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7 enero 2021 • La Inquisición había logrado su objetivo: si no extirpó el alumbradismo, lo redujo a un caso aislado

Manuel Fernández Espinosa

Los «alumbrados» en Jaén

1. El alumbradismo español.

La herejía del “alumbradismo” fue, durante los siglos XVI y XVII, uno de los fenómenos que mantuvieron en guardia a la Inquisición española. Los alumbrados (también llamados “iluminados”, “dejados” o “quietistas”) brotaron como una secta mística en los primeros años del siglo XVI, aunque ya hay indicios tempranos en el siglo XV. La Cristiandad estaba en ebullición: en los Países Bajos había irrumpido una corriente espiritual que valoraba más la oración mental y desdeñaba las expresiones externas de la religiosidad tradicional, mientras tanto, en Florencia, un franciscano visionario con ínfulas de profeta, llamado Girolamo Savonarola, encontró fervientes seguidores entre algunos frailes españoles. Las relaciones entre España con los Países Bajos e Italia eran muchas en aquel tiempo y el contagio no se demoró, por lo que floreció en España un movimiento religioso que no tardaría en granjearse las sospechas de conculcar la recta doctrina católica. Alboreaba por aquellos años también el luteranismo que fracturó la unidad católica de Europa y entre nuestros intelectuales ganaba prestigio Erasmo de Rotterdam que, aunque nunca llegó a romper con la Iglesia católica no escatimó pullas contra las órdenes religiosas que, en efecto, se hallaban bastante corrompidas en Europa, aunque en España habían sido reformadas por el Cardenal Cisneros. Y por si fuese poco, muchos de los frailes y seglares que adoptaban estas opiniones novedosas eran en su mayor parte descendientes de judíos conversos, lo que era suficiente motivo para hacer saltar las alarmas de los cristianos viejos.

Es en Castilla y, en concreto, en Guadalajara, donde encontramos el epicentro del alumbradismo. Un seglar con inquietudes religiosas, de origen converso, fue discípulo de la monja, también descendiente de judíos conversos, Isabel de la Cruz. En los procesos inquisitoriales de ambos guadalajareños se averiguó que el origen del alumbradismo se hallaba en dos hermanos: Juan y María de Cazalla. Juan era franciscano y estrecho colaborador del Cardenal Cisneros en algunas de sus empresas, no obstante, su libro “Lumbre del Alma” (1528) se hizo sospechoso por ciertas ideas que tenían poca resonancia en la religiosidad convencional de la época. Su hermana María de Cazalla realizó su propia interpretación de las ideas de su hermano y, a la postre, es María de Cazalla la que fue señalada como principal dogmatizadora del alumbradismo que propagaron con cierta eficacia Isabel de la Cruz y su discípulo seglar, el más arriba mentado Ruiz de Alcaraz.

Existió otro iluminismo, pero de corte apocalíptico, directo heredero de Savonarola, que podría entreverarse en ciertas ideas de los frailes agitadores de la revuelta comunera, con sus ideas apocalípticas y mesiánicas, pero el alumbradismo que cuajó a la larga fue el de los “iluminados” del dejamiento. Y a ese sí que persiguió la Inquisición. ¿Pero qué opiniones tenían estos “alumbrados”?

La idea base estaba en la “contemplación pura, en que, perdiendo el alma su individualidad, abismándose en la infinita Esencia, aniquilándose por decirlo así, llega a tal estado de perfección e irresponsabilidad, que el pecado cometido entonces no es pecado” –nos dice Marcelino Menéndez y Pelayo. El “dejarse”, el desprecio por las fórmulas exteriores de la religiosidad (oración vocal, sacramentos, devociones a imágenes, etcétera), empezarían a ser rasgos de los alumbrados que pensaban que no pecaban si lograban eso: abismarse en Dios. Pero si hubo alumbrados que así pensaban y a nadie infligieron ningún daño, los había que aprovechaban esta doctrina que desdeñaba el pecado, para justificar sus pecados: desde la engañifa de fingir experiencias místicas (arrobamientos, visiones, etcétera) hasta la promiscuidad sexual sin ningún asomo de remordimiento. Y Menéndez y Pelayo, otra vez: “la Inquisición hizo cuanto en lo humano cabía por atajar el mal; no perdonó ni a uno solo de los embaucadores. Jamás dio cuartel al falso misticismo; y, si no pudo cortarle de raíz, porque más fácilmente se curan las herejías que nacen del error del entendimiento que las que van envueltas en depravada voluntad y torpe lujuria, extinguió, sin embargo, los focos principales, las más numerosas congregaciones de la secta y la dejó reducida a casos aislados.”

