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1 marzo 2021 • Se le podrá achacar lo mismo que a José Antonio: muerto ha sido más influyente que vivo

Gabriel García

Ramiro Ledesma en la historia de España y el fascismo frente al marxismo

Escritores como Ernesto Giménez Caballero y Rafael Sánchez Mazas han sido considerados como los primeros fascistas españoles, pero ninguna empresa política se les puede vincular; su fascismo era una cuestión estética, vanguardista, intelectual.

Por el contrario, puede decirse que Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936) fue el primero en España en plantear una alternativa política acorde a su época, promoviendo un proyecto político tan antiliberal como antimarxista, en sintonía con las corrientes «fascistas» que comenzaban a ganar seguidores entre la juventud, sobre todo a raíz del triunfo hitleriano en 1933. Ledesma Ramos estudió la irrupción de los totalitarismos en general (de ahí los famosos “vivas” a la Italia fascista, la Rusia soviética y la Alemania nacionalsocialista, cuando ésta última ni siquiera había tomado el poder) frente a una democracia liberal en crisis tras la Primera Guerra Mundial.

Los orígenes del fascismo y su conflicto con el marxismo

Los orígenes del fascismo, si nos atenemos a las investigaciones de expertos como el historiador israelí Zeev Sternhell, radican en el sindicalismo revolucionario. Este movimiento fue una respuesta de sectores socialistas (los cuales abarcan mucho más allá del marxismo, que se apropió del término al proclamarse «socialismo científico») que cuestionaron no sólo a la socialdemocracia (los marxistas que buscaban cambiar el sistema liberal-capitalista desde dentro), sino también la infalibilidad con que los defensores del marxismo apelaban a que la caída del capitalismo sólo era cuestión de tiempo porque así lo había dejado expuesto su «profeta»; mientras unos pretendieron prender la chispa de la revolución sin desviarse de la ortodoxia marxista y dieron origen a los partidos comunistas (los Lenin, Trosky, Luxemburgo), otros buscaron vías más allá del marxismo y alumbraron el sindicalismo revolucionario (siendo George Sorel el representante más conocido de esta tendencia).

Este sindicalismo revolucionario tuvo muchos seguidores en Francia e Italia, sustituyendo la idea de clase social por la de nación y entrando en contacto con sectores de la extrema derecha con inquietudes sociales (como la Acción Francesa de Charles Maurras), y en Italia surgió el primer fascismo al igual que un movimiento homólogo en Francia (Le Fascieu, disidencia de Acción Francesa). Más que una disidencia del marxismo, el fascismo surgió como una respuesta de los descontentos con el mismo (sindicalistas revolucionarios) y de los tradicionales antiliberales (nacionalistas) al converger sus preocupaciones y proyectos.

Tras el original italiano irrumpieron otros movimientos similares por toda Europa, todos ellos marcados por una serie de consecuencias provocadas por el fin de la Primera Guerra Mundial (desmovilización de excombatientes, rechazo a los políticos demoliberales, temor a la revolución comunista), pero en los cuales se manifestaban, en mayor o menor grado según el caso, esa coalición de tendencias maurrasianas y sorelianas. Más que de fascismo a secas, habría que hablar de «fascismos», en plural y entrecomillado, al aludir a una serie de movimientos políticos con unos rasgos comunes (antiparlamentarismo, antiliberalismo, antimarxismo, movilización de masas, elogio de la juventud, intervención estatal en la economía, encuadramiento de productores y juventudes) pero en ocasiones políticamente antagónicos por la situación geopolítica de sus respectivos Estados (ahí quedan las tensiones entre alemanes e italianos, igual que entre húngaros y rumanos); lo más parecido a una Komintern fascista fue el Comité de Acción por la Universalidad de Roma (encuadrado como parte de la política exterior italiana y que, entre otros aspectos, contó con el apoyo de José Antonio Primo de Rivera, quien se pronunció en el parlamento español a favor de la neutralidad de nuestro país en el conflicto entre Reino Unido e Italia por Abisinia), guiándose posteriormente por los intereses geopolíticos de Alemania (en Rumanía, por ejemplo, se observa esta ausencia de «hermandad» entre los fascismos cuando la derecha fascistizada, con el visto bueno del Tercer Reich, expulsó del poder y reprimió a los fascistas nativos).

