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21 marzo 2021 • Cristo es elevado para cumplir el plan del Padre y transformar la cruz en trono de su reino espiritual

Angel David Martín Rubio

«Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»

Rubens: Elevación de la Cruz

I. La 1ª lectura de la Misa de este quinto y último Domingo de Cuaresma (Ciclo B: Jer 31, 31-34), es uno de los fragmentos más bellos de toda la literatura profética. Está tomada de Jeremías y anuncia que la alianza hecha por Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento, será sustituida por una nueva alianza que tiene su asiento en los corazones. Por eso se puede decir con toda propiedad que es un anticipo del mensaje evangélico.

Cuando hablamos de alianza nos estamos refiriendo al «pacto estipulado por Dios con Israel, cuyo último fin fue la salvación de la humanidad por obra del Mesías» (SPADAFORA, Diccionario Bíblico). Pero en aquella alianza del Antiguo Testamento faltaba el principio interior de la gracia, que transforma los corazones. Por eso, Jeremías, en nombre de Dios, anuncia una nueva alianza (en sustitución de la antigua) escrita sobre los corazones y destinada a durar para siempre. Y en reconocimiento a esta entrega íntima de los corazones, Dios perdonará los pecados.

II. El cumplimiento de esta profecía tendrá lugar en Jesucristo que pone fin al régimen provisional de la ley y realiza en toda su plenitud las promesas del Antiguo Testamento. Desde el primero momento, la salvación mesiánica aparece como cumplimiento de la alianza hecha con Abrahán y luego renovada con Moisés y David: «realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán» (Lc 1, 72-73). Así lo expresan de un modo especial las palabras de Jesús en la última cena: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20). La 2ª lectura (Hb 5, 7-9) nos muestra cómo el Salvador actúa según la nueva Alianza. Por Él tiene lugar el nuevo pacto entre Dios y el hombre. Cristo es mediador «perfecto», es decir, plenamente apto para ejercer actuar en nuestro favor y ser causa de nuestra salvación mediante su Pasión y muerte en Cruz (v.9). Lo dice también Jesús en el Evangelio (Jn 12, 20-33): «Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (vv. 31-32). Y apostilla san Juan: «Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir» (v. 33). Cristo es elevado para cumplir el plan del Padre y transformar la cruz en trono de su reino espiritual.

III. También el Evangelio nos presenta una parábola para hablar de cómo se aplica a nosotros el fruto de su redención (vv. 24-26). Jesús se sirve de la comparación con el grano de trigo. Si éste no «cae» en tierra y «muere», no fructifica; queda él solo; pero, si «muere», es cuando fructifica y «da mucho fruto».

Es una apreciación popular, usual basada en la comparación con la muerte al ser enterrada la semilla. Sirviéndose de esa imagen, Cristo nos da una doble enseñanza:

  • En primer lugar la aplica a Él mismo. Significa así la necesidad de su Pasión y Muerte para que su fruto sea el nuestro perdón. Es la riqueza del fruto universal de la Redención.
  • En segundo lugar lo aplica a nosotros (v. 25) para enseñarnos a no poner el corazón en nuestro yo ni en esta vida que se nos escapa de entre las manos, y a buscar el nuevo nacimiento según el espíritu, prometiéndonos una recompensa semejante a la que Él mismo tendrá (v. 26).

El que «sirve» a Cristo ha de «seguirle». Donde Cristo está, también deberá estar el que quiera ser su seguidor. Y también debe seguirle por este camino de la muerte. Es el mismo tema que encontramos con otras palabras en tantos lugares del Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24; par.). Entramos así en la vida cristiana, vida según la Ley nueva o Ley evangélica, que cumple la promesa de una nueva alianza grabada en los corazones que hemos escuchado en la profecía de Jeremías:

  • Ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo en nuestros corazones (cfr. Rm 5, 5).
  • Ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos.
  • Ley de libertad, porque nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar a la condición de hijos de Dios y herederos en Cristo (CATIC, 1972).

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Tenemos cerca la Semana Santa y la Pascua, y por tanto el perdón, la misericordia, la compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Unas jornadas más, y el misterio de nuestra salud quedará consumado. Sigamos con alegría a Jesús, hasta Jerusalén, hasta el Calvario, hasta la Cruz con la esperanza de participar un día de la Gloria de la Resurrección.