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25 octubre 2020 • Trataba de ir al corazón de la ley de Dios, a lo verdaderamente importante en orden a alcanzar la vida eterna

Angel David Martín Rubio

«No estás lejos del reino de Dios»

I. «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?» (Mt 22, 35). Esta pregunta que escuchamos  este Domingo (Forma ordinaria: XXX del Tiempo Ordinario, ciclo A) se la hizo a Jesús un fariseo, «doctor de la ley»; los otros evangelistas precisan que se trataba de «un escriba» (Mc 12, 28), de «un maestro de la ley» (Lc 10, 25). Es decir, alguien experto en las sagradas escrituras, en la interpretación de la ley de Moisés, uno de aquellos maestros que discutían frecuentemente entre ellos acerca de la importancia de los diversos mandamientos y que formaban a su alrededor diversas escuelas de acuerdo con la respuesta que daban.

La ocasión de la pregunta son las controversias que los distintos grupos religiosos y sociales que había en tiempos de Jesús (fariseos, saduceos, herodianos…) sostienen con Él en los últimos días de su vida pública y que venimos escuchando en los Evangelios de estos domingos. De ahí la introducción («Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos…») y la motivación que se esconde detrás de la cuestión planteada: «le preguntó para ponerlo a prueba». En esta ocasión, el sentido último de esa prueba planteada no esconde necesariamente una mala intención. San Marcos dice que aquel escriba se dirigió a Jesús «viendo lo acertado de la respuesta» que había dado a los saduceos. Es decir, aquel hombre probablemente no estaba buscando una clasificación teórica de los mandamientos de acuerdo con su mayor o menos dignidad, sino que trataba de ir al corazón de la ley de Dios, a lo verdaderamente importante en orden a alcanzar la vida eterna. Quería comprobar si Jesús, a quien todos llamaban «maestro», lo era realmente o al igual que tantos falsos doctores se enredaba en minucias y casuísticas, multiplicando hasta el extremo los preceptos y mandatos de la ley y sus exigencias: «¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!» (Lc 11, 46). Quizá por eso mereció aquel elogio de labios de Jesús: «No estás lejos del reino de Dios» (Mc 12, 34).

II. Como no podía ser menos, Jesús desborda sus previsiones y, no solamente le declara el mandamiento principal sino el segundo: amar a Dios y amar al prójimo.

«En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40). Es decir, son dos principios fundamentales que le dan a la Revelación de Dios y a la vida moral del cristiano el verdadero espíritu de que ha de estar animada (cfr. Mt 5, 17). Los mandamientos se resumen en el amor a Dios y al prójimo, es decir deben ser interpretados a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley (cfr. Rm 13, 9-10). La razón estriba en que nuestro amor al prójimo procede de nuestro amor a Dios; así como el amor que tenemos a Dios procede a su vez del amor con que Él nos ama y por el cual nos da su propio Espíritu que nos capacita para amarlo a Él y amar al prójimo: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5) (cfr. Mons. STRAUBINGER, La Sagrada Biblia, in 1Jn 5, 2).

III. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esto es lo que necesitamos: poner nuestra vida en manos de Dios con todo lo que tenemos y somos y servir a los demás, poner la mirada lejos de nosotros… en una palabra: amar. Amor con el corazón (amor interno) que ha de manifestarse al exterior (amor externo) siempre que se presente la ocasión o lo requiera el caso.

Podemos preguntarnos, para terminar, si en los lugares donde discurre la mayor parte de nuestra vida se manifiesta nuestro amor en la forma amable, comprensiva y acogedora con que tratamos a quienes forman parte de nuestro entorno, de nuestro día a día.

  • Si procuramos no faltar jamás a la caridad ni con el pensamiento, ni con las acciones; si sabemos pedir perdón y restaurar la cordialidad cuando hemos tratado mal a alguien o alguien se ha sentido molesto con nuestras acciones…
  • Si tenemos muestras de caridad con quienes nos rodean: aprecio sincero, una palabra de aliento o hacerles caer en algún que deben corregir, detalles de servicio, preocupación por sus problemas, ayudas que pasan inadvertidas…

Recordemos la entrega de la Virgen María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás; el ejemplo que nos da en la Visitación a santa Isabel. Pidámosle que nos alcance la gracia de irnos ejercitando en el amor al prójimo, para que pongamos en práctica los dos mandamientos más importantes y logremos amar a nuestro prójimo como Dios nos ha amado.