Por otra parte, el fascismo abarcaba mucha más «clientela» que el marxismo al ser un movimiento interclasista (herencia del sindicalismo revolucionario) y, entre otros aspectos, demostró que el marxismo estaba profundamente equivocado al aludir a la victoria inminente del proletariado como consecuencia inevitable de la revolución industrial: no hay más que ver que en un país industrializado como Alemania y en la región más industrializada de Italia irrumpieron los que incluso a día de hoy continúan siendo los demonios que más aterrorizan a quienes se declaran marxistas, sin olvidar que otro país industrializado como el Reino Unido también tuvo un llamativo movimiento fascista o que Francia, país históricamente bien considerado por los seguidores de la Ilustración y el liberalismo, tuvo entre sus fascistas nada más y nada menos que a un excomunista como Jacques Doriot. Más que competir con el marxismo por el mismo público objetivo, el fascismo lo derrotó en casi todos los terrenos (político, económico, intelectual, activista) y sólo la derrota bélica del Eje concedió al marxismo una victoria propagandística que hoy sólo se sostiene gracias a algunos maestros mediocres con nómina a cargo del Estado liberal contra el que dicen movilizarse. Si algo asustó (y todavía hoy provoca pavor) a los marxistas es que el fascismo es un competidor revolucionario porque ya demostró una vez que podía derrotarles en su mismo terreno y con las mismas armas.

Pero es que, profundizando en cuestiones más metapolíticas, el fascismo rechazó frontalmente el materialismo histórico del marxismo y, frente al fatalismo de éste sobre que la Historia conducía irremediablemente a un punto concreto (la dictadura del proletariado y el fin del Estado), llamaba a abrir caminos por medio de la voluntad del hombre encuadrado dentro del Estado; no puede hablarse de ninguna connivencia entre el fascismo y el marxismo cuando la inmensa mayoría de los líderes e intelectuales oficiales del primero han condenado al marxismo (puede haber alguna excepción, como el escritor francés Pierre Drieu La Rochelle en su etapa final, tan anecdótica que es imposible elaborar una teoría contraria).

El fascismo podría definirse como prometeico, y se le puede reprochar haber sido un inestable híbrido entre el mundo tradicional (de ahí su apuesta por la jerarquización frente al igualitarismo liberal) y el moderno (como sus simpatías por la filosofía nietzscheana y la vanguardia futurista); manteniendo ese delicado equilibrio de postulados sorelianos y maurrasianos en función del país donde la versión nacional irrumpiera y del líder que lo acaudillaba, de ahí que existan diferencias entre los fascismos mediterráneos y los germánicos, como también existieron entre los postulados ramiristas y joseantonianos. Es más, al fascismo incluso se le pueden reprochar sus dos mayores fracasos, como el encuadramiento político por medio del Partido Único (el cual luego no lo era tanto, estando dividido en sectores que prácticamente venían a reproducir la tendencia inherente al conflicto en el ser humano, no hay más que ver cómo fue destituido Benito Mussolini) y la aspiración al Estado Totalitario (aspiración sólo obtenida en la práctica por el bolchevismo soviético, ni siquiera por el Tercer Reich nacionalsocialista), pero no el de ser un hijo bastardo o una imitación del marxismo. Otras cuestiones (como el racismo y el antisemitismo) serían más concretas de ciertas formas de fascismo (o «fascismos»), si bien influyeron en una etapa final sobre el italiano por intereses geopolíticos.

José Antonio y Ramiro Ledesma

El Discurso a las Juventudes de España y la influencia de Ramiro Ledesma

Si Ramiro Ledesma quedó fuera de juego políticamente no fue por cuestiones ideológicas (el clásico habitual para justificar las deserciones o antipatías de nuestra época), ni por personalismos (siempre tuvo muy claro que José Antonio era un dirigente más apto para liderar el proyecto, si bien desconfió de su entorno y corte de aduladores). Como tantos otros, Ramiro Ledesma no supo jugar bien sus cartas y, a pesar de quedarse fuera de la organización que había contribuido a levantar, todavía pudo dejar dos obras como Discurso a las juventudes de España (la única obra doctrinal del nacionalsindicalismo fundacional, donde entre otros aspectos desarrolla lo más parecido a una Teoría de la Historia en clave nacionalsindicalista) y ¿Fascismo en España?, donde con décadas de antelación explicó a la perfección la diferencia entre fascistas y fascistizados, además de la relación entre el nacionalsindicalismo y los sectores monárquicos; un libro alejado de los insultos e interpretaciones interesadas con que algunos han pretendido etiquetarlo. Por otra parte, no deja de ser llamativo que la única publicación estrictamente doctrinal de la Falange fundacional fuese la revista JONS, quedando limitada la difusión de consignas tras la escisión ramirista a los periódicos Arriba y Haz.

