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14 noviembre 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XXV Domingo después de Pentecostés: 14-noviembre-2021

Epístola (1Tes 1, 2-10)

Hermanos: En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido, pues cuando os anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción. Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. No solo ha resonado la palabra del Señor en Macedonia y en Acaya desde vuestra comunidad, sino que además vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Evangelio (Mt 13, 31-35)

Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta». Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».

Reflexión

1.- El Reino de Dios. En los Evangelios se hablar con frecuencia de un «reino de Dios» (llamado en san Mateo «reino de los cielos», a la manera judaica, evitando mencionar el nombre de Dios). La noción es compleja:

  • porque ese reino es social y visible en cuanto que coincide con la Iglesia fundada por Cristo en la tierra pero es además interno, invisible, el reino de la gracia en las almas
  • porque ambas realidades son al mismo tiempo presentes y futuras; históricas y en continuo perfeccionamiento en espera de un futuro trascendente.

Nuestro Señor se sirve de parábolas para hablarnos de ese «reino de los cielos». El Evangelio del Domingo anterior nos lo mostró con la imagen de un hombre que sembró buen grano en su campo, pero el hombre enemigo vino luego y sembró cizaña. En el Evangelio de hoy, Nuestro Señor equipara el Reino al grano de mostaza, que se convirtió en un árbol grande; y al puñado de levadura, que fermenta toda la masa.

Ambas parábolas pueden ser aplicadas tanto a la vida de la Iglesia tomada en su conjunto, como a la vida del alma de cada bautizado considerada en particular.

La levadura que crece por sí misma, casi sin darnos cuenta, y el grano de mostaza a partir del que brota un arbusto imponente son una imagen expresiva. Ambos significan la fuerza interna con que la gracia de Dios, que nos llega a través de la Iglesia, se apodera de toda la humanidad y de cada uno de los hombres, transformándolos y renovándolos por completo.

2.- Las parábolas en relación con la vida del cristiano. En las Epístolas de San Pablo encontramos con frecuencia descripciones del modo en que la gracia invade y transforma por completo al hombre infundiéndole el espíritu y la vida de Cristo. Es un cambio radical, ontológico que afecta al ser mismo del bautizado y que San Pedro describe como hacernos partícipes de la divina naturaleza por la gracia (2Pe 1, 4). «De la naturaleza del amor es transformar al amante en el amado; por consiguiente […] si amamos a Dios nos hacemos divinos» (Sto. Tomás).

En la Epístola de la Misa (1Tes 1, 1-10) se nos presenta este cambio en unos puntos concretos (Fillion) aplicables a los primeros que se convertían al cristianismo y a los que escribía san Pablo y también a cada uno de nosotros:

  • el abandono del culto de los ídolos y la adhesión al Dios único, que es llamado «vivo y verdadero» por oposición a las divinidades sin vida y sin realidad del paganismo,
  • y la espera de la segunda venida de Jesucristo: «vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro» (v. 10).

3.- Aplicación a nuestra vida cristiana. «Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor […] Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre»(Mt 24, 42-44)

Esta parábola, leída al final del año litúrgico nos recuerda la «cosmovisión de Cristo», la manera católica de concebir la vida y la misión del hombre en la tierra. Al igual que todas las cosas vivas, el Reino de Dios en la tierra, la Iglesia, ha sido establecido para crecer, desarrollarse, llegar a su apogeo y terminar, no en la extinción y la nada, sino en una transfiguración y transformación final, en el reino universal y sobrenatural de Jesucristo.

Por tanto, Dios exige que los hombres rindan, religiosamente, los valores que Dios les confió, preparándose así a su parusía (cfr. parábola de los talentos). A la luz de estas enseñanzas y del momento de juicio, de discernimiento que supone la muerte, podemos obtener grandes lecciones para la vida:

  • Vivir con lo necesario, desprendidos de los bienes que hemos de usar, pero que dentro de un tiempo, siempre corto, habremos de dejar. En cambio, llevaremos, para siempre, el mérito de nuestras buenas obras.
  • La muerte nos enseña a aprovechar bien cada día, como si fuera el único, sabiendo que ya no se repetirá jamás. Con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna. No dejemos escapar estos días, numerados y contados, que faltan para llegar al final del camino: trabajando con más empeño en la tarea de la propia santificación, viviendo no como el siervo negligente y holgazán sino como los que merecieron el elogio y el premio de su señor:
  • La incertidumbre del momento de nuestro encuentro definitivo con Dios nos impulsa a estar vigilantes, viviendo siempre en gracia de Dios como quien aguarda la llegada de su Señor, aprovechando bien la Confesión frecuente para limpiar el alma aun de pecados veniales y de las faltas de amor.

*

Que la Virgen María nos alcance todos los beneficios y dones que nos llegan a través de sus manos maternales, nos enseñe a acogerlos y a ser generosos para que den el fruto abundante que Dios espera de cada uno de nosotros.