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30 enero 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Septuagésima: 31-enero-2021

Epístola (1Cor 9, 26-21; 10, 1-5)

¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado. Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios.

Evangelio (Mt 20, 1-16)

Pues el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Reflexión

Comienza hoy el tiempo de Septuagésima que precede inmediatamente a la Cuaresma y que se desarrolla en tres domingos: el de Septuagésima (que estamos celebrando), el de Sexagésima y el de Quincuagésima. Se trata respectivamente del séptimo, sexto y quinto domingo antes del de Pasión. Históricamente, este tiempo litúrgico nace del deseo de completar los días de ayuno propios de la Cuaresma y queda configurado definitivamente en el pontificado de Gregorio VII (s. XI). Dada la estrecha vinculación con la Cuaresma, encontramos en la Liturgia de estos domingos los signos externos característicos de la misma:

  • Los ornamentos son morados.
  • Tanto en la Misa como en el oficio divino se suprime el Aleluya y en la Misa el Gloria.
  • Después del Gradual se reza o se canta el Tracto que expresa sentimientos de súplica angustiosa y de humilde confianza que debemos asimilarnos nosotros en estos días.

*

I. Son varias las parábolas pronunciadas por Jesús en las que se utiliza como elemento de comparación una viña:

  • Los obreros contratados por el propietario (Mt 20, 1-16) que escuchamos este domingo.
  • Los dos hijos enviados a la viña (Mt 21, 28-32)
  • Los viñadores homicidas (Mt 21, 33-43)

En el Antiguo Testamento la viña es la imagen del pueblo elegido; «La viña del Señor del universo es la casa de Israel» leemos en el profeta Isaías (Is 5, 7). Esta vid ha sido transportada por Dios de Egipto y la ha plantado en una tierra fértil después de haber arrojado de allí a los pueblos que la ocupaban, y la ha prodigado afectuosísimos cuidados (Sal 80, 9-11); ella, en cambio, en vez de producir los frutos esperados dio abrojos (Is 5, 1-7) y se convirtió en sarmiento degenerado (Jer 2, 21) o quedó reducida a leña seca que no puede servir más que para el fuego (Ez 15, 2-7).

En el Nuevo Testamento la viña sigue siendo imagen del pueblo elegido y también figura (tipo) del nuevo pueblo (la Iglesia). En varias parábolas se utiliza la vid para hablar del reino de Dios, o sea de los beneficios mesiánicos con que el Señor quería llevar a los hombres a la salvación: beneficios de que se verán privados los judíos y que se traspasarán a los paganos que se encuentran mejor dispuestos (cfr. voz «viña» in: Francesco SPADAFORA (dir.), Diccionario bíblico, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1959, 595-596).

Este motivo lo encontramos en la parábola de los obreros enviados a la viña pues el «reino de los cielos» es el objeto de su descripción («El reino de los cielos se parece a un propietario…»: Mt 20, 1). La expresión equivale a decir «Reino de Dios» porque, como sabemos, los judíos no pronunciaban el nombre de Dios y lo sustituían por expresiones indirectas.

Del reino de los cielos se dice unas veces que está ya presente y otras se presenta como una realidad futura. Es decir, ya está en medio de nosotros y en continuo perfeccionamiento y progreso, en espera del futuro que es la posesión perfecta y total de la felicidad en el cielo. Es además el reino de la gracia en las almas (interno, invisible) y al mismo tiempo social, visible, en cuanto que coincide con la Iglesia fundada por Cristo en la tierra.

II. La parábola se refiere pues a los dos momentos en que se desarrolla el reino de Dios: al tiempo en que se convoca a sus miembros aquí en la tierra y al momento de su consumación definitiva en la eternidad.

II.1. En relación con el primer momento, podemos aplicar esta parábola a nuestra propia vocación a la vida cristiana. Y a la predilección de que hemos sido hecho objeto por parte de Dios. Se subraya, pues, su carácter de don gratuito que debemos acoger y hacer que fructifique.

II.2. El reparto del jornal a los obreros contratados nos remite a ese otro momento de consumación, de plenitud en la vida eterna. Todos los que han trabajado por el reino de Dios reciben una misma paga que representa la vida eterna. Pero en el plan de Dios, la gratuidad no exime de la responsabilidad de cooperar. Pertenecer a la Iglesia no es simplemente estar en el camino de ser salvados. Es formar parte de un cuerpo en el que los miembros todos tenemos que trabajar unos por otros y esforzarnos por llevar a todos los hombres la redención que nos mereció Cristo y que la Iglesia extiende a lo largo de los siglos. Todos estamos llamados a trabajar en la viña. Siempre y para todos hay en ella un quehacer y lo importante es que cada uno descubramos el nuestro.

III. En la Epístola, San Pablo subraya lo que nosotros tenemos que aportar en la obra de nuestra salvación. Y lo compara con el esfuerzo, la lucha. El Apóstol describe al cristiano militante, valiéndose de las comparaciones con los famosos juegos de la antigüedad: carrera (1Cor 9., 24) y pugilismo (v.26), donde todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de empeñarnos nosotros, y con tanta mayor razón, por obtener el premio de la eternidad.

Para motivar este esfuerzo, san Pablo recurre a la experiencia de lo ocurrido al pueblo de Israel tras el éxodo de Egipto. El adjetivo «todos» se repite cinco veces para acentuar que aunque «todo Israel» recibió aquellas bendiciones, sólo un pequeño número entró en la tierra prometida.

Es decir, que no estamos aún confirmados en la gracia (cf. Hb 8, 8 ss.), y nuestra carne estará inclinada al mal hasta el fin, por lo cual, aunque ya somos salvos en esperanza (Rm 8, 4), hemos de saber que sólo podremos vencer nuestras malas inclinaciones recurriendo a la vida según el espíritu (Ga 5, 16 y nota), y que cada instante en que nos libramos de caer en la carne es un nuevo favor que debemos a la gracia de la divina misericordia (cfr. Juan STRAUBINGER, La Sagrada Biblia, in 1Cor 9, 24-10, 12). Poco valen, en efecto nuestras obras, pero, en eso radica la grandeza de la vida cristiana: ayudados de la divina gracia y unidas a los méritos de Jesucristo, tienen la promesa de un gran premio que confiamos alcanzar. Ese es precisamente el objeto de la virtud teologal de la esperanza.

*

Este mundo es la viña y el campo en el que estamos llamados a cumplir nuestra misión. Busquemos la protección de la Virgen María especialmente en esos momentos en que el trabajo de la vida se nos hace más difícil, como les ocurrió a los protagonistas de la parábola por el peso del día y el bochorno y seamos fieles a nuestra vocación de hijos de Dios que esperamos llegue a su plenitud un día en la gloria del Cielo.