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14 marzo 2021 • José Antonio se refirió a los agrupados en “La Conquista del Estado como "los gallos de marzo que cantaron escandalosos y aguerridos la gentil primavera de las Españas"

José Luis Jerez Riesco

El semanario clarinero de la revolución: “La Conquista del Estado”

Manifiesto político publicado en el nº 1 de «La Conquista del Estado»

El 14 de marzo de 1931, un mes exacto antes de las proclamación en España de la II República, un reducido núcleo de jóvenes, valientes e idealistas, publicaba en Madrid un semanario de combate sin tregua, con un nombre contundente, con reminiscencias italianas donde ya existía, en el fragor del Fascismo, una revista adelantada con idéntica cabecera, de claro desafío, de choque y arrebato, para alcanzar las aspiraciones de sus postulados escuetos, enérgicos y determinantes, de una ideología nueva, imperial y revolucionaria, basada en los valores más profundos de la hidalguía hispana, que sintonizaba plenamente con el despertar en Europa de los timbales de la Italia Fascista del Duce y de la Germania Nacionalsocialista del Führer, dos movimientos nacionales de honda raigambre social, en plena e irrefrenable ascensión.

La publicación, con un rótulo que era una evidente y nítida declaración de intenciones, fundada y dirigida por Ramiro Ledesma Ramos, un joven castellano serio, adusto, de perfil intelectual y ademanes guerreros, decidido y tenaz, que contaba tan solo 25 años de edad. La salida del nuevo semanario era el segundo eslabón de un ambicioso proyecto político que había iniciado su andadura el mes anterior, en el mes de febrero de 1931, con el lanzamiento de un singular Manifiesto con idéntica denominación: La Conquista del Estado.

El Manifiesto original y voluntarioso de “La Conquista del Estado”, redactado literal e íntegramente por Ramiro Ledesma, discípulo aventajado del filosofo don José Ortega y Gasset, fue escrito en la segunda mitad del mes de enero del naciente año, en solitario, en su domicilio madrileño de la calle Santa Juliana número 3, situada en un punto intermedio y equidistante entre las estaciones de Alvarado y Estrecho de la línea uno del metropolitano de la capital, en la popular barriada obrera de Tetuán de las Victorias. El pliego estaba suscrito por once muchachos alborozados, visionarios y soñadores, arremolinados en torno a su mentor, que figuraba como Presidente del Comité Organizador, con energías de savia nueva generacional e inquietudes latentes, ancladas en la tradición secular hispana y en la revolución social más vigorosa y actual de los nuevos tiempos.

El Manifiesto de “La Conquista del Estado” era, pues, el punto de partida, el pistoletazo de salida, el primer paso, como dejó escrito su autor, en el relato y apunte sobre el Fascismo en España (1935), quien, en su apretada crónica, en relación a dicha proclama, afirma que con anterioridad a la misma, “no puede apreciarse esfuerzo de ninguna clase por propagar en España una bandera nacional y social, una bandera de signo fascista”. El documento en cuestión tiene cuatro apartados perfectamente diferenciados en su texto: la exposición y justificación de motivos, la temática, el compendio de la dogmática y el esquema estructural organizativo para logar los objetivos expuestos en los sinópticos 17 puntos de los que constaba el programa, que en síntesis eran, la supremacía del Estado; la afirmación nacional; la exaltación universitaria; la articulación comarcal de España y la estructura sindical de la economía.

La decisión firme e irreversible estaba tomada y así se puede leer en el documento matriz: “Nacemos con cara a la eficacia revolucionaria. Por eso no buscamos votos, sino minorías audaces y valiosas en la disciplina de guerra”.

La firma por la docena escasa de iniciadores, la mayoría frecuentadores de la biblioteca del Ateneo, de tan enérgica y rotunda declaración, tiene lugar en un pequeño despacho, realmente minúsculo, sin apenas mobiliario, si se exceptúa una mesa rústica y unas sillas de ocasión, de diseño simple y aspecto espartano, recinto sin aún enganche ni conexión eléctrica en el inmueble, por lo que tuvo que recurrirse a la iluminación, del recoleto espacio, con velas de cera, en aquel edificio todavía en fase de construcción, destinado, íntegramente, a oficinas, local alquilado, por doscientas cincuenta pesetas mensuales, por el principal promotor y artífice del Manifiesto, en la Avenida de Eduardo Dato número 7, que tal era el nombre que se había dado al tercer tramo de la Gran Vía capitalina, que conectaba la pequeña plazoleta de Callao, con la amplia explanada térrea en la que ya se configuraba la futura plaza de España.

