experiencia nos demuestra que la felicidad es una aspiración común a todos (¿quién no quiere ser feliz?) pero no siempre se acierta al elegir el camino que conduce a la felicidad. En diversos lugares, la Palabra de Dios nos habla de un camino de la perdición y de un camino de la vida. Así, el profeta Jeremías (1ª lect. Jer 17, 5-8) presenta dos senderos: un camino de salvación divina, para cuantos confían en la Palabra y en el amor de Dios; y un camino de maldición, para cuantos ponen su confianza en los bienes de la tierra. Y en el salmo responsorial («Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor»), se contraponen dos tipos de hombre: el que confía plenamente en el Señor y el que se fía sólo de los hombres.

II. Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad para elevarlo al orden sobrenatural. Las palabras de Jesús podemos decir que nos dan los criterios de Dios sobre la felicidad ¿Cuáles son?

— En primer lugar, Jesús enseña que la felicidad del hombre se encuentra únicamente en Dios. Las cosas de este mundo no nos satisfacen… vamos buscando algo más grande. La posesión de Dios colma las aspiraciones más altas de nuestra vida. En cambio, el apego desmedido a las cosas no sacia nunca al hombre. Es más, pueden provocar la más radical frustración cuando, al tener que dejarlas en el momento de la muerte, se descubre su inutilidad

— Después, nos indica los medios para conseguirla, por unos caminos que son opuestos a nuestro modo de pensar humano. Jesús predicaba a un pueblo de Israel en el que se había difundido una interpretación materialista de la Ley según la cual los bienes en esta vida ya eran premio a los buenos, y los dolores, sufrimientos, la enfermedad o la pobreza, ya eran un castigo. De ahí la gran panorámica de esperanza que Cristo abre con sus palabras al declarar que también a los sometidos a la pobreza o al dolor ya desde ahora Dios los acoge en su Reino. Es más, son sus miembros más privilegiados porque la abundancia de bienes lleva al hombre a hacerse autosuficiente, a endurecer su corazón y le impiden acoger a Dios.

— Termina prometiendo la felicidad a los que ponen esos medios: «porque quedaréis saciados… porque reiréis… porque vuestra recompensa será grande en el cielo». Los diversos premios que promete Jesucristo en las bienaventuranzas significan todos, con diversos nombres, la gloria eterna del cielo; aunque también son medios de llevar una vida feliz, cuanto es posible en este mundo. Es, por tanto, una felicidad presente, ya iniciada pero que al mismo tiempo está llamada a llegar a su plenitud en el futuro, en la vida eterna. Por eso, la bienaventuranza que promete Cristo no es incompatible -al contrario, lo presupone- con el esfuerzo, la lucha, la dificultad… ya desde ahora podemos ser justos y construir un mundo mejor.

III. «Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido» (2ª lect. 1Cor 15, 12. 16-20). Las bienaventuranzas tienen su garantía plena en la Resurrección de Jesús. La Palabra de Dios nos pone en guardia para que no centremos nuestra atención en el mundo presente, porque esto podría perdernos, al hacernos olvidar la meta a la que nos dirigimos, y al sofocar en nosotros la esperanza de la gloria del Cielo.

Nos acogemos a la intercesión de la Virgen María para reconocer que tenemos necesidad de Dios, de su misericordia, para entrar así en su Reino. Que recorriendo este camino de las Bienaventuranzas merezcamos tener parte un día en la felicidad eterna.