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25 abril 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo después de Pascua: 25-abril-2021

Epístola (1Pe 2, 11-19)

Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida. Someteos por causa del Señor a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores, que son como enviados por él para castigo de los malhechores y aprobación, en cambio, de los que hacen el bien. Porque esa es la voluntad de Dios: que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes. Como personas libres, es decir, no usando la libertad como tapadera para el mal, sino como siervos de Dios, mostrad estima hacia todos, amad a la comunidad fraternal, temed a Dios, mostrad estima hacia el rey. Que los criados estén, con todo temor, a disposición de los amos, no solo de los buenos y comprensivos, sino también de los retorcidos. Pues eso es realmente una gracia: que, por consideración a Dios, se soporte el dolor de sufrir injustamente. 

Evangelio (Jn 16, 16-22)

Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver». Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?». Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría.

Reflexión

I. Dentro del tiempo pascual, a partir de este Domingo, la Iglesia dirige nuestra mirada para prepararnos a celebrar los misterios de la Ascensión de Cristo y de Pentecostés. Pentecostés es una fiesta trascendental en el año litúrgico, al igual que Navidad y Resurrección. Carece sin embargo de un tiempo específico de preparación de días penitenciales como los de Adviento y Cuaresma. Pero la liturgia ha unido con los gozos pascuales la idea de una nueva preparación a la venida del Espíritu Santo.

Por eso, en los Evangelios escuchamos el discurso de despedida del Salvador la noche de la Última Cena «por razón de que en ese admirable sermón, que bien puede llamarse el testamento del Corazón de Jesús, nos describe como comprendidos en una misma perspectiva profética los misterios de su muerte, resurrección, regreso al Padre y venida del Espíritu Santo» (Schuster, cit.por Verbum Vitae, IV, nº 959). La Epístola está tomada de las llamadas «Cartas católicas» y no de san Pablo como ocurre habitualmente los domingos «puesto que hasta el día de Pentecostés toda la Iglesia estaba congregada en torno a los apóstoles en el cenáculo, mientras que Pablo no fue destinado preferentemente por Dios para llevar la alegre nueva a los gentiles hasta después de la efusión del Espíritu Santo» (Ibíd.).

En este Domingo, todavía no se hace ninguna alusión al Espíritu Santo pero la Iglesia nos recuerda en el Evangelio la profecía de Jesús: «vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16, 20) para que busquemos nuestro consuelo no en la tierra, sino en el Cielo, de donde viene el Espíritu Santo. Por eso pedimos a Dios en la secreta que alcancemos «que mitigando los deseos terrenos aprendamos a amar lo celestial».

II. Volviendo a las palabras del Evangelio (Jn 16, 16-22), Jesús acentúa el anuncio de su próxima partida a fin de disponer a los Apóstoles para la separación; pero al mismo tiempo les da la seguridad de su vuelta, es decir de la Resurrección a fin de prevenirlos contra el desaliento. Encontramos también aquí una lección para nosotros porque nos advierte que debemos estar prontos a afrontar con paciencia las penalidades de esta vida y nos hace esperar la felicidad del Cielo.

El anuncio de Jesús está revestido de un cierto misterio: «Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn 16, 16).

– En un primer sentido (literal) está referido a los Apóstoles. Anuncia su muerte y Resurrección. «Dentro de poco» se refiere a un pequeño número de horas o días. Como si dijera: Dejaréis de verme con ocasión de mi muerte y sepultura y después de la Resurrección me volveréis a ver con una alegría sin igual. Lo mismo se puede aplicar a la Ascensión.

– En un sentido más amplio (moral) pueden aplicarse a los fieles de todos los tiempos y recordarnos que la duración de esta vida por larga que pueda ser es bien poca cosa en comparación con la eternidad. «Dentro de poco» es el tiempo de la vida presente, durante el cual no se puede ver a Dios sino a través de los velos de la fe… «me volveréis a ver» en la eternidad: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1Jn 3, 2). De ahí la lógica consecuencia es hacer durante esta vida aquello que nos pueda servir en la eternidad: «Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2, 11-13).

III. La descripción de este tiempo, aunque caracterizado por la nota de la brevedad en contraste con la eternidad no es complaciente con el mundo: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (v. 20).

Jesucristo aclara su pensamiento con una comparación: La mujer, cuando va a dar a luz… el dolor de la madre se cambia en gozo. Esta comparación de nuestro Señor conviene a todos los cristianos: en este mundo están continuamente en trabajos laboriosos, como los del parto, para purificarse, regenerarse, transformarse y así llegar a poseer la vida plena y perfecta semejante a la de Cristo: «hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 13). Y mientras, el pensamiento del cuelo nos sostiene y alienta en las pruebas de la vida. Este es el contenido de la virtud teologal de la esperanza «con la cual deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven y los medios necesarios para alcanzarla» (Catecismo Mayor, 893).

*

Pensemos frecuentemente en el Cielo y en contemplar a Dios por toda la eternidad. Que esto nos sirva de estímulo en medio de las dificultades. Y para alcanzar esta gracia invocamos a la Virgen María como esperanza nuestra: «Con razón la Iglesia llama a María «Madre de la santa esperanza» (Eclo 24, 24); la madre que hace nacer en nosotros, no la vana esperanza de los bienes miserables y efímeros de esta vida, sino la esperanza de los bienes inmensos y eternos de la vida bienaventurada» (San Alfonso Mª de Ligorio, Las glorias de María).