Ernesto Giménez Caballero (1899-1988)

Los firmantes resultaban, para el gran público y la sociedad madrileña, anodinos e irrelevantes y tan solo uno de ellos tenía un cierto predicamento en el cartel de la opinión pública, Ernesto Giménez Caballero, que solía utilizar el seudónimo literario de GECE en sus colaboraciones, flamante fundador y director del semanario “La Gaceta Literaria”, (1927-1932), catedrático bisoño de Lengua y Literatura Española, del Instituto Cardenal Cisneros, situado en la calle de los Reyes, en las inmediaciones de la calle de San Bernardo, donde se hallaba el viejo caserón que albergaba la Universidad Central.

Ledesma Ramos y Giménez Caballero habían sido presentados, en 1927, por un conocido común de ambos, el escritor comunista César Muñoz Arconada, quien colaboraba en La Gaceta Literaria, que pilotaba Giménez Caballero y que conocía a Ledesma Ramos, por ser vecino del barrio. Tras las presentaciones, Ramiro comenzaría a publicar sus escritos en la Gaceta, a partir de su quinto ejemplar.

El Manifiesto, una vez impreso, se difundió, de mano en mano, por sus propios patrocinadores, entre los transeúntes de la Gran Vía y alrededores; para que tuviese más eco y resonancia se utilizó el vehículo, propiedad del padre de Roberto Escribano Ortega, al que se le instaló para la ocasión un bronco altavoz, que metalizaba la voz de quien dirigía la palabra desde el interior del automóvil, para llamar la atención, con consignas y frases escuetas y contundentes. Desde la ventanilla del coche en marcha se arrojaban a las aceras puñados de hojas, que eran recogidas por los viandantes entre el asombro y el escepticismo.

El corolario del Manifiesto fue el lanzamiento, a continuación, a mediados de marzo, la víspera del idus romano, como fecha de buen augurio, de la revista, órgano de difusión, exposición y debate, de aquellas ideas que bullían en sus mentes juveniles, con ansias y afanes renovadores, y estilo revolucionario. Para entonces, ya se contaba con lo indispensable: un local, por humilde y menguado que fuese, como sede para la redacción y administración, en la Avenida de Dato 7, planta D; una línea telefónica, con el número 90322 de usuario; una secretaria mecanógrafa, Julita, para escribir los manuscritos que debían enviarse a la imprenta; un director indiscutible, Ramiro Ledesma Ramos y un secretario de redacción, que a la vez lo era del Comité, Juan Aparicio López. De las escuálidas cuentas del semanario se encargaría Alejandro M. Raimúndez. Con ese andamiaje se disponían, alegremente y con el sacrificio que fuera necesario, a emprender la ascensión hacia las cumbres del poder.

Se adoptó por cabecera la misma que afloró en el Manifiesto previo repartido el mes anterior: “La Conquista del Estado”, hermanándose con su revista homónima italiana “La Conquista dello Stato”, que dirigía el director fascista Kurt Eric Sucker, más conocido en el mundo literario por su seudónimo que le servía de embozo, quien alcanzó gran fama y gloria entre sus contemporáneos: “Curzio Malaparte”. El subtítulo de la nueva revista advertía al lector, “Semanario de lucha y de información política”, para que no le pillase desprevenido, que su contenido no se trataba de un mero pasatiempos. Como tamaño se decidieron sus artífices por las medidas tabloides de 600×420 mm., sábana literaria, densa y compacta, donde bullían ideas y consignas de carácter nacional e imperial, pero con sello revolucionario y social. El número de páginas del ejemplar eran seis hojas, de papel delgado y económico, que se mantuvo en esa cifra durante 15 revistas consecutivas, alterando a cuatro su contenido, cuando las dificultades de toda índole y las carencias materiales comenzaron a hacer mella. El precio de suscripción se fijó, para los benefactores, en 50 pesetas anuales y el ejemplar suelto se vendía a 25 céntimos, precio que se mantuvo durante 17 números, rebajando su importe a 20 céntimos, pero a partir del ejemplar número 19 de su cronología, se efectuó un nuevo reajuste a la hora de adquirirlo en los puntos de venta, dejándolo, definitivamente, en 15 céntimos la unidad, para tratar de extender su difusión y hacerlo asequible a los menos pudientes. En total salieron, tras una intensa batalla de obstáculos,23 números, el último, de cierre, vería la luz el 24 de octubre de ese mismo año.

