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5 marzo 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo de Cuaresma: 7-marzo-2021

Epístola (Ef 5, 1-9)

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. De la fornicación, la impureza, indecencia o afán de dinero, ni hablar; es impropio de los santos. Tampoco vulgaridades, estupideces o frases de doble sentido; todo eso está fuera de lugar. Lo vuestro es alabar a Dios. Tened entendido que nadie que se da a la fornicación, a la impureza, o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con argumentos falaces; estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos. Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz.

Evangelio (Lc 11, 14-28)

Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio». Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»

Gustavo Doré: curación del endemoniado mudo

Reflexión

I. Los textos de la Liturgia de este Domingo tienen su origen en los ritos que en la Iglesia de los primeros siglos preparaban a los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la noche de Pascua. En este día se comenzaba el escrutinio o examen de los catecúmenos que iban a recibir el sacramento (Gueránger) y se llevaba a cabo la primera ceremonia: el exorcismo bautismal (Baur).

Al dirigirse a los fieles de Éfeso en la Epístola (Ef 5, 1-9), el Apóstol les recuerda que no hace mucho fueron tinieblas y ahora son luz del Señor. Esta lectura tenía aplicación a los catecúmenos que habían vivido como paganos. Pero ahora oyen que la Iglesia exhorta a sus hijos a imitar la santidad de Dios; y está a punto de serles comunicada la gracia que les hará capaces de aspirar a reproducir en ellos las perfecciones divinas.

Los que hemos sido santificados en los comienzos de nuestra vida, ¿hemos permanecido fieles a nuestro Bautismo? ¿qué ha sucedido de las notas de la semejanza divina que se nos imprimieron en nuestra alma? (Cfr. Próspero GUERANGUER, El año litúrgico, vol. 2., Burgos: Editorial Aldecoa, 1956, 294-295).

II. El Evangelio (Lc 11, 14-28) nos presenta la curación de un demonio, el cuál era mudo, y las enseñanzas de Jesucristo al respecto de la lucha entre las cadenas de la esclavitud del pecado y la luz de la gracia. Lo que hoy relata el Evangelio, lo hizo también el señor con nosotros en el momento del Bautismo. Por boca de su ministro, pronunció el exorcismo que es un conjunto de oraciones sagradas para hacer huir al diablo del alma del que va a ser bautizado, y quebrantar y debilitar su poder («el cual se compone de palabras y oraciones sagradas y religiosas para expeler al diablo, quebrantar y enflaquecer sus fuerzas. Por esta causa sopla el Sacerdote tres veces el rostro del que ha de ser bautizado, para que sacuda de sí la potestad de la serpiente antigua, y consiga el aliento de la vida que perdió»: Catecismo Romano II, 2, 65).

La fuerza de la gracia de Cristo obró también eficazmente en nosotros. Por eso nos lanzamos a entablar la dura lucha de la vida cristiana.

  • Guerra contra el fuerte para que no vuelva a penetrar en la morada de la que fue expulsado por el más fuerte (Evangelio).
  • Y lucha por el fruto de la luz, siendo imitadores de Cristo viviendo en el amor (Epístola).

III. Finalmente el Evangelio se cierra con la alusión a la Virgen María en la aclamación de una mujer y en la respuesta de Jesús. Ella es la imagen del alma en gracia que oye la Palabra de Dios y la practica (Cfr. Bruno BAUR, Sed Luz, vol. 2, Friburgo: Herder, 1939, 145-148).

En su explicación del segundo mandamiento, el Catecismo Romano señala cómo en él se manda que sea honrado el nombre de Dios (Cfr. III, 3, 3-5). Y entre las formas de hacerlo señala poner respeto y cuidado en practicar la palabra de Dios en la que se nos manifiesta su voluntad; «cuando nos ocupamos constantemente en su meditación; cuando la aprendemos devotamente, ya leyendo, ya oyendo según el estado y profesión de cada uno». En cambio, «hace suma injuria a la palabra de Dios todo aquel que tuerce la Sagrada Escritura de su recto y legítimo sentido a perversos dogmas y herejías. Acerca de esta maldad nos avisa el Príncipe de los Apóstoles, diciendo: “Hay algunas cosas difíciles de entender, que los indoctos e inconstantes pervierten, como también las demás Escrituras, para su perdición” [2Pe 3, 16]» (Catecismo Romano, III, 3, 27). Y un poco más arriba el mismo Apóstol San Pedro afirma:

«Y tenemos también, más segura aun, la palabra profética, a la cual bien hacéis en ateneros –como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones entendiendo esto ante todo: que ninguna profecía de la Escritura es obra de propia iniciativa; porque jamás profecía alguna trajo su origen de voluntad de hombre, sino que impulsados por el Espíritu Santo hablaron hombres de parte de Dios» (2Pe 1, 19-21).

Las profecías no vienen «de la voluntad de hombre» porque nadie puede conocer lo porvenir. Antes bien tienen su origen en Dios y por eso es que las que anuncian la glorificación de Cristo son absolutamente fieles y seguras. Nuestra lámpara en la noche, la que nos haga producir esos frutos como hijos de la luz que somos, son las profecías de las que está llena la Sagrada Escritura, colmadas de dichosas promesas para el alma y para el cuerpo, para la Iglesia y para Israel. Es lo que san Pablo llama la consolación de las Escrituras (Rm. 15, 4) en las que nos habla el mismo Dios, cuya Palabra es el fundamento inquebrantable de nuestra esperanza porque está llena de promesas (Cfr. Mons STRAUBINGER, La Santa Biblia, in locs. cit.).

Jesús no repite los elogios tributados a María, pero los confirma, mostrándonos que la grandeza de su madre viene ante todo de escuchar la Palabra de Dios y guardarla en su corazón «Si María no hubiera escuchado y observado la Palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho bienaventurada» (S. Juan Crisóstomo; cit. por Mons STRAUBINGER, La Santa Biblia, in loc. cit.).

Este pasaje del Evangelio nos enseña una excelente forma de alabar y de honrar al Hijo de Dios: venerar y enaltecer a su Madre. Por eso nos dirigimos muchas veces a Ella con devociones como el rezo del Santo Rosario. Honrando a María, siendo de verdad hijos suyos, imitaremos a Cristo y seremos semejantes a Él, cumpliendo la invitación del Apóstol: «Imitad entonces a Dios, pues que sois sus, hijos amados; y vivid en amor así como Cristo os amó» (Ef 5, 1-2).

Te rogamos, oh Dios omnipotente, mires los deseos de los humildes: y extiendas la diestra de tu majestad para defendernos. Por nuestro Señor Jesucristo… (Misal Romano, orac. colecta)