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30 octubre 2021 • Jesucristo sitúa el precepto del amor a Dios sobre todas las cosas en su lugar primero

Angel David Martín Rubio

Amor de Dios y correspondencia del cristiano

I. La primera lectura de la Misa (Dt 6, 2-6) está tomada del «Deuteronomio», libro del Antiguo Testamento que, como expresa su nombre,«la segunda Ley», es una recapitulación, explicación y ampliación de la Ley de Moisés. El legislador del pueblo de Dios repasa las leyes anteriores, añadiendo numerosos preceptos complementarios y haciendo las exhortaciones necesarias para su cumplimiento.

Estas exhortaciones recuerdan que el fundamento de la religión de Israel está en el amor de Dios hacia los patriarcas y en la libre elección de su descendencia. En virtud de ese amor sacó al pueblo elegido de Egipto con muchos prodigios y lo condujo por el desierto hacia la tierra prometida. Todo esto exige correspondencia por parte de Israel, cumpliendo sus mandatos. Y en esto se resume toda la Ley: «Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»[1].

En el Evangelio (Mc 12, 28b-34) vemos cómo un escriba se acerca a Jesús para preguntarle «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Como nos encontramos con mucha frecuencia en el Evangelio, los maestros y dirigentes religiosos frecuentemente discutían entre ellos sobre la importancia y el significado de los diversos mandamientos. Además había añadido numerosos preceptos por tradición oral y toda una serie las interpretaciones jurídicas de la Ley, dadas por diversos rabinos. Por eso desean saber lo que pensaba sobre esta cuestión un «Maestro» del renombre de Cristo.

En la respuesta de Jesús es claro que el primer mandamiento se refiere a Dios. Y se sirve del texto del Deuteronomio que hemos citado para situar el precepto del amor a Dios sobre todas las cosas en su lugar primero, absoluto y excepcional. Pero va a insistir y poner en su propio lugar otro mandamiento: «El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”»

Jesucristo atribuye dos características a este mandamiento del amor al prójimo:

— La universalidad en el concepto de prójimo, sacándolo de los estrechos límites judíos para darle la universalidad de lo «humano». En la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37) le preguntaron que quién era el «prójimo» para él. Y Cristo les hizo ver que cada hombre es «prójimo» para todos los hombres. Por lo que ha de estar «próximo» a él en todas sus necesidades.

— Su carácter inseparable del amor de Dios. Jesús da este segundo mandamiento sin que aquel escriba se lo hubiera preguntado. ¿A qué se debe esta insistencia y la proclamación de su excelencia al mismo nivel del principal? («No hay mandamiento mayor que estos»). La razón es el olvido o devaluación en que se le tenía frente a otros preceptos ritualistas o minuciosos. «Amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios», dice Jesús, una exhortación que entronca con las de los profetas sobre la autenticidad del culto y la misericordia. (Cfr. Mt 9, 13: «Andad, aprended lo que significa Misericordia quiero y no sacrificio»)[2].

II. «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza» (Sal. resp.). Si el fundamento del amor a Dios del pueblo de Israel decíamos que era su elección y su historia de salvación, la Encarnación y la Redención son la manifestación suprema del amor de Dios por cada uno de nosotros: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10).

¿Cómo no vamos a corresponder a un amor tan grande? Y el amor pide obras: confianza cuando no acabamos de entender los acontecimientos que nos ocurren o que pasan a nuestro alrededor; acudir a Él siempre y especialmente cuando nos sintamos más necesitados; agradecimiento por los dones que recibimos y que a su vez tienen su origen en el amor de Dios por nosotros; fidelidad de hijos, allí donde nos encontremos… El Señor no es indiferente a las muestras sinceras de amor hacia Él. La realidad del amor de Dios por nosotros aparta todas las tinieblas y tristezas y llena el corazón de esperanza y de consuelo.

*

Hagamos nuestra a manera de oración la respuesta de san Pedro a Jesús: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17). Que con la intercesión de la Virgen María sepamos mostrar la fe en el único Dios verdadero con nuestro testimonio de amor al prójimo.


[1] cfr. COLUNGA, Alberto; GARCÍA CORDERO, Maximiliano, Biblia comentada, vol. 1, Pentateuco, Madrid: BAC, 1960 934-935.

[2] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 485-489. 709. 838-839.