Para que fueran sus artículos y colaboraciones publicadas lectura y reflexión a sus potenciales lectores, salía los sábados. Las horas de visita del público, a la redacción y administración de la revista, se estableció los lunes, miércoles y viernes de 19 a 21 horas.

Del primer número, se editaron seis mil copias y la venta media de la revista semanal ascendió a mil quinientos ejemplares aproximadamente. Las imprentas donde se confeccionó e imprimió el semanario fueron las siguientes: Los primeros quince ejemplares se tiraron en la Imprenta Editorial Albero, de la avenida Reina Victoria nº 8, nombre de calle que fue alterado por la República al imponer y trocar sus secuaces a dicha vía por el nombre de Pablo Iglesias, a partir del número 13 de la publicación; desde el número 16 al 19, se utilizó la Imprenta de Zoila Ascasibar, situada en la calle Martín de los Heros 65 y los cuatro últimos números, del 20 al 24, salió de las rotativas de la imprenta gráfica Literaria, que tenía ubicado sus talleres en la calle Hernani 35, de Madrid.

Desde su puesta en escena, se utilizó un lenguaje directo, intrépido y revolucionario. En el segundo número se podía leer, de forma destacada, lo siguiente: “¡Españoles jóvenes! ¡En pie de guerra! Para salvar los intereses hispanos ¡La Conquista del Estado ha de movilizar juventudes!”. En el siguiente correlativo se insistía, en grandes letras de molde tipográfico, con rotunda convicción, firme y decidida, en términos categóricos: “¡En pie de guerra! Las falanges jóvenes de La Conquista del Estado combatiremos armas en mano, si es preciso, la anacrónica solución que ofrece la ancianidad constitucional”.

Una consigna se hizo mística de actuación, para sus militantes: “¡No parar hasta conquistar!”. Se enarboló, durante la vigencia del semanario, como enseña y estandarte de milicia, la bandera con un brillante círculo solar, de cuyo centro irradiaban luminosos rayos ondulados y se eligió como icono la garra hispana que diseñaría Roberto Escribano Ortega, al gusto de todos.

La cruda represión ejercida desde el principio de acoso y derribo contra ese modesto medio de comunicación, fue tenaz y atronadora, para poner la mordaza y eliminar definitivamente cualquier atisbo de libertad de expresión nacional-revolucionaria, llevada a cabo con un sadismo persecutorio desmesurado y una implacable censura. Pronto comenzó el hostigamiento. El número 3, correspondiente al 28 de marzo, sería denunciado por el fiscal y recogido por la policía; el número 4 (4-IV), también fue denunciado y retirado de la circulación de forma coercitiva; el nº 15, (20-6) se requisaría igualmente; el número 16 (27.VI) sería denunciado, incautado y su director, Ramiro Ledesma, procesado por un artículo de su autoría titulado “La violencia, primera misión”; el nº 17 (4.VII), volvió a ser denunciado, como venía siendo habitual, por quinta vez; el número 18 ( 11-VII), más de lo mismo y tras la recogida policiaca de los ejemplares, fue incoado un nuevo proceso, siendo detenido su director para ser conducido primero a la Dirección General de Seguridad y, posteriormente, encarcelado en la Cárcel Modelo, durante diez días; el número 19 (25-VII), salió con retraso a la cita con sus lectores, al estar suspendida la publicación por orden gubernamental, paréntesis provocado durante la privación de libertad Ramiro Ledesma; el día 1 de agosto, el gobierno suspende, temporalmente, la edición y salida del semanario, que no vuelve a reaparecer hasta el día 3 de octubre, con el número 20 de su secuencia, hasta que, finalmente, se apuntilla y muere “La Conquista del Estado”, con el número 23 de su historial, de fecha 24 de octubre, “víctima de la represión policiaca”. Jamás se había visto tanta saña acumulada contra un órgano de expresión disidente.

La valoración y juicio de lo que representó la publicación del semanario LCE la efectuaría su Director, Ramiro Ledesma Ramos, con juicio sereno y retrovisor, cuatro años más tarde, al manifestar que en sus “números se encuentran todos los gérmenes, las ideas y las consignas que luego, mas tarde, dieron vida y nombre a las organizaciones y a los partidos de tendencia fascista”.

Por su parte, José Antonio Primo de Rivera, se refirió a aquellos adelantados de la revolución, agrupado en el baluarte de “La Conquista del Estado”, auténtica vanguardia de juventud y de espíritu combativo, con las siguientes palabras, finas y exactas: “Eran los gallos de marzo que cantaron escandalosos y aguerridos la gentil primavera de las Españas, la que hoy nos da ya por todas partes su irresistible brote de verdor”…