Puede pensarse que todo esto del avance de la herejía iluminista sucedía en Castilla, lejos de Torredonjimeno y que, por lejanía, no tendría consecuencias en nuestra localidad, pero sucede que el Reino de Jaén fue un territorio donde prosperó a escondidas el alumbradismo, siendo detectados dos focos que concentraron la atención del Santo Oficio de la Inquisición: uno en la universidad de Baeza y el otro en un conciliábulo en Jaén capital. Y como veremos más abajo, Torredonjimeno parece que fue el que puso el broche final a los casos de alumbrados en nuestra provincia, mostrando así que la Inquisición había logrado su objetivo: si no extirpó el alumbradismo, lo redujo a un caso aislado como el de nuestra localidad.

San Juan de Ávila (1550-1569)

2. El alumbradismo en Jaén.

La complejidad del fenómeno de los alumbrados y, en ocasiones, la poca perspicacia de las autoridades eclesiásticas de la época encontró sospechosos de “alumbradismo” a santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, así como a San Juan de Ávila. San Juan de Ávila había organizado la Universidad de Baeza. Eso explica que muchos de los procesados de Baeza bajo la sospecha de alumbrados fuesen clérigos que tuvieron una estrecha relación con San Juan de Ávila y que estaban explorando una religiosidad que levantaba suspicacias entre los clérigos más chapados a la antigua. Fueron objeto de acusaciones y procesos eminentes maestros y teólogos de la universidad baezana como Hernando de Herrera, Diego Pérez de Valdivia (eminente inmaculista que se anticipó a su tiempo), Bernardino de Carleval, Francisco Hernández y Luis de Noguera. Transcurrido el tiempo, se demostraría que estos encausados tal vez se explicaran desafortunadamente en alguna ocasión, pero todo indica –según apunta D. Luis Coronas Tejada- que fueron denunciados por las envidias que despertaban estos clérigos que, por la frescura de su enfoque religioso y por su ejemplaridad, atraían más fieles a sus confesonarios que los que porfiaban en formas obsoletas de religiosidad. Así que, aunque los intelectuales de Baeza fuesen denominados “alumbrados”, habría que tener precaución con ello y no hacerles agravio con ese calificativo.

Otro caso muy distinto es el que se produce en el conciliábulo de –estos sí que- alumbrados de Jaén capital. Aquí sí estamos ante una secta que llegó a formar a su alrededor un clérigo llamado Gaspar Lucas. Por las fechas en las que estudió en Baeza, es más que probable que Gaspar Lucas hubiera sido alumno de Bernardino de Carleval y de Diego Pérez de Valdivia, hasta que se convierte en prior de San Bartolomé en la capital jiennense y empieza a actuar por libre. Una vez nombrado prior Gaspar Lucas establece relaciones con algunas mujeres de las que, en aquel entonces, abrazaban el celibato en su propio domicilio y a las que se las llamaba popularmente “beatas” (sin que ello fuese ningún peyorativo). Gaspar Lucas las confesaba, les daba la comunión (a veces infringiendo los preceptos), las “exorcizaba” sin necesidad alguna y les inculcaba desviaciones doctrinales y, envuelto en todo ese desaguisado de prácticas extrañas, Gaspar Lucas tenía relaciones sexuales con las que elegía de entre ellas. Así mantuvo trato carnal –y valgan algunos casos- con María Romera “La Corregidora” (36 años) que era la favorita del harén del prior de San Bartolomé; Antonia Rodríguez era la segunda en sus querencias por moza y fresca; Isabel de la Cruz (de 27 años) que llegó a fingir estar estigmatizada para ganarse el primer puesto en la afición del lujurioso y herético clérigo. Otra, de 25 años, Francisca de la Cruz, fingía arrobamientos y narraba las supuestas visiones beatíficas que tenía y que no eran más que fabulaciones suyas, aunque ni por esas fue de las preferidas de Gaspar Lucas… Y había más mujeres al alcance de Gaspar Lucas.

