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2 marzo 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Miércoles de ceniza: 2-marzo-2022

Evangelio

Mt 6, 16-21

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando ayunéis, no estéis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socaban y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socaban ni roban; porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón».

«Miércoles de Ceniza»
(Julian Fałat, 1881)

Reflexión

Hoy, amantísimos, entramos en el sagrado tiempo de Cuaresma, que es el tiempo de la milicia cristiana. No es particular en nosotros esta observancia; es general a todos cuantos en el seno de la iglesia profesan una misma fe.

Estas palabras de San Bernardo nos recuerdan que empezamos hoy el santo tiempo de Cuaresma; este tiempo de combates y de victorias para el cristiano, por medio de las armas del ayuno y de la penitencia.

I. Como leeremos en el Evangelio del próximo Domingo, Jesucristo ayunó por cuarenta días en el desierto y su ejemplo fijó el número de días de nuestra Cuaresma que se estableció inmediatamente antes de la Pascua como el tiempo más apropiado para que sirva de preparación a esta gran fiesta.

Este primer día de la Cuaresma se llama Miércoles de Ceniza a causa de la santa ceremonia de bendecir e imponer la ceniza sobre la cabeza de los fieles. Ya en el Antiguo Testamento, ha sido la ceniza el símbolo de la penitencia, y la señal sensible del dolor y de la aflicción. «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza» (Job 42, 5-6). Daniel unió al ayuno  y a la oración la ceniza para interceder por su pueblo: «Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza» (Dan 9, 3). El rey de Nínive movido por la predicación de Jonás descendió de su trono y se cubrió de ceniza: «La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono, se despojó del manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo» (Jon 3, 6). Los Macabeos acompañaron su ayuno solemne con la ceremonia de la ceniza que pusieron sobre la cabeza: «Ayunaron aquel día, se vistieron de sayal, se esparcieron ceniza sobre la cabeza y se rasgaron las vestiduras» (1Mac 3, 47).

En el uso actual, la bendición e imposición de la ceniza procede de la disciplina penitencia de la Iglesia en los primeros siglos. Según las antiguas ceremonias, los grandes pecadores se presentaban a la puerta de la iglesia cubiertos de saco, los pies desnudos, y con todas las señales de un corazón contrito y humillado. El Obispo, o el Penitenciario, les imponían una penitencia proporcionada a sus pecados. Después, habiendo recitado los salmos penitenciales, se les imponían las manos, se les rociaba con agua bendita, y se cubría su cabeza con ceniza. Pero, como todos los hombres son pecadores, dice San Agustín, todos deben ser penitentes; y esto es lo que movió a los fieles a dar en este día una señal pública de penitencia, recibiendo la ceniza sobre su cabeza.

II. Consideremos, pues, que imponer hoy la ceniza sobre nuestra cabeza no es una ceremonia puramente  exterior. Es una práctica religiosa que nos recuerda, en primer lugar, la certeza de nuestra fragilidad y de nuestra muerte:

Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás. Estas fueron las palabras que dijo Dios al primer hombre después de su desobediencia (Gn 3, 19). Las mismas dirige la Iglesia en particular a cada uno de nosotros, por boca de sus ministros, en la ceremonia de este día porque nada hay más consolador y eficaz que la verdad. El designio de la Iglesia, imponiéndonos la ceniza en la frente, es excitarnos a la penitencia a la vista de este débil resto en que vienen a parar todos los bienes, los placeres, los honores de esta vida, y a que nosotros mismos hemos de quedar reducidos en la muerte. Por eso, la ceniza es símbolo de la penitencia, de la conversión del cambio de vida. Y debe acompañarse del sacramento de la confesión recibido en estos días como la mejor forma de prepararnos para vivir este santo tiempo de Cuaresma.

Que la Virgen María nos alcance las gracias que necesitamos para unirnos a la Pasión de Cristo en esta vida y llenarnos de gozo en la aparición de su gloria.