En el citado Discurso a las juventudes de España alude a la misión de las juventudes de construir un nuevo mundo frente al decadente demoliberalismo, analiza los totalitarismos tan en boca de todos durante esa época (merece destacarse que, ya en 1935, reflexionaba sobre el riesgo que corría el fascismo italiano de ver fracasada su revolución tras su pacto con la burguesía) y señala problemas surgidos en las sociedades modernas y que perviven a día de hoy (alude a los desempleados como consecuencia de la sociedad surgida de la revolución industrial como un sector social ajeno al proletariado, adelantándose muchas décadas a los gurús de la izquierda posmoderna que hablan hoy del precariado como una nueva clase social).

Ramiro Ledesma no tuvo un excesivo número de seguidores como dirigente político y su escisión de Falange fue un rotundo fracaso; pero no por ello se puede decir que fuera un pensador nada original y de escasa importancia.

Las JONS surgidas de La conquista del Estado jamás pasaron de ser un grupúsculo no superior al medio millar (siendo generosos en las estimaciones), pero es que incluso la Falange liderada por José Antonio Primo de Rivera jamás tuvo las dimensiones de otras organizaciones homólogas, como la rumana Legión de San Miguel de Corneliu Zelea Codreanu o la belga Rex de León Degrelle, que sí fueron movimientos de masas en sus países. La Falange de la etapa republicana sólo creció numéricamente cuando las tensiones políticas y sociales llevaron a sus filas a muchos antiguos miembros de las Juventudes de Acción Popular en la primavera de 1936, con su líder ya en prisión y en un contexto de preguerra civil; aun así, las consignas principales que movilizaron a buena parte de la juventud española durante aquel periodo que abarcó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (“España Una, Grande y Libre”; “Por la Patria, el Pan y la Justicia”; “¡Arriba España!”) tienen origen en las empresas periodísticas y doctrinales de Ramiro Ledesma, a quien también han atribuido ser el primer autor en plantear una convergencia de sectores antimarxistas como la que derivó en la Unificación de Falange y Requeté de 1937:

«Su primer gran triunfo póstumo se produjo el 19 de abril de 1937, cuando se decretó la unificación de todas las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación iniciada el 17 de julio de 1936, en una única organización, de fisonomía fascista denominada Falange Española Tradicionalista y de las JONS (…) Sin embargo, se trató de un triunfo póstumo relativo, ya que no se cumplió la segunda premisa que siempre había defendido el zamorano una vez que se produjera esta unificación: la realización de una auténtica revolución nacional en sentido fascista, algo que el franquismo nunca llevó a cabo» (Edición crítica de ¿Fascismo en España? a cargo de Roberto Muñoz Bolaños, editorial Sepha, 2013, pág. 139).

Promotor ideológico del nacionalsindicalismo (movimiento que contribuyó a la creación del Estado del Bienestar en España), agitador periodístico en diversos medios propios (La conquista del Estado, JONS, La Patria Libre, Nuestra Revolución) y ajenos (El Fascio, Acción Española, El Debate, La Nación, Libertad, Patria Sindicalista, Informaciones, Heraldo de Madrid), autor de las únicas obras doctrinal e historiográfica del movimiento nacionalsindicalista en su primera etapa, y precursor de la unificación política (aunque no en el mismo sentido que tuvo con posterioridad) que marcó el siglo XX español y cuyos ecos alcanzan hasta el presente… Se le podrá achacar lo mismo que a José Antonio: muerto ha sido más influyente que vivo. Pero no que su paso por la vida pública española fuese poco más que una anécdota. Sinceramente, la Historia de España del siglo XX sería absolutamente imposible de explicar si omitiéramos por completo el papel de Ramiro Ledesma, por muy por debajo que permaneciera en vida de otras figuras como José Antonio Primo de Rivera, José Calvo Sotelo, José María Gil Robles, Ángel Pestaña, Indalecio Prieto, Manuel Azaña y un largo etcétera de contemporáneos de su época.