Salta a la vista que Gaspar Lucas las embaucaba y que ellas, con celo competitivo, fingían experiencias místicas, desde la simulación de posesión diabólica hasta las visiones celestiales inventadas por sus mentes calenturientas. Y todo ello lo hacían para que los que las veían en esos trances las consideraran santas y, no pocas veces, por hallar favor sexual de su mentor. Pero en la congregación sectaria de Gaspar Lucas también hubo hombres, como Pedro Roma que era discípulo de Lucas y el más aventajado; por ello Pedro Roma entró en competencia con el “maestro” a la hora de seducir a las beatas. Cristóbal Moreno y Miguel de Muela también figuraron en este grupo. Roma, Moreno y Muela eran de oficio zapateros, aunque descuidaban mucho su quehacer con la lezna, por esos devaneos pseudo-místicos.

En los casos de Baeza y de Jaén capital podemos ver la doble vertiente que tiene el alumbradismo en nuestro antiguo Reino de Jaén. Por un lado, hombres de formación universitaria que, aunque podían llamar la atención por la novedad de sus homilías y discursos (extraños para el catolicismo convencional de la época) eran intachables en su moral, aunque su doctrina pudiera sonar a rarezas en aquel tiempo. Por otro lado, algún discípulo de esos mismos que, acomodando la doctrina recibida de sus maestros a sus intereses mundanos, embaucaba a las mozas “piadosas” que rivalizaban entre ellas para pavonearse de tener experiencias preternaturales y, de paso, experiencias demasiado naturales.

3. Los postreros coletazos del alumbradismo: el caso de Torredonjimeno.

Torredonjimeno tiene dos puntos de convergencia con el alumbradismo. En orden cronológico, el primero de los nexos es indirecto, pero no por ello menos interesante. Los alumbrados de primera hora, recordemos que naturales de Guadalajara (y, en concreto, Pedro Ruiz de Alcaraz), entrarían en contacto con un personaje muy vinculado con nuestra localidad: Diego López Pacheco, duque de Escalona, marqués de Villena y mecenas del Santuario de Nuestra Señora de Consolación. Como señalan los autores de “La Virgen de Consolación de Torredonjimeno. Notas para su estudio histórico y antropológico”: “En la primavera de 1491 don Diego López Pacheco se encontraba en Torredonjimeno (…) sin duda fue entonces cuando mandó realizar la capilla gótica en Consolación (…) La construcción sería inmediata, a juzgar por la visita de 1495”. Su presencia y relación con nuestra localidad se enmarca en el escenario de la Guerra de Granada. Más tarde, el duque de Escalona se retiraría a sus estados, formando a su alrededor una corte de frailes y seglares, eruditos y espirituales, que compartían un anhelo común por mejorar su religiosidad. Y aunque el duque de Escalona siempre había sido devoto, debido a tantos avatares de su vida política y familiar D. Diego López Pacheco terminó volcándose en la religión, como apunta su biógrafo: “…el único consuelo, el refugio más seguro que este hombre triste y desafortunado pudo encontrar fue la religión cristiana. Hombre culto y sensible, el marqués de Villena abrazaría con enorme entusiasmo, a partir de la segunda década del siglo XVI, las doctrinas de Erasmo de Rotterdam, del que fue un ferviente seguidor”.

