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21 mayo 2020 • Era un intransigente comunista siendo plenamente consciente de los excesos perpetrados por sus correligionarios • Fuente: La Tribuna del País Vasco

Fernando José Vaquero Oroquieta

«San» Julio Anguita: ¡presente!

Stalin en la Puerta de Alcalá madrileña

Es brutalmente reveladora la casi absoluta unanimidad con la que se ha acogido y valorado el fallecimiento del prestigioso dirigente comunista Julia Anguita.

Muy española, sin duda, esta costumbre nuestra de ensalzar a los muertos y machacarlos –o ignorarlos- en vida. Pero, también en esto, Anguita fue una excepción.

Los calificativos más comunes que pueden rastrearse, entre tantas como sentidas condolencias, en medios de comunicación y redes sociales, ante la desaparición de Julio Anguita, destacan los de “honesto”, “honrado”, “coherente”.

Pero, ¿no es inquietante que unas virtudes humanas que debieran ser generales y prototípicas sean recordadas y reconocidas por excepcionales? ¿Tan mala imagen tenemos de nuestros políticos? Pero, ¿no serían –los políticos- una expresión sectorial del tono moral de los demás españoles?

A mayor abundamiento, a Julio Anguita se le ha caracterizado, este fin de semana, con otros formidables epítetos: “didáctico”, “austero”, “humano”.

Insistimos: todas ellas, virtudes y cualidades humanas que no debieran destacar en el servicio público, en aras del bien común, por su excepcionalidad, sino por su ejercicio cívico, consciente y compartido.

Por lo que respecta a determinados episodios del periplo vital de Julio Anguita, a todos nos tocó el dolor que sufrió con la muerte de su hijo en Irak: ¿qué padre no se identifica en un momento así con otro doliente?

Esas virtudes humanas de Julio Anguita, creo recordar, formaban parte –y hablo bien, en pasado- del ejemplarizante acervo ético de la moral socialista revolucionaria; más tratándose de un verdadero e intransigente comunista. Y Julio Anguita, lo era; a sabiendas y siendo plenamente consciente de los excesos perpetrados por sus correligionarios por todo el mundo durante más de un siglo.

Para todo comunista, moral y ética son cosas muy distintas a cómo son percibidas por los hombres “comunes”; pues todo valor y criterio de acción –individual y colectivo- se juzga en función del objetivo final de la revolución. Por ello, a quienes nos gusta la Historia y hemos leído algo del movimiento obrero revolucionario internacional, siempre hemos echado de menos a aquellos viejos bolcheviques y luchadores socialistas y anarquistas, austeros, autodidactas muchas veces, parcos en palabras, que se esforzaban en mejorar sus capacidades intelectuales, manuales y orgánicas al servicio de su causa. En definitiva, eran modelos de superación humana a los que seguir por su ejemplaridad; aunque al servicio de una ideología perversa. Todo hay que decirlo y no puede olvidarse.

En estos tiempos líquidos -conforme la afortunada expresión de Zygmunt Bauman- pero también unas décadas atrás, desde que se implantó el actual Régimen del 78, el nivel de los políticos ha caído en barrena; hasta el punto de que, recuérdese, popularmente se requería, a cualquier aspirante a político de cualquier color: “si te metes en política, haz como los demás y aprovéchate”. Y ello, también en el campo socialista-comunista; que se justificaban con aquel tópico de “¿te crees que por ser de izquierdas no puedo vivir bien?”.

Una distorsión oportunista que dio lugar al odioso espécimen del pijo-progre, del progre a secas, que tanto denostara Julio Anguita, o ya en otras latitudes, de la universal gauche-caviar.

En este contexto, el entrañable Julio Anguita era como un viejo dinosaurio: era imposible no tomarle cariño. Unos, a causa de su tono didáctico, que recordaba, seguramente, a algún carismático maestro de la lejana niñez. Otros, por remitirse a viejas cualidades que adornaron a padres y abuelos propios, quienes lucharon y forjaron una España mejor para sus descendientes. A unos pocos, pues al haber sido Julio, supuestamente, falangista en su primera juventud, entendían -o querían verlo así- que tal circunstancia en algo bueno se debiera notar…

Muchas veces hemos escuchado decir: “no hay que condenar a las personas sino a sus ideas”. Y, modestamente, entiendo que este es un caso de tan sabia perspectiva.

La ideología a la que se adhirió Julio Anguita, muy pronto, es acaso la más criminal y genocida de la Historia. Y Anguita lo sabía: ¿cómo ignorar los crímenes del estalinismo, del maoísmo, de la reforma agraria en Etiopía, de las masacres en Indochina o en las antiguas colonias portuguesas…? Pero no cambió. Siguió siendo un bolchevique a la antigua usanza.

Nunca renunció a unas premisas que irremediablemente llevan al genocidio.
Pudo rectificar en modo “reformista”, como sus antiguos correligionarios italianos, quienes del comunismo prosoviético derivaron al obamaniano Partido Democrático. O como muchos de sus camaradas españoles, que recalaron en el PSOE, en la derecha liberal… o en casa. Pero él persistió, aunque su salud no se lo permitiera, persiguiendo la polar roja. Y en su deambular por los márgenes de las izquierdas parlamentarias montó algunas plataformas cívicas, conoció a Pablo Iglesias al que terminó apoyando: no es de extrañar que Iglesias lo recordara como una de las personas que más le inspiraron. ¿En austeridad?, ¿en honradez?, ¿en coherencia?

No parece… ¿Entonces, en qué?: en perseverancia comunista y revolucionaria. Nuevos tiempos, nuevos métodos, nuevas tácticas… mismos fines.

Y para conseguir esos fines a Julio Anguita, como a todos los comunistas de todos los tiempos y espacios, en sus inicios, apogeo y hoy mismo, España les sobra desde su federalismo.

La familia les sobra, acogiendo la ideología de género. La sociedad civil les sobra, impulsando su sustitución por entidades paraestatales. En conclusión: todo lo que no forme parte de las fuerzas revolucionarias, les sobra. Con mejores o más gruesas palabras. Con o sin acritud. Con o sin educación.

Con buenas formas o sin ellas. Con o sin corrupción. No importa el estilo, y el de Anguita, gustaba más.

Además, Julio estaba al tanto de lo que se cocía por el mundo del pos-comunismo, de ahí su apertura al redescubrimiento soberanista de ciertas izquierdas, su interés por las llamadas cuestiones “transversales”, etc., lo que le permitió ganar recientes simpatías en espacios políticos incluso antagónicos.

Todo un fenómeno, Julio; sin duda. Y admirable en muchos sentidos.

Ante el drama y el enigma irresoluble de la muerte debemos guardar siempre respeto. Pero esta perspectiva no puede hacernos olvidar que las ideas no son neutrales y que tienen consecuencias. Y en la sociedad política, desde el dilema operativo más potente y real -el de amigo/enemigo de Carl Schmitt- no se puede caer en el buenismo/angelismo: Julio Anguita, bien dotado de potentes y arraigadas cualidades humanas que seguramente cultivó con esfuerzo, no eran un ángel; aunque quisiera implantar en la tierra el Reino de los Cielos en su versión comunista.

¡Qué cosas y qué paradojas! Y es que vamos a echar de menos, yo el primero, al viejo Califa rojo.