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23 mayo 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Ascensión del Señor: 24-mayo-2020

Evangelio

Mc 16, 14-20

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once estando a la mesa, y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado de entre los muertos. Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará. A los que crean les acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios; hablarán lenguas nuevas; agarrarán las serpientes y, aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán».

Jesús, el Señor, después de haber hablado con ellos, subió al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes. El Señor cooperaba con ellos y confirmaba su doctrina con los prodigios que los acompañaban.

Reflexión

I. La vida cristiana y los misterios del Señor

Podríamos resumir en pocas palabras lo esencial de la vida cristiana que se inició el día de nuestro Bautismo diciendo que es una consecuencia, una derivación en nosotros de la misma vida de Jesucristo.

Se ha dicho muchas veces que el cristiano tiene que ser otro Cristo. Aunque la expresión no se encuentra literalmente en el Nuevo Testamento, hay numerosos pasajes -especialmente en las cartas de san Pablo- en los que las acciones espirituales del cristiano, e indirectamente él mismo como sujeto de esas acciones, son contemplados bajo la perspectiva de la conformación sobrenatural con las acciones de Jesucristo y, en consecuencia, con el mismo Cristo.

En conclusión, el cristiano ha de vivir reproduciendo en sí mismo los grandes misterios de la vida de Cristo para convertirse auténticamente en otro Cristo: «vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Es el Resucitado quien me hace vivir de su propia vida, es decir, quien vive en mí mediante mi fe en Él.

Esta consideración resulta particularmente apropiada en esta fiesta de la Ascensión del Señor que cierra la contemplación de los misterios de la vida de Cristo en su resurrección y exaltación gloriosa que venimos celebrando durante todo el tiempo litúrgico de Pascua. La Ascensión es misterio profundo que los cristianos debemos meditar con atención y, en cuanto nos sea posible, reproducir en nuestras propias vidas.

II. Contenido dogmático

Profesamos en el Credo que el Hijo de Dios «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre».

Es de fe que Jesucristo, consumada nuestra redención, subió a los cielos en cuerpo y alma. Confesamos que esto fue por su propia virtud y que esta virtud procede de Él no sólo como Dios, sino también como Hombre: pues su cuerpo, dotado ya de las cualidades gloriosas, obedecía fácilmente a las órdenes de su alma, que lo movía.

Al decir «está sentado a la derecha del Padre» no se significa una situación o figura del cuerpo. «Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios» (Lc 22, 69), dice Jesús ante el Sanedrín. En el Evangelio de hoy hemos leído: «Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16, 19). La palabra «está sentado» significa la eterna y pacífica posesión que Jesucristo tiene de su gloria, y la expresión «a la derecha de Dios Padre» quiere decir que ocupa el puesto de honor sobre todas las criaturas.

III. Los beneficios de la Ascensión en favor nuestro

La Ascensión es admirable y gloriosa para Cristo pero de ella también se derivan beneficios en favor nuestro.

– Una vez que Cristo subió a los cielos, envió el Espíritu Santo que llenó con su fecundidad y poder a los fieles y que sigue haciendo su obra de santificación entre nosotros: «os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7).

– Cristo sube también a los cielos para continuar su oficio de Mediador nuestro ante su Eterno Padre: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn 2, 1-2).

Antes nos hemos referido a la expresión «sentado a la derecha del Padre». En cambio, en el momento de su martirio «Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hch 6, 55). Es de notar que en todos los demás lugares del Nuevo Testamento, al igual que en el Salmo 110, 1 se presenta a Jesucristo sentado a la diestra de Dios; pero aquí Esteban le ve «de pie», como preparado para acudir en su ayuda. Pensar que Jesucristo es el defensor de nuestra causa y el mediador de nuestra salvación, tiene que llenar de esperanza nuestros corazones.

– Por último, Cristo nos preparó un lugar en el Cielo según había prometido: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3). Por su Ascensión abrió las puertas del Cielo cerradas por el pecado de Adán y nos facilitó el camino que conduce a la bienaventuranza eterna. La Ascensión no solamente se nos ofrece como un modelo a imitar externamente sino que nos hace posible poner en práctica ese deseo de llegar al Cielo si nosotros correspondemos a las gracias que Dios nos envía.

*

Imitemos a los Apóstoles que, después de la Ascensión, volvieron a Jerusalén en compañía de Santa María y, junto a Ella, esperan la llegada del Espíritu Santo (Hch 1, 14). Procuremos nosotros también en estos días disponernos a preparar la fiesta de Pentecostés que celebraremos el próximo Domingo unidos a nuestra Señora.