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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Lectura del libro de Judith (13, 22-25 [18-20]; 15, 10 [9])
Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios. Tú eres la gloria de Jerusalén, | tú eres el orgullo de Israel, | tú eres el honor de nuestro pueblo.
Evangelio (Lc 1, 41-50)
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. | Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: | su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación
Reflexión
I. A lo largo del año, la Liturgia de la Iglesia celebra los diversos misterios de la vida de la Virgen María: su Concepción inmaculada, nacimiento, maternidad divina… Hoy recordamos que «María Santísima terminado el curso de su mortal vida, fue llevada en cuerpo y alma a los Cielos» (Catecismo Mayor.
Este privilegio se llama “la Asunción de María” y es dogma de fe definido por el Papa Pío XII en 1950. Es decir, se trata de una verdad revelada por Dios y propuesta como tal por el Magisterio de la Iglesia a los fieles con la obligación de creer en ella porque pertenece al «objeto» de la fe, a lo que hemos de creer.
La enseñanza autorizada por parte de la Iglesia (la «definición») le da a una verdad de fe su carácter formal de dogma pero su naturaleza no está condicionada a su definición por la Iglesia: son definidas porque previamente han sido reveladas por Dios, no se trata de creaciones arbitrarias de la autoridad eclesiástica. Por eso el dogma no puede sufrir cambios intrínsecos y sustanciales sino un mayor conocimiento por parte de los fieles y una mejor expresión por parte de la Iglesia. Este progreso se ve claro en la historia de las fórmulas dogmáticas definidas por la Iglesia ha medida que se ha penetrado y esclarecido el sentido de las verdades contenidas en las fuentes de la divina Revelación[1].
II. En cuanto al contenido de esta verdad de fe que es la Asunción de Nuestra Señora, podemos recordar que, por su Maternidad divina y su estrecha asociación a la vida y misión de su Hijo (corredención-mediación marianas), convenía que la Virgen María fuera asociada de un modo del todo peculiar a la gloria de Jesucristo resucitado. Por eso, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma. En la carta a los Corintios (1 Cor 15, 20ss), san Pablo afirma que Cristo ha resucitado el primero de todos, «como primicia», es decir, como garantía de la inmortalidad del alma y de la resurrección de los cuerpos. Hablar de «primicia» significa otros frutos de la misma naturaleza que esos que constituyen las primicias. San Pablo, está hablando, por tanto de la participación de nosotros los cristianos en la resurrección y glorificación de Jesucristo. Si Cristo fue el primero, la Virgen María ya ha sido glorificada en su cuerpo y alma y, por tanto su Asunción constituye una participación singular en la resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos[2].
III. De las muchas lecciones que nos enseña la Asunción de María podemos señalar dos:
Acudimos a la Virgen María que es nuestra intercesora y el «canal» mediante el que Dios nos hace llegar las gracias necesarias para nuestra salvación con el ruego de poder llegar al Cielo y gozar de la compañía eterna de Dios en unión de todos los ángeles y santos.
[1] PARENTE, Pietro; Antonio PIOLANTI; Salvatore GAROFALO, Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955, 112-113.
[2] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 445-446.
[3] Cfr. Ibíd., 527.