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14 marzo 2021 • ¿Es rescatable Ramiro Ledesma como referente político o debe resignarse a ser una reliquia histórica?

Gabriel García

Noventa años

14 marzo de 1931: número 1 del semanario «La Conquista del Estado»

La fecha del 14 de marzo de 1931 no significa nada para la inmensa mayoría de los españoles. Si acaso, alguno al escucharla pensará que hemos confundido el mes y aludirá al 14 de abril, mucho más conocido por ser la fecha oficial que conmemora la proclamación de la Segunda República Española. Pero un mes antes de la espantada de Alfonso XIII por Cartagena hubo un puñado de españoles que lanzó un periódico que no habrá pasado a la Historia por su calidad, ni por la fama de sus articulistas, pero sí por ser la mecha de un movimiento que terminó marcando el siglo XX español. Ese puñado estaba liderado por un joven zamorano llamado Ramiro Ledesma Ramos, quien posteriormente participaría en otras empresas periodísticas y políticas del incipiente fascismo español.

Con frecuencia se ha contrapuesto la figura de José Antonio Primo de Rivera a la de Ramiro Ledesma. A quienes persisten en ello no les vendría mal recordar lo que manifestó el propio José Antonio al unificarse Falange Española y Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, cuando se refirió a los segundos como los gallos de marzo que anunciaron la nueva primera. Teniendo en cuenta que las JONS como tal se fundaron en octubre de 1931, no cabe duda que la referencia del líder falangista al mes de marzo se debe a la irrupción de La conquista del Estado. Curiosamente, esta fecha del 14 de marzo siempre quedó por detrás de otras como el 29 de octubre (el considerado mitin fundacional de Falange) y 4 de marzo (acto de fusión de Falange y JONS), pero bien podría considerarse como la fecha fundacional del nacionalsindicalismo en España.

El nombre de La conquista del Estado ya era toda una declaración de intenciones. Inspirado en el periódico italiano promovido por Curzio Malaparte, desde esa tribuna llamó el joven Ramiro Ledesma a la irrupción de una nueva España totalitaria frente al decadente pasado liberal que debía quedar atrás; rescatando lo positivo de nuestra Historia (como la visión imperial de la Hispanidad) para incorporarlo al nuevo rumbo donde el Estado encuadrara a juventudes y productores en un nuevo orden político, económico y social.

Es cierto que hoy hay muchos aspectos de los postulados reivindicados por Ramiro Ledesma difícilmente encajables en el mundo del siglo XXI. Por ejemplo, el totalitarismo ha dejado de ser una opción a tener en cuenta como alternativa al Estado liberal y no porque lo diga la propaganda de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (entre los cuales figuraba la mayor potencia totalitaria del mundo, como fue la Unión Soviética), sino porque la experiencia así lo ha demostrado. Entre los fenómenos políticos estudiados por Ramiro Ledesma y de los cuales informó en La conquista del Estado, ¿acaso puede alguien negar que tanto en el fascismo como en el nacionalsocialismo continuaron las pugnas por el poder entre distintas facciones que en la democracia liberal toman el nombre de partidos políticos? Sólo que de un modo más restringido, claro está. Es más, en vida de Ramiro Ledesma fue imposible encuadrar a todos los que se declaraban nacionalsindicalistas o fascistas españoles dentro de la misma organización; y tras su muerte, unificados a la fuerza y además con otros sectores políticos, la disputa por la influencia en las instituciones del régimen franquista también fue una constante dentro de la denominada democracia orgánica. Dicho esto, que el totalitarismo fracasara no significa que no deba continuarse aspirando a la superación del Estado liberal… Precisamente hoy es más urgente que nunca erradicar la pandemia política de los partidos políticos y sus legiones de enchufados y vividores a costa del erario público.

¿Es rescatable Ramiro Ledesma como referente político o debe resignarse a ser una reliquia histórica? Sin duda, nos inclinamos por la primera opción. Pero no por pretensiones de blanquearlo ni por hacerlo más digerible a una sociedad acomplejada y políticamente correcta. Si Ramiro Ledesma continúa siendo un pensador a tener en cuenta es porque hay reivindicaciones, como las que figuraron en el primer manifiesto político de La conquista del Estado, que perviven por su rabiosa actualidad. Ante la mediocridad cultural impuesta por los grandes medios de comunicación televisivos, ¿cómo no exigir una cultura de masas y unos centros universitarios que ofrezcan vías alternativas al progresismo ideológico más sectario, mojigato y mediocre? Frente a un Estado que se desangra por abajo a causa de los parásitos autonómicos y por arriba por culpa de las instituciones supranacionales al servicio del mercado capitalista, ¿cómo no apelar a la descentralización administrativa en beneficio de municipios y comarcas, respetando las identidades regionales, mientras que por arriba se promueva la cooperación entre Estados al servicio de los pueblos y no de los financieros? Y qué decir del problema secesionista… ¿Cómo no reivindicar la unidad de España y la solidaridad de toda la comunidad política frente a los egoísmos e intereses caciquiles que promueven el odio contra la verdad y la justicia históricas? Parafraseando el ejemplo de un tipejo tan repulsivo como Juan Carlos Monedero cuando citó lo que podría hacer hoy Lenin, no sería descabellado creer que en este siglo XXI encontraríamos a Ramiro Ledesma más preocupado por sumar suscriptores a su canal de Youtube o a su perfil de Instagram que por la prensa escrita; de lo que sí podemos estar convencidos es de que no ingresaría en las filas de quienes han plagiado sus consignas para ocultar su patrioterismo afín a Yanquilandia, ni en las de quienes se han erigido en mesías del precariado para terminar disfrutando de sus privilegios como marqueses apócrifos en la sierra de Madrid.

Noventa años han dado para mucho, desde luego. Lo que empezó como un movimiento juvenil de oposición antiliberal y antimarxista derivó en una de las fuerzas combatientes del conflicto civil que marcó la España del siglo XX, intervino en el Frente del Este durante la Segunda Guerra Mundial y contribuyó a la edificación del Estado del Bienestar. A pesar del testimonialismo con que se pretendió arrinconar a sus seguidores tras la caída del franquismo (hubo quienes, tanto afines como detractores, de buena gana lo hubieran enterrado junto a los restos del general Franco en el Valle de los Caídos, del mismo modo que los faraones del Antiguo Egipto se hacían enterrar con sus más fieles sirvientes), el nacionalsindicalismo ha sobrevivido por medio de iniciativas políticas, sindicales, estudiantiles y culturales. Si hoy en día todavía pueden algunos escandalizarse por la exhibición de los símbolos promovidos hace nueve décadas por Ramiro Ledesma es gracias a todos esos españoles que han continuado reivindicando Pan, Justicia y Patria. No obstante, el testimonialismo no puede ser eterno, y menos cuando el enemigo de las patrias y los pueblos es más poderoso que nunca y ha convertido el planeta entero en un campo de batalla. Llegados a este punto, no me atrevería a afirmar que el nacionalsindicalismo tal y como lo conocemos pueda y vaya a ser la respuesta a los desafíos de la próxima década pero sí que sus reivindicaciones por la dignidad humana, la unidad de la comunidad política y la justicia social deben formar parte de toda oposición real al proyecto mundial de las élites globalistas.