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22 noviembre 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Último Domingo después de Pentecostés: 22-noviembre-2020

Epístola (Col 1, 9-14)

Por eso también nosotros, desde que nos enteramos, no dejamos de orar por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esa manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificando en toda obra buena, y creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos plenamente según el poder de su gloria para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, | y nos ha trasladado | al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, | el perdón de los pecados.

Evangelio (Mt 24, 15-35)

Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, el que esté en la azotea no baje a recoger nada en casa y el que esté en el campo no vuelva a recoger el manto. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Orad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días. Y si alguno entonces os dice: “El Mesías está aquí o allí”, no le creáis, porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos. Os he prevenido. Si os dicen: “Está en el desierto”, no salgáis; “En los aposentos”, no les creáis. Pues como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres. Inmediatamente después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Enviará a sus ángeles con un gran toque de trompeta y reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis todas estas cosas, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Políptico del Juicio Final (Rogier van der Weyden)

Reflexión

I. Contexto litúrgico

Podemos preguntarnos la razón por la que el Evangelio del último domingo del año litúrgico y del primero, nos presentan el mismo tema: la venida en gloria y majestad de Jesucristo al final de los tiempos, presentado por dos evangelistas: san Mateo y san Lucas.

La razón es de carácter histórico y está vinculada a la formación de la Liturgia romana como nos explica Dom Gueranguer. En tiempo de San Gregorio (+604) el Adviento era más largo que hoy y, por eso, sus semanas se anticipaban a parte del Ciclo ocupada ahora por los últimos domingos del mes de noviembre. Por tanto, el último domingo del año litúrgico era el XXIII después de Pentecostés cuyos textos hacían referencia a la conversión de los judíos y a la restauración de Israel anunciada para los últimos tiempos. Así las últimas notas de la Sagrada Liturgia se unían con el anuncio de la última palabra, de la última intervención de Dios en la historia del mundo. El fin que la eterna Sabiduría pretendió en la creación y que misericordiosamente prosiguió después de la caída con la redención, estará conseguido entonces porque este fin no fue otro sino la unión divina con el género humano, verificada en la unidad de un solo cuerpo que tiene a Jesucristo por cabeza.

En cambio, el lugar propio para el anuncio y la meditación sobre la segunda venida del Hombre-Dios y el juicio final, era el Adviento. Aquí se situaba, por ejemplo la célebre secuencia Dies Irae, que rezamos ahora en las Misas de Requiem pero que propiamente está referida no a la muerte en particular de cada cristiano sino al artículo de fe del Credo: «está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».

Sólo después de siglos, queriendo dar al Ciclo una conclusión más precisa, se decidió a terminarlo también con el relato profético de la venida del Señor, que da fin al tiempo y principio a la eternidad. Como san Lucas ya desde tiempo inmemorial es el encargado de anunciar esta venida en los días del Adviento, se escogió el Evangelio de san Mateo para describirla de nuevo y más ampliamente en el último Domingo después de Pentecostés.

II. El texto del Evangelio

Esta sección del discurso del Señor tiene tres aspectos:

1) Señales de la ruina de Jerusalén (v. 15-22); 2) señales de la venida de Cristo (v.23-28); 3) la venida del «Hijo del hombre» y su descripción apocalíptica (v.29-31).

Ocasión de estas palabras (vv. 1-3):

«Cuando salió Jesús del templo y caminaba, se le acercaron sus discípulos, que le señalaron las edificaciones del templo, y él les dijo: «¿Veis todo esto? En verdad os digo que será destruido sin que quede allí piedra sobre piedra». Estaba sentado en el monte de los Olivos y se le acercaron los discípulos en privado y le dijeron: «¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?».

Siendo formulada expresamente la pregunta de los discípulos, no sólo sobre la destrucción del templo, sino también sobre «el fin de los tiempos», se ve que la respuesta de Jesucristo abarca, a los dos temas. El historiador judío Flavio Josefo describe la devastación de Jerusalén en el año 70, el cumplimiento total de la profecía sobre la destrucción de la capital es una imagen de cómo se cumplirá también todo lo que Jesús profetizó sobre el fin de los tiempos.

Jesús dejó en la penumbra la relación concreta entre los signos precursores y el hecho que deberán anunciar para que también nosotros estemos en continua vigilancia. Una cosa es cierta: Jesucristo, Supremo Juez, domina toda la historia de la humanidad, también el fin de los tiempos.

III. Juicio Final y Reinado de Cristo

En la Epístola (Col 1, 9-14) el Apóstol pide a Dios que les dé a los Colosenses un conocimiento profundo, que se traduzca en obras, de la «voluntad de Dios» sobre ellos para que sepan juzgar de las cosas rectamente, en función de nuestro fin sobrenatural. Cierto que los colosenses, como en general los cristianos, se encontrarán en su vida con tentaciones y pruebas duras, pero nada de eso debe ser capaz de hacerles perder su «paciencia» y quitarles su «alegría» dando continuamente gracias a Dios Padre por haberles llamado a participar en la «herencia de los santos» cuya consumación definitiva tiene lugar en la gloria que es el reino de la luz, el reino de Jesucristo (cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 622-623).

Esa consumación definitiva, llegará el día en que el Señor Jesús pondrá fin a toda la historia y al universo entero tal cual como lo conocemos: «De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin»

El día de la venida del Señor será el día de la manifestación de su gloria, el día de su triunfo, el día de la plenitud de su poder. Se manifestará a todos, y lo escucharemos pronunciar la sentencia divinamente justa e irrevocable: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo… Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt 25, 34. 41).

IV Frutos de la memoria del Juicio

«Estas son las cosas que con la mayor frecuencia deben los Pastores inculcar a los oídos del pueblo fiel. Porque la verdad de este artículo creída con fe sobrenatural, es muy poderosa para contener los rebeldes apetitos del ánimo y apartar los hombres del pecado. Por lo cual dijo el Eclesiastés. “En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías, y jamás pecarás” (7, 40). Y a la verdad, apenas habrá quien se deje arrastrar de sus vicios con tanta fuerza, que no le mueva al deseo de bien vivir aquella verdad, de que día ha de venir en que ha de dar cuenta al justísimo Juez no solamente de todos sus hechos y dichos, sino también de los más ocultos pensamientos, y que ha de pagar la pena que por ellos le correspondiere.

Mas por el contrario, es necesario que el justo se anime más y más a ejercitar la virtud, y tenga grande alegría, aunque viva en pobreza, infamias y tormentos cuando se acuerde de aquel día en que después de las luchas de esta trabajosa vida, se verá declarado por vencedor en presencia de todos los hombres, y condecorado con honras eternas, será recibido en la patria celestial. Y por tanto lo que conviene es exhortar a los fieles, a que procuren vivir santa y justamente y que se ejerciten en todos los oficios de virtud, para que con toda seguridad de su alma puedan esperar aquel gran día del Señor que se va acercando, y aun desearle con vivas ansias como corresponde a hijos suyos» (Catecismo Romano, I, 8).