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10 junio 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús: 11-junio-2021

Epístola (Ef 3, 8-12. 14-19)

Hermanos: A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo; e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en Él. Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.

Evangelio (Jn 19, 31-37)

En aquel tiempo los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Reflexión

Unos días después de la fiesta del Corpus Christi, la Iglesia nos invita hoy a considerar el amor del Corazón de Cristo, fuente y motivo de todo don que Dios nos hace y de manera muy particular del don de la Eucaristía. Por eso podemos decir que Dios tiene designios de misericordia sobre su pueblo: «Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre» (Antífona de entrada: Sal 32, 11.19).

Jesucristo es una persona divina (la segunda de la Santísima Trinidad) y por tanto a Él le corresponde propiamente el culto (de latría) que damos a Dios. Y le adoramos todo entero, es decir como Dios y como hombre, todo lo que está unido a la divinidad: el cuerpo y el alma.

Por eso, cuando veneramos el Corazón de Jesús no nos referimos solamente a su amor divino y humano, sino también a su Corazón sensible de carne, como símbolo de ese amor y como miembro del Cuerpo de Jesús que ha experimentado el eco de ese mismo amor: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).

  • Vemos el Corazón de Jesús palpitante de amor cuando vivía en su vida mortal, cuando recorría los caminos de Palestina. Allí le vemos emocionarse ante la tumba de Lázaro, ante Jerusalén impenitente, ante el pueblo que le seguía sin acordarse de comer o ante el joven que había observado los mandamientos desde su infancia.
  • Sabemos que actualmente se encuentra en el Cielo con el mismo amor hacia nosotros, con la misma misericordia.
  • Y su Corazón, de carne como el nuestro se encuentra muy cerca de nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar.

Por eso la devoción al Sagrado Corazón no solamente tiene su expresión externa en sus imágenes sino que debemos honrarle ante todo en el Santísimo Sacramento del Altar donde, al igual que en el Cielo se halla verdadera y sustancialmente vivo. Oculto a nuestros ojos, en nuestros sagrarios y custodias, eleva incesantemente al Padre su intercesión por nosotros. En ella honramos el objeto de esta devoción que es el corazón real no las imágenes que le representan.

Y la devoción a la Eucaristía ocupa un puesto preeminente dentro de la devoción al Sagrado Corazón porque es el sacramento del amor y a su vez, en el Corazón de Jesús repercute su amor y simboliza la obra de amor infinito llevada a cabo en favor nuestro por el Verbo hecho hombre en el misterio de la Encarnación y Redención.

Dos formas de practicar esta devoción al Corazón eucarístico de Jesús:

  1. Visitarle en el Sagrario y presentarle nuestras necesidades. Su Corazón está muy cerca de nosotros y nos conoce como somos, con nuestras virtudes y también imperfecciones y deficiencias… Y nos ama, nos busca y nos llama solicitando la correspondencia de nuestro amor.
  2. Unirnos al Santo Sacrificio de la Misa para ofrecer al Padre una reparación infinita por nuestros pecados, ingratitudes, negligencias… y los de toda la humanidad.

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Muy cerca de Jesús encontramos siempre a su Madre. A Ella acudimos para que haga firme y seguro el camino que nos lleva hasta su Hijo y que se cumpla nuestra oración: «Sagrado Corazón de Jesús, dadnos un corazón semejante al vuestro».