Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

25 octubre 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Nuestro Señor Jesucristo Rey: 25-octubre-2020

Epístola (Col 1, 12-20)

Dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, | y nos ha trasladado | al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, | el perdón de los pecados. Él es imagen del Dios invisible, | primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: | celestes y terrestres, | visibles e invisibles. | Tronos y Dominaciones, | Principados y Potestades; | todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, | y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. | Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, | y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él | quiso reconciliar todas las cosas, | las del cielo y las de la tierra, | haciendo la paz por la sangre de su cruz

Evangelio (Jn 18, 33-37)

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»

Jesús ante Pilato (James Tissot)

Reflexión

I. Con la Encíclica de Pío XI «Quas Primas» (11-diciembre-1925) la realeza de Cristo entró en la Liturgia universal en la forma de fiesta fijada en el último domingo de octubre, es decir el domingo anterior al día de Todos los Santos:

«porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos» (QP, 31).

Con esta ocasión, la realeza de Cristo entra también en la categoría de las verdades declaradas por el Magisterio de la Iglesia sin que por ello suponga una novedad ya que aparece reiteradamente en la Revelación como tendremos ocasión de comprobar más adelante.

¿Por qué, entonces no se establece hasta el siglo XX una fiesta especial, y es entonces cuando recibe la doctrina de Cristo Rey una mayor precisión teológica y adquiere unos contornos más definidos? El texto de Pío XI que venimos citando nos permite dar la respuesta:

«Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos» (QP 23).

Algunos sofistas de nuestro tiempo han intentado presentar la idea de una «laicidad» que se opondría al laicismo denunciado por el magisterio pontificio y que, por tanto, no solamente sería aceptable para los cristianos sino incluso deseable. Bastaría preguntar a los responsables de esas sociedades que se acogen a dicha laicidad presuntamente positiva si reconocen los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. La respuesta, a todas luces, es «no» por lo que el juicio católico es claro al respecto y la fiesta que estamos celebrando (suprimida en la reforma litúrgica que siguió al Vaticano II) ha de servir «para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo […] En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad» (QP 25).

II. Como decíamos, la verdad de la realeza de Cristo se encuentra explícita en las fuentes de la Revelación (cfr. Pietro PARENTE; Antonio PIOLANTI; Salvatore GAROFALO, Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955, 310).

– Ya en el Antiguo Testamento es vaticinada la Iglesia con las características de un reino, el reino mesiánico, fundado por Cristo, constituido Rey de todos los pueblos sobre el Monte santo de Sión para administrar misericordiosa justicia a los humildes y humillar a los soberbios. Su imperio universal prevalecerá contra las insidias de sus enemigos (Sal 2 y 71). Este concepto de la regia dignidad del Mesías se refleja en los títulos que le aplica Isaías al profetizar su nacimiento: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: | lleva a hombros el principado, y es su nombre: | “Maravilla de Consejero, Dios fuerte, | Padre de eternidad, Príncipe de la paz”. Para dilatar el principado, con una paz sin límites, | sobre el trono de David y sobre su reino. | Para sostenerlo y consolidarlo | con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre» (Is 9, 5-6).

– En el Nuevo Testamento, el Arcángel Gabriel dice a María: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32). «Después el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza. Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque lo ha sometido todo bajo sus pies» (1Cor 15, 24-27). El Apóstol distingue con toda claridad entre dos momentos de un mismo reinado de Cristo: el que corresponde al tiempo actual y el que sucederá a la venida Cristo (v. 23).

«Una vez vencidas las potencias hostiles que se oponen al reino de Dios (cf. 1Cor 2, 6; Ef 6, 12; Col 2, 15), puestos ya en seguro todos los redimidos, como general victorioso que vuelve de la campaña encomendada por el Padre (cf. Jn 17, 4), Cristo le entrega el reino (v.24). Fue preciso que «reinase», es decir, ejerciese el poder soberano de que está en posesión (cf. Ef 1, 20-23; Flp 2, 9-11), mientras hubiese enemigos que combatir, el último de los cuales ha sido la muerte, por fin derrotada también con la resurrección gloriosa de todos los justos (v.25-26); ahora, sometidas a Él todas las cosas, cesa su función redentora y mesiánica, y no le queda sino entregar al Padre el poder, dando así comienzo el reino glorioso y triunfante de Dios, reino de paz, de inmortalidad y de gozo, en que no habrá ya nada ajeno u opuesto a Él» (Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y cartas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 446)

– San Agustín recoge la tradición de los Padres: «Cristo en cuanto hombre ha sido constituido rey y sacerdote» (De consensu Evang.).

III. El reino de Cristo es de índole espiritual, pero no excluye la extensión a las cosas temporales; es también social, no sólo individual. Y en cuanto a su naturaleza contiene la triple potestad propia de toda realeza. Los testimonios de las Sagradas Escrituras son claros al respecto y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer (Concilio de Trento: Dz 831).

«Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad (Jn 14,15; 15,10).

El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo (Jn 5, 22). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio.

Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse» (QP 13).

IV. El reino de Dios en su consumación o fase celestial es esencialmente un don de Dios, pero supone siempre la cooperación humana. Para formar parte de él es indispensable haber observado fielmente la ley de Dios y así se explica cómo pueden ser excluidos de él quienes se hacen indignos con su vida: «Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo […] Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.» (Mt 25, 34. 41; 1Cor 6, 9-10; Gal 4, 19-21)

Con la Iglesia, nuestra Madre, proclamamos que, hoy como siempre, Nuestro Señor Jesucristo es la única fuente de salvación, tanto de las sociedades como de los individuos, pues para lo material y lo espiritual, para lo temporal y lo eterno, ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, por el cual podamos ser salvos.

Preparémonos para su Venida… y aceleremos su Venida por la oración y el sacrificio.

Nuestras vidas transitorias y pobres pueden unirse a algo grande, triunfal, absoluto, a un combate que es el eje de la historia del mundo, sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, que su Venida y su triunfo no están lejos, que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo…

Adveniat Regnum tuum… ¡Jesucristo, que venga tu Reino!

Ut adveniat Regnum tuum, adveniat Regnum Mariæ… ¡A fin de que venga tu Reino, que venga el Reino de María!