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2 noviembre 2021

Manuel Parra Celaya

Series con mensaje

Concedo escasos ratos para ver televisión. Paradójicamente, el tiempo de un jubilado -por lo menos en mi caso- se va llenando a lo largo de los días de ocupaciones, unas ineludibles, otras sugerentes y más agradables, que lo distancian del dolce far niente de los que miran las obras de la calle y de una ociosidad malsana.

Las excepciones pueden ser algunos informativos (nunca de noche, con el fin de garantizarme un sueño tranquilo y sin pesadillas) y el buen cine, con preferencia de los clásicos y con excepción de películas donde los trucos tecnológicos, las explosiones, tiroteos desproporcionados y alocadas carreras de coches vayan en detrimento de lo inteligente e interesante de un argumento y del buen hacer de los actores; también, con excepción de las películas españolas con el manido fondo de la guerra civil o de la posguerra.

¿Qué me queda, pues, en los momentos que median entre la cena familiar y el descanso nocturno? Sencillamente, algunas series, lo más breves posibles y cuyo contenido no implique excesivas cargas para mi subconsciente a punto de reposar en la almohada, Y, en estos casos, elijo series policíacas, cuya intriga me va a distraer de los quehaceres diarios y en absoluto a obsesionar, ya que no me encuentro ni entre los delincuentes ni entre los investigadores.

Ese es mi propósito ante la pequeña pantalla por las noches, y ahora viene la dificultad: he observado en numerosas ocasiones un mensaje subliminal, que me impulsa a apretar el off, siempre contando con la anuencia de mi esposa.

Dejemos ahora la anacrónica polémica entre el arte por el arte o el arte comprometido, cuya traducción en poesía era la de deshumanización o humanización, respectivamente; tanto una como otra variante han sido y son de mi gusto personal. Igualmente, debemos partir de la base de que, en todas las épocas históricas y bajo todo tipo de regímenes y situaciones, el cine se ha visto claramente mediatizado por las posturas predominantes, por las ideologías, por los grupos de presión que se enconden tras ellas y por las circunstancias; especialmente, las guerras, sus precedentes y sus secuelas han dado lugar a propagandas descaradas de cada bando en litigio, que no hacía falta disimular y por las que nadie se podía llamar a engaño.

Lo que me fastidia es que me quieran dar gato por liebre, mercancía averiada, si quieren. Se podría suponer que, en un clima de pacífica convivencia democrática, el guionista y el cineasta gozarían de la suficiente libertad de expresión para llevar a la pantalla productos, o bien neutrales en cuanto a los contenidos, o abiertos a la pluralidad de opiniones, gustos, posturas, doctrinas o creencias; en concreto, una serie detectivesca no tendría más objetivo que distraer al espectador, hacerle pensar, si se quiere, en la resolución de una intriga, y dejar para las variantes de tesis los argumentos con tema explícito y debatible.

No es así, por lo que he podido comprobar casi a diario; y lo he verificado en series de variadas procedencias: francesas, inglesas, austriacas, norteamericanas…; hago la excepción de cierta serie italiana, cuyo aditamento al suspense tan solo son los inevitables cuernos y los litigios sobre herencias o propiedades.

He comprobado que en casi todas las series policíacas se desliza un “mensaje” claramente ideológico, que puede ser, según los casos, explícito o implícito, esto último en el argumento y aquello contenido en la moraleja final y alguna frase, casi en forma de dogma, que pronuncia alguno de los protagonistas, el más simpático. Estos mensajes pertenecen con toda claridad a los componentes ideológicos del Sistema actual, entendido este en un sentido global y no estrictamente local.

Por supuesto, me refiero al componente que responde a los criterios de las siglas LGTBI; un salido del armario siempre suele ser la víctima, no el criminal; y los integrantes lésbicos son tan abundantes y tiernos que despiertan la admiración del espectador; la institución de la familia resulta malparada, y no es extraño que la figura paterna, caricaturizada, resulte opresora, antipática y casi odiosa, como justificación de un asesinato.

Otros episodios contienen un fondo de clara ideología ecologista, y en estos el culpable suele coincidir con el que utiliza pesticidas ilegales o con el constructor sin escrúpulos. El tema de la pederastia es común, siempre representado, por supuesto, por la figura de un sacerdote católico y nunca por pastores anglicanos o evangelistas, incluso en series de países en que estas confesiones son las mayoritarias, y de rabinos o imanes, ni hablar… Casualmente, en este tema, los policías suelen hacer ostentación clara de agnosticismo o ateísmo.

En determinadas series, se deslizan justificaciones claras del derecho al aborto o a la eutanasia, siempre desde perspectivas legales y nunca morales; de vez en cuando, nos sorprende el asunto del transexualismo, que se une al ya explicado de la cerrazón integrista de las familias.

No quiero decir, entendámonos, que no se planteen estos y otros asuntos vinculados a una trama policíaca; lo que ocurre es que su enfoque es exclusivamente unilateral, como plato fuerte del argumento, y sin un debate entre posiciones distintas. Queda clara la intencionalidad.

Desechemos cualquier casualidad en la elección de argumentos; también, el de la actualidad de los temas. Hablemos más bien de causalidad, pues se trata de inclinar el pensamiento del espectador hacia posiciones favorables e indiscutibles a las tesis planteadas. Es a todas luces una propaganda subliminal, que no entra habitualmente por los canales de la racionalización, sino que se aloja en el subconsciente, en la conciencia, donde deja, por repetición incluso, huella imborrable a favor de los dogmas que se han deslizado entre la intriga hasta reemplazarla en interés.