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27 septiembre 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

17º Domingo después de Pentecostés: 27-septiembre-2020

Evangelio

Mt 22, 34-46

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús una cuestión: «¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». Él les dijo: «¿Cómo entonces David, movido por el Espíritu, lo llama Señor diciendo: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Y ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie en adelante a plantearle más cuestiones.

Reflexión

Este domingo y el 22 después de Pentecostés, los Evangelios están tomados de sucesos ocurridos el Martes Santo, un momento en que los enemigos del Señor formaron un frente único y se reunieron para proponerle diversas cuestiones y acusarle basándose en sus respuestas. Así lo comprobamos en las siguientes citas:

  • «Entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. 16Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron…».
  • «En aquella ocasión se le acercaron unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron» (v. 23) «Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba» (vv. 34-35).

Conforme a lo que llevamos dicho, el Evangelio se divide en dos partes: la última cuestión presentada por los fariseos y la pregunta del Señor que ahora toma la iniciativa.

No olvidemos que el Domingo de Ramos, con su triunfo mesiánico estaba muy próximo y el Señor les propone una cuestión al respecto de la mesianidad: ¿de quién es hijo el Cristo? Una primera afirmación era el título mesiánico más frecuente: hijo de David. Pero si es hijo de David ¿cómo éste le llama señor en el salmo 109, en espíritu, es decir inspirado por Dios? Según la mentalidad judía, ningún ascendiente podía llamar señor a sus sucesores, sino todo lo contrario, y mucho menos de una manera tan enfática como lo hace el salmo. El problema se resolvía sencillamente afirmando que el mesías, además de hijo de David según la carne, era Hijo de Dios. Algo que los judíos no querían reconocer, y que sería precisamente lo que iba a plantear Caifás ante el sanedrín cuando buscaban un modo rápido de condenar a Jesús por blasfemo.

En el salmo sobresalen tres ideas o aspectos de Jesucristo glorioso: rey, sacerdote y juez.

  • Rey: Siéntate a mi derecha, | y haré de tus enemigos | estrado de tus pies». Desde Sión extenderá el Señor | el poder de tu cetro: | somete en la batalla a tus enemigos.
  • Sacerdote: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: | «Tú eres sacerdote eterno, | según el rito de Melquisedec»
  • Juez: El Señor a tu derecha, el día de su ira, | quebrantará a los reyes, sentenciará a las naciones, | amontonará cadáveres, | abatirá cabezas sobre la ancha tierra

Cristo es el Hijo de Dios que reina glorioso hasta su retorno triunfal. La Epístola (Ef 4, 1-6) nos recuerda que nosotros somos miembros de la Iglesia, su Cuerpo místico. Y la incorporación a Cristo tiene como exigencia: «que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados».

El Apóstol, al señalar en qué consiste tal vocación insiste en la caridad y en la filiación divina como ha señalado al principio de dicha Epístola: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo | para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, | según el beneplácito de su voluntad, | a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, | que tan generosamente nos ha concedido en el Amado» (Ef 1, 4-5).

Este es, en efecto, el más grande precepto del Señor como nos enseña la primera parte del Evangelio:

  • Amar al Señor, referirlo todo a Él, con todo nuestro ser y aceptando todo aquello que Dios dispone según su beneplácito y voluntad.
  • Amar al prójimo, por Dios, en cuanto que es algo de Dios, por pertenecerle a Él, no por sus condiciones o cualidades naturales sino por un amor de caridad sobrenatural.

Conclusión: Nuestra vocación es que seamos santos. Caminar de modo digno a esa vocación es tender a la santidad, santificarse, tendiendo a la perfección en el amor. Así llegaremos a realizar en nosotros nuestra perfección de cristianos.