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27 diciembre 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo infraoctava de la Natividad del Señor: 27-diciembre-2020

Epístola (Gal 4, 1-7)

Digo además que mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo siendo como es dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Evangelio (Lc 2, 33-40)

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión

Los textos de esta Misa en el Domingo dentro de la Octava de Navidad nos presentan a través de diversas perspectivas tres temas íntimamente unidos: el nacimiento de Jesús, su Pasión y el fruto que nosotros recibimos de estos misterios. Podemos decir, por tanto, que subrayan la unidad del misterio redentor, llevándonos del pesebre de Belén a la cruz del Calvario (cfr. Pius PARSCH, El año litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 96-97). Estamos, pues ante una expresión de lo que profesamos en el Credo: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo».

I. Nacimiento. La antífona del introito está tomada del libro de la Sabiduría y más en concreto de un pasaje que evoca el momento en que Dios liberó a su pueblo de la cautividad en Egipto. Así dice el texto bíblico:

«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo | y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, | cual guerrero implacable, sobre una tierra condenada al exterminio; | empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable» (Sab 18, 14-15).

La «palabra omnipotente» de la que se habla es una expresión del poder divino. En medio del silencio de la noche, la «palabra omnipotente» de Dios, que creó todas las cosas, las conserva, y puede reducir a la nada, como un invencible guerrero fue sembrando la muerte en los hogares de los egipcios en cumplimiento del decreto divino de dar muerte a sus primogénitos. Estos versículos se aplican en sentido acomodaticio al Nacimiento de Jesús. Como el ángel exterminador por medio de la muerte de los primogénitos puso fin a la esclavitud egipcia, así el Verbo de Dios, que nace en el silencio de aquella noche en el portal de Belén, nos libró de la esclavitud del demonio y del pecado (cfr. Biblia comentada, vol.4, Libros sapienciales, Madrid: BAC, 1962, 1064).

II. Pasión. En el Evangelio (Lc 2, 33-40), la profecía de Simeón dirigida a la Virgen María expresa la misión redentora de Jesucristo en tonos particularmente dramáticos.

«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (vv.34-35). Jesús es reconocido como el Mesías esperado pero también «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia el sacrificio de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado. «Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras de Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David (Lc 1, 32). Simeón las confirma en el v. 32, pero introduce una espada –el rechazo del Mesías por Israel (v. 34)– cuya inmensa tragedia conocerá María al pie de la Cruz» (Mons. STRAUBINGER, La Sagrada Biblia, in: Lc 2, 35). Dios asume nuestra naturaleza para hacerse uno de nosotros y reconciliarnos con Él mediante su muerte en la cruz.

III. Unión entre Navidad y Pascua. En la Epístola (Gal 4, 1-7) encontramos un punto de unión entre la Navidad y la Pascua. San Pablo nos presenta una síntesis de todo el misterio de nuestro Señor: la preexistencia eterna de Cristo, su venida en la plenitud del tiempo como Enviado de Dios y su nacimiento de la Virgen para hacernos partícipes de la filiación divina. «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (vv.4-5) Es decir, Dios envió a su Hijo para que nos redimiese y para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de adopción y herederos suyos. Como dice san Juan en el prólogo de su Evangelio: «a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Cristo nos alcanza la capacidad de llegar a ser hijos adoptivos de Dios, comunicándonos la vida divina por el Espíritu Santo. Por eso anuncian los ángeles la noche de Navidad: «os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). Ha nacido «para vosotros, en favor vuestro».

*

Durante todo este tiempo de Navidad, recordemos como nos dice el evangelio que María «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2. 19. 51). Pidámosle su intercesión para que nos alcance de su Hijo la gracia de ser capaces de penetrar un poco más en la hondura y en la belleza de estos misterios del nacimiento y la infancia de Jesús. Y como la espada de dolor predicha a María por Simeón anuncia la intervención de la Virgen como cooperadora de su Hijo en la obra de nuestra redención y santificación, no olvidemos que Ella es el camino más corto para llegar a su Hijo Jesús: «a Jesús por María».