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12 junio 2020 • Las instituciones, ritos y figuras del Antiguo Testamento preparan la Eucaristía

Marcial Flavius - presbyter

Figuras y profecías de la Eucaristía

Tiépolo: Abrahán y Melquisedec

El apóstol san Pablo en la carta a los Colosenses dice que las celebraciones y observaciones religiosas del Antiguo Testamento eran «sombra de lo que tenía que venir; la realidad es Cristo» (v. 17). E insiste en lo mismo en la Epístola a los Hebreos (c. 9 y 10) cuando habla de la imperfección del culto antiguo y de la excelencia del único y verdadero sacrificio de la Nueva Alianza.

Nos encontramos así, por un lado, que todo lo anterior a Jesucristo, incluso perteneciendo a la religión revelada por Dios y siendo bueno hasta entonces, es como la sombra en comparación como el sol y encuentra únicamente su sentido y su última explicación en Cristo que desborda y supera cualquier antecedente. Pero al mismo tiempo, los hechos salvíficos del pasado son anuncio y prefiguración de los Sacramentos del Nuevo Testamento. Y expresan la fidelidad de Dios que elige a su pueblo, sella con él una alianza, lo protege, lo perdona y lo guía, anunciándole una comunión plena con Él.

Esto ocurre de manera privilegiada con la Eucaristía, de la que encontramos profecías y figuras de las que podemos considerar brevemente estas tres: el sacrificio de Melquisedec, el sacrificio de Isaac y el cordero pascual.

1. El sacrificio de Melquisedec. Melquisedec aparece rodeado de un cierto misterio porque se habla de él sin más antecedentes en el libro del Génesis. Melquisedec reúne en sí mismo la dignidad de sacerdote y rey. Fue al encuentro de Abrahán cuando derrotó a sus enemigos y ofreció a Dios pan y vino (Gen 14, 18), figura profética del sacrificio eucarístico en el que Cristo se ofrece al Padre bajo las especies sacramentales del pan y del vino.

2. El sacrificio de Isaac. Dios le pidió a Abrahán que, como prueba de su fe y confianza en él, le sacrificara al único hijo que tenía. Abrahán no dudó en ofrecer a Isaac, pero Dios, al comprobar su decisión, no dejó que se consumara el sacrificio y le presentó un cordero, para que lo matara en vez de su hijo (cf. Gén 22). Consumado en la intención, aunque suspendido por voluntad de Dios es también imagen evidente del futuro sacrificio de Cristo. Pero es que, además, Dios, en el caso de Jesús, llegó al extremo que no quiso permitir a Abrahán: «no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rm 8, 32). Y por eso en la Eucaristía recordamos y celebramos que «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3,16).

3. El cordero pascual. El cordero ocupaba un lugar central en la celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento desde que se instituyó la víspera de la salida de los hebreos de Egipto. Es figura del sacramento eucarístico en cuanto se comía y se inmolaba sin romperle ningún hueso. Así, Cristo fue inmolado en la cruz sin que se le quebrantara tampoco ninguno. Como la sangre del cordero salvó a los hijos de Israel en la Pascua, la sangre de Cristo salvó a toda la humanidad y el cordero pascual es una de las figuras más características de la Eucaristía en cuanto sacramento y sacrificio.

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Como hemos visto, las instituciones, ritos y figuras del Antiguo Testamento preparan la Eucaristía y los profetas anuncian una nueva alianza y un sacrificio puro ofrecido por todo el mundo. Podemos decir que la prefiguración de la Eucaristía está a la altura de los anuncios que contiene acerca del mismo Salvador.

Eso nos recuerda cómo la Eucaristía es el misterio mismo de Cristo, entregado por los hombres y cada vez que la recibimos y adoramos podemos considerar como la institución de este Sacramento ha sido preparada cuidadosamente por Dios y que forma parte inseparable de su plan de salvación sobre nosotros.