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29 octubre 2021 • De lo que no estoy nada seguro es de que sus palabras fueran atendidas y entendidas

Manuel Parra Celaya

¿De qué hablaría hoy José Antonio?

Luis García, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

En un rápido paseo por Madrid, el subconsciente quizás me llevó a la Plaza de Canalejas, cerca del antiguo hostal donde estuve, hace años, a causa de unas oposiciones; mis pasos me llevaron a la calle del Príncipe y -otra vez el subconsciente- me detuve frente al Teatro de la Comedia. Ninguna placa ya evocaba el acto del 29 de octubre de 1933 en el que José Antonio Primo de Rivera dio fe de vida de su movimiento hace ochenta y ocho años.

Son muchos años para que una placa conmemorativa haya aguantado las cambiantes circunstancias políticas por las que han atravesado España y el mundo; también, para que las palabras de entonces guarden actualidad, por lo menos en su concreción literal. Se me ha ocurrido que, en un alarde de imaginación, quizás podría llegar a concebir qué diría aquel orador si, en lugar de estar en su circunstancia, estuviera hoy en la nuestra.

Por supuesto, esta presunción por mi parte puede ser juzgada de simple divertimento; o, a lo mejor, de ejercicio deductivo partiendo de bases de conocimiento del personaje, del texto de entonces y de la evolución de sus ideas. Mi atrevimiento, como se verá, está trufado de interrogantes, aunque no así una parte que considero más exacta en función de una serie de constantes esenciales en el pensamiento del conferenciante.

Hace escasos días, en una charla ante un público bastante numeroso y amigo,  me hice eco de unas palabras del profesor Miguel Ángel Garrido: “Un clásico puede haber calado en una dimensión permanente del ser humano, pero no es un personaje del túnel del tiempo”; y, claro, nada más lejos de mi intención que la de colocar a José Antonio en ningún túnel del tiempo, pero, por otra parte, tengo para mí que su personalidad y su pensamiento calaron en dimensiones permanentes del hombre y de las sociedades.

Para empezar este ejercicio de imaginación personal, creo que José Antonio se reafirmaría en una defensa a ultranza de los valores eternos del ser humano, la dignidad, la libertad y la integridad, cuyo ejercicio es negado o constreñido, hoy igual que ayer, por el materialismo que subyace en Occidente; desde esas premisas, apoyaría igualmente los valores de la familia, del municipio y, acaso, los de unas posibles nuevas formas de empresas sociales; ¿se extendería en este punto a cuestiones relativas a la propiedad de los medios de producción y a maneras de retribución de los factores de la producción? ¿incluiría, al llegar a este punto, una severa crítica de esa economía financiera y especulativa que ahoga la productiva? Es difícil saberlo.

Rechazaría los señuelos del Sistema, pero no considero que el tiempo otorgado a su pieza oratoria le permitiese profundizar en una crítica de las antropologías absurdas y perversas y de otros espejismos; lo dejaría para otra ocasión más propicia, pero casi seguro que reivindicaría el papel de la verdadera Ciencia y de una Tecnología puesta al servicio del hombre.

Sin remontarse a la prehistoria de las ideologías, tendría claro un análisis de las consecuencias del neoliberalismo y del neomarxismo en las sociedades, pero -conociendo la profundidad de pensamiento de que hacía gala- no se mostraría valedor a ultranza de supuestas alternativas fáciles a los mismos.

Es evidente que manifestaría en sus palabras un profundo amor a España, con férrea defensa de su integridad frente a los separatismos; al llegar a este punto, su sentido irónico no dejaría títere con cabeza al hablar de causas, personajes y errores que han provocado la duda sobre la propia existencia de la nación española. ¿Ampliaría, en este canto a la unidad y sus razones, su visión española a una europea e hispánica, en línea con su leit motiv de búsqueda de la armonía del hombre con su contorno? Apostemos que sí.

¿Apearía el duro calificativo de nefasto a Rousseau y su herencia? Creo que no, incluso lo enfatizaría más, dado que este legado filosófico, amén de propiciar el relativismo y el nihilismo frente a la existencia de categorías permanentes de razón, ha dado frutos tan malsanos como el nacionalismo, el falseamiento de la democracia y la educación naturalista.

Todo esto (¿y más?) lo expresaría en un leguaje poético, pero claro; en un lenguaje actual, atrayente y riguroso, sin concesiones a la demagogia o al anacronismo; en este punto, se libraría muy mucho de utilizar términos desemantizados, que dieran lugar a equívocos en el auditorio.

¿Levantaría la bandera de un movimiento político novedoso o se atendría a patrones clásicos? Es difícil saberlo, pero, en todo caso, huiría de referencias ucrónicas o de concesiones a la pura nostalgia. Trataría de que su mensaje llegara preferentemente a los jóvenes y, de entre estos, a los que entienden del compromiso y del servicio.

De lo que no estoy nada seguro es de que sus posibles palabras en nuestra circunstancia fueran atendidas y entendidas por una gran parte de la sociedad española; incluso, entre quienes se convirtieran en sus admiradores o seguidores…como ocurrió en la suya.