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14 agosto 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Asunción de la Bienaventurada Virgen María: 15-agosto-2021

Lectura del libro de Judith (13, 22-25 [18-20]; 15, 10 [9])

Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios. Tú eres la gloria de Jerusalén, | tú eres el orgullo de Israel, | tú eres el honor de nuestro pueblo.

Evangelio (Lc 1, 41-50)

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. | Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: | su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación

Reflexión

I. A lo largo del año, la Liturgia de la Iglesia celebra los diversos misterios de la vida de la Virgen María: su Concepción inmaculada, nacimiento, maternidad divina… Hoy recordamos que «María Santísima terminado el curso de su mortal vida, fue llevada en cuerpo y alma a los Cielos» (Catecismo Mayor.

Este privilegio se llama “la Asunción de María” y es dogma de fe definido por el Papa Pío XII en 1950. Es decir, se trata de una verdad revelada por Dios y propuesta como tal por el Magisterio de la Iglesia a los fieles con la obligación de creer en ella porque pertenece al «objeto» de la fe, a lo que hemos de creer.

La enseñanza autorizada por parte de la Iglesia (la «definición») le da a una verdad de fe su carácter formal de dogma pero su naturaleza no está condicionada a su definición por la Iglesia: son definidas porque previamente han sido reveladas por Dios, no se trata de creaciones arbitrarias de la autoridad eclesiástica. Por eso el dogma no puede sufrir cambios intrínsecos y sustanciales sino un mayor conocimiento por parte de los fieles y una mejor expresión por parte de la Iglesia. Este progreso se ve claro en la historia de las fórmulas dogmáticas definidas por la Iglesia ha medida que se ha penetrado y esclarecido el sentido de las verdades contenidas en las fuentes de la divina Revelación[1].

II. En cuanto al contenido de esta verdad de fe que es la Asunción de Nuestra Señora, podemos recordar que, por su Maternidad divina y su estrecha asociación a la vida y misión de su Hijo (corredención-mediación marianas), convenía que la Virgen María fuera asociada de un modo del todo peculiar a la gloria de Jesucristo resucitado. Por eso, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma. En la carta a los Corintios (1 Cor 15, 20ss), san Pablo afirma que Cristo ha resucitado el primero de todos, «como primicia», es decir, como garantía de la inmortalidad del alma y de la resurrección de los cuerpos. Hablar de «primicia» significa otros frutos de la misma naturaleza que esos que constituyen las primicias. San Pablo, está hablando, por tanto de la participación de nosotros los cristianos en la resurrección y glorificación de Jesucristo. Si Cristo fue el primero, la Virgen María ya ha sido glorificada en su cuerpo y alma y, por tanto su Asunción constituye una participación singular en la resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos[2].

III. De las muchas lecciones que nos enseña la Asunción de María podemos señalar dos:

  • En primer lugar, es un estímulo para nuestra identificación con Cristo. La Asunción y consiguiente exaltación de la Virgen como Reina de cielo y tierra es el punto culminante de una vida de completa identificación con su divino Hijo. A Ella se pueden aplicar a la perfección aquellas palabras de san Pablo que son un resumen de en qué consiste la vida cristiana: «Es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). En el orden sobrenatural, los cristianos estamos unidos a Cristo, formando con Él un todo, que sigue las mismas vicisitudes (cf. Ef 2,5-6); esa unión se realiza en cada uno de nosotros mediante el bautismo, por el que quedamos incorporados y como sumergidos en Cristo, en su muerte y en su vida. Ese es el fundamento de nuestra confianza en participar un día de su gloriosa Resurrección[3].
  • Por tanto, la Asunción de María nos infunde esperanza en la vida eterna pues en este privilegio vemos cuál es la verdadera meta a la que estamos llamados. Nuestro objetivo último no puede estar aquí en la tierra sino que las cosas de este mundo nos tienen que servir para alcanzar ese destino eterno, nuestra meta última en el Cielo donde María Santísima reina junto con su Hijo. Jesús nos advierte en muchas ocasiones que recogen los evangelistas acerca de la insensatez de quienes descuidan el «negocio» de la salvación y los peligros que entraña ese olvido. Es preciso estar vigilante, sin distraerse ni dormirse un momento; vivir siempre en estado de gracia para que la muerte no nos sorprenda: «Estad, pues, prontos, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40).

Acudimos a la Virgen María que es nuestra intercesora y el «canal» mediante el que Dios nos hace llegar las gracias necesarias para nuestra salvación con el ruego de poder llegar al Cielo y gozar de la compañía eterna de Dios en unión de todos los ángeles y santos.


[1] PARENTE, Pietro; Antonio PIOLANTI; Salvatore GAROFALO, Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955, 112-113.

[2] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 445-446.

[3] Cfr. Ibíd., 527.