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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Las lecturas del Evangelio durante el Tiempo de Pascua nos presentan, hasta el domingo tercero, el relato de las apariciones de Cristo resucitado. A partir del domingo quinto, se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la Última Cena como preparación para la celebración de la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La razón es que se trata de los dos motivos centrales de la Pascua: Cristo ha resucitado y nosotros estamos llamados a participar en su vida divina mediante la acción del Espíritu Santo. Hoy, a manera de enlace entre esos dos motivos se nos presenta a Jesús como el «Buen Pastor» que nos hace llegar la vida de la gracia, la vida sobrenatural a través de la Iglesia.
I. El Evangelio (Jn 10, 11-18) está tomado de un discurso en el que se muestra cómo los cristianos podemos llegar a la salvación por la fe en Jesucristo y por medio de su gracia. Cristo es la puerta por la que se entra en la vida eterna, el Buen Pastor que nos conduce y ha dado su vida por nosotros. Entre los aspectos de su obra que Jesús señala se encuentra el «conocimiento» que Él tiene de sus ovejas, lo mismo que el que ellas tienen de Él: «Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (v. 14-15).
Consideremos primeramente cómo Jesús nos conoce y luego como nosotros debemos conocerle.
II. «Las mías me conocen». En sus palabras, Jesús nos hace entender cuál es el trato que deben tener las ovejas respecto de su Pastor, o en otras palabras, cuáles son las condiciones requeridas para pertenecer a su rebaño: oír su enseñanza y ponerla en práctica. Conocer a Cristo con nuestra inteligencia y así poder amarlo, tendiendo a Él con todo el impulso de nuestra voluntad.
III. Por último, no olvidemos que el conocimiento de Cristo que se inicia ahora está llamado a llegar a su plenitud en la vida eterna en la que esperamos ver a Dios «tal cual es» (2ª lect. 1 Jn 3, 1-2). Hijos de Dios ya lo somos desde ahora, porque la vida eterna ya mora en nosotros. Pero la filiación divina tendrá su plena expansión solamente en el cielo, cuando los fieles vean a Dios tal cual es. Entonces gozaremos de la visión de Dios y nos haremos semejantes a Él, porque la filiación divina nos descubrirá su inmensa profundidad al conocer mejor nuestra semejanza con Dios (cfr. José SALGUERO, Biblia comentada, vol. 8, Epístolas católicas. Apocalipsis, Madrid: BAC, 1965, 218). Llegar a ver a Dios es la esperanza que sostiene al cristiano en el camino hacia la santidad y le anima en la lucha contra el pecado.
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Pidamos que siempre escuchemos la voz del Buen Pastor. Que la Virgen Santísima, la Madre del Buen Pastor, nos obtenga esta gracia y Ella siga siendo columna sobre la que se sostiene la solidez de nuestra fe y de las enseñanzas que hemos recibido. De este modo mereceremos ser recibidos en la gloria del Cielo donde gozaremos de la compañía del Buen Pastor por toda la eternidad.