Pero, además de su interés por la obra erasmista, Diego López Pacheco protegió a los alumbrados primitivos, como señala John H. Elliott: “Esta clase de iluminismo había de triunfar en particular en Escalona, en casa del marqués de Villena, donde en 1523, uno de los discípulos de Isabel, Pedro Ruiz de Alcaraz, seglar de origen converso, consiguió implantar la práctica del dejamiento en lugar del iluminismo esencialmente emocional predicado por un fraile de la tendencia apocalíptica, Francisco de Ocaña”. Ocaña era de la tendencia apocalíptica de Savonarola.

Pero el duque de Escalona contrató a Pedro Ruiz de Alcaraz en condición de predicador seglar el año 1519 –mucho antes de la fecha que da Elliott. Diego López Pacheco, achacoso y decrépito, gusta de rodearse de hombres que le hablen de Dios. Francisco de Osuna, un místico auténtico, le dedica al duque su “Tercer abecedario espiritual” en 1527; Juan de Valdés, conspicuo erasmista, le dedica “Doctrina cristiana” en 1529.

El tal Pedro Ruiz de Alcaraz cobraba 35.000 maravedíes por predicar al marqués, a su servidumbre, a algunos clérigos y a Juan de Valdés.

El segundo nexo es directo. Tiene lugar muchos años después, casi cien años después de todo eso. Ya no quedan grupúsculos de alumbrados donde un cura de moral relajada por una doctrina pseudo-mística se divierte con sus beatas, pero todavía quedan resabios. Y en el Auto de Fe, celebrado en Córdoba, el 2 de diciembre de 1625 el único alumbrado que pasea la Santa Inquisición es un individuo que, aunque no es natural de Torredonjimeno, ha perpetrado sus fechorías en una ermita extramuros de nuestra localidad, la de San Cristóbal (que desapareció con el tiempo, pero que tuvo su emplazamiento en algún lugar de nuestro Monte Calvario).

El sujeto en cuestión se llamaba Miguel Tello y era natural de Albalate de Zurita, una población que (ya no puede extrañarnos) se enclava en la actual provincia de Guadalajara, el foco del alumbradismo español. En la relación del auto de fe, no se precisa la razón por la que el albalateño Miguel Tello termina como ermitaño en nuestra ermita de San Cristóbal “junto a la Torre de don Ximeno” –escribe el relator del Auto de Fe. Miguel Tello fue detenido por la Inquisición, tras ser denunciado por “alumbrado” y “embustero”. Y es que “valiéndose de decir que tenía revelaciones y que veía muchas visiones celestiales, las refería a muchas y diferentes mujeres, con quien pretendía ganar opinión para sus embustes”.

Haremos bien en entender, por la cita del relato, que Miguel Tello presumía de dones sobrenaturales con la intención de impresionar a las mujeres con las que hablaba, puede que con deshonestas intenciones; como el corrupto prior de Jaén. Entre las visiones que decía haber tenido se supo que “en unos carbones encendidos había visto la diadema de las tres potencias que ponen a Jesucristo nuestro Señor sobre la cabeza”.

Entre las opiniones más sospechosas que lo llevaron ante el Tribunal de la Inquisición estaba la de opinar que el Espíritu Santo asistía a los concilios y que, “si los moros hicieran concilio les asistiría también el Espíritu Santo”: esta opinión delata más bien una falta de formación doctrinal del acusado. Otra opinión extraña que sostenía es que Jesucristo “no tenía alma, sino que la Divinidad le servía de alma”. Parece que había otras opiniones que chocaban con la doctrina católica, pero no se da cuenta de ellas.

La condena que se le impuso fue bastante blanda y da idea de las exageraciones que de la Inquisición española se han hecho, pintándola como extremadamente cruel. Miguel Tello fue condenado a salir como penitente en el auto de fe de aquel día 2 de diciembre en Córdoba, con una vela. Se le desterró de Torredonjimeno y del distrito de la Inquisición. Se le privó del hábito de ermitaño y se le recluyó en un convento por dos años, para que trabajara en lo que en ese convento le ordenara su superior y, a la vez, fuese instruido en catecismo para aclararle la doctrina.

Ese día el alumbrado no alumbró en una hoguera.