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24 enero 2022 • El actual titubeo sobre la actualidad y vigencia de la Constitución nace de muchos elementos de su apresurado y contradictorio redactado

Manuel Parra Celaya

“Remakes”

Disculpen el anglicismo del título, pero creo que no existe ninguna palabra en español que traduzca fielmente el concepto; me refiero a una segunda versión de algo, a una repetición de algo que se hizo en otro momento. Personalmente, siempre he desconfiado de los remakes del cine, especialmente si la película original se podía calificar de clásica, esto es, de obra maestra, fiel al refrán de que nunca segundas partes fueron buenas.

Hay excepciones, por supuesto; así, me encantó el nuevo “West Side Story” de Spielberg, quizás por su fidelidad a la historia -por supuesto, a la música- y a no ser una excusa para correcciones políticas de ninguna clase. No obstante -por seguir con los ejemplos del cine-, me quedo con la primera versión de “Sabrina”.

Tampoco es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor; lo que suele ocurrir es que la natural propensión a la añoranza de tiempos más juveniles lleva a una idealización y a un olvido de lo más desagradable del ayer; a esto se añade cuando el presente ofrece notas tan catastróficas como la actual pandemia o la situación política de España bajo este gobierno.

Siempre he mantenido que la actualidad, sea cual sea, es apasionante, como consecuencia quizás de haber interiorizado una antigua consigna o conseja de cuando era flecha: “Que nada humano te sea extraño”. El hombre es, por definición, dinámico, con una historia detrás, con un hoy, que implica tomar decisiones, y con un futuro, que, en mucha medida nos vamos construyendo con el bagaje de otros momentos previos.

La historia colectiva de los pueblos y las naciones también obedece a esta lógica, y cada coyuntura, cada circunstancia, aunque aparente ser rupturista, es producto de otras anteriores; huyamos, eso sí, de cualquier determinismo, para asumir con inteligencia que hay factores condicionantes que hicieron derivar el curso de la historia por donde realmente ha transcurrido, en detrimento de otras posibles alternativas que pudieron haber sido pero no fueron; solo tienen realidad -por llamarle así- en la mente de los nostálgicos a ultranza.

Qué duda cabe que nuestra desastrosa historia nacional del siglo XIX -sin ir más lejos- condicionó fuertemente el siglo XX en todos los aspectos; aquí reside la tarea del historiador no sujeto a memoria histórica alguna, que debe investigar según la “teoría de la u” (lo causal y no lo casual) para establecer las correspondientes ilaciones. Si la falsificación de la democracia durante la I Restauración condicionó en gran parte el errante reinado de Alfonso XIII, Directorio incluido, y a la proclamación de la II República (“la alegría del 14 de abril”), la deriva partidista y sectaria de este régimen, desde el mismo redactado de su Constitución, dio lugar a la guerra civil.

Con todo, y siguiendo generosamente la teoría de la u, nunca se suelen dar causas exclusivas para que surja una determinada situación y prevalezca entre otras posibilidades, sino un cúmulo de ellas, y, de este modo, fueron determinantes lo que se llamaba cuestión social y la no menos decisiva cuestión religiosa, sin descartar, como en todo, las coordenadas de la geopolítica y del pensamiento europeo de la época.

Si, a su vez, la guerra civil tuvo que desembocar en un largo período, que el profesor Rodríguez de Carvajal denominó “dictadura constituyente y de desarrollo”, la salida de este fue, inevitablemente, la Transición, a modo de II Restauración. Y -seamos sinceros- de aquellos polvos vinieron estos lodos, pues el actual titubeo o desconfianza sobre la actualidad y vigencia de la Constitución del 78 nace de muchos elementos de su apresurado y contradictorio redactado: causas, más que casualidades…

Por supuesto, a la facultad de buen historiador no va añeja la de la profecía; ni a la del político en general, salvo en contadas ocasiones en que este posea la condición de estadista y, como se dice ahora, conduzca con las luces largas. No es este el caso, por supuesto, de Pedro Sánchez, cuyo gobierno ofrece cada día más la imagen de interinidad, prolongada en el tiempo acaso por carencia de recambios viables.

A diferencia de los aciertos en los remakes cinematográficos, en política no suelen tener lugar las segundas ocasiones; en todo caso, se trataría de una intentona mucho peor que la original. Así, la contumacia de las izquierdas en retrotraerse a una experiencia tan nefasta como lo fue la II República; o la ceguera o la obstinación de la derecha por creer que se pueden repetir eternamente en esta II Restauración los modos que sustentaron la de Cánovas. O la ingenuidad de que el cirujano de hierro de Costa puede volver a institucionalizarse como remedio.

Muchos de esos elementos condicionantes, tanto internos como externos, van a influenciar para que los caminos futuros por los que transcurra España; ninguno de ellos va a ser predeterminante, a buen seguro. No caben, pues, pesimismos a ultranza, ni tampoco campanas al vuelo, lanzadas frívolamente. Entre esos elementos que van a condicionar nuestro futuro debemos darle prioridad absoluta a lo que parece haber estado ausente entre nosotros desde hace mucho tiempo, y este es, no una simple voluntad colectiva, no de supervivencia en la mediocridad, sino de aquel “formidable apetito de todas las perfecciones” en que reside el verdadero patriotismo.

Si es así, y no como un simple remake, espero, entonces, volver a sentir la sensación de entusiasmo que despertó en mí la nueva versión de “West Side Story”, entre otras cosas porque, con nuevos protagonistas, se mantenía la fidelidad a las notas de una melodía y no se hacían concesiones a la corrección política que hoy nos quiere apabullar.