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4 abril 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo II de Pasión o de Ramos: 10-abril-2022

Evangelio de la procesión

Mt 21, 1-9

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila”». Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Evangelio de la Misa: Pasión de NSJC según San Mateo (26, 36-75; 27, 1-60)

Hippolyte Flandrin: «Entrada de Jesús en Jerusalén» (1842)

Reflexión

I. El día que estamos celebrando recibe en la edición del Misal Romano de 1962 el nombre de Dominica II Passionis seu in palmis: Segundo Domingo de Pasión o de Ramos.

En la Liturgia de hoy, que es como la puerta de entrada a la Semana Santa, encontramos que se dan cita dos motivos:

  • La conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén (cfr. Evangelio de la procesión: Mt 21, 1-9).
  • Ese mismo Jesús que descendió del monte de los olivos como rey pacífico, será crucificado pocos días después (cfr. lectura de la Pasión en la Misa: Mt 26, 36-75; 27, 1-60).

A esos dos motivos corresponden las dos partes en que se articula la celebración: la procesión y la Misa.

La solemne procesión de ramos en honor de Cristo Rey es una gozosa manifestación de la fe que profesamos: Cristo, rey de los mártires se dirige con la Iglesia de sus mártires y confesores a la Pasión y por esta a la glorificación. La ceremonia de las palmas que llevan los fieles en las manos es un símbolo de las disposiciones con las que deben celebrar esta fiesta y una representación de la triunfante entrada que hizo el Salvador en Jerusalén y que los santos padres ven como una figura de su entrada en la Jerusalén celestial.

El tono cambia en la Misa cuyas partes variables están cargadas de una nota de profunda tristeza. Si en el cortejo procesional hemos acompañado a Cristo nuestro Rey vencedor, en la Misa vamos a la muerte con Él. De este modo, la liturgia de la Iglesia nos inculca que si hemos acompañado a nuestro redentor en la vida y en la lucha, entraremos en el reino de los cielos para reinar eternamente con Él (cfr. Pius PARSCH, El año litúrgico, Barcelona: Herder-Editorial Litúrgica Española, 1964, 236-241).

II. La última semana de Cuaresma se llama Santa porque en ella se celebra la memoria de los más grandes misterios que Jesucristo obró por nuestra redención. Pero en las celebraciones litúrgicas de estos días no nos limitamos a la mera conmemoración histórica de dichos misterios, de lo que Jesús realizó.

Por el bautismo estamos inmersos en el mismo redentor, para morir y resucitar con Él:

«Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos […] Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios» (Col 2, 12; 3, 1-3).

Como rezamos en el Credo, el Hijo de Dios «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo y se encarnó…». Era necesario que Jesucristo fuese hombre para que pudiese padecer y morir, y que fuese Dios para que sus padecimientos fuesen de valor infinito. «Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato». En cambio, no era absolutamente necesario que Jesús padeciese tanto, porque el menor de sus padecimientos hubiera sido suficiente para nuestra redención, siendo cualquiera acción suya de valor infinito. Pero quiso padecer tanto «para satisfacer más copiosamente a la divina justicia, para mostrarnos más su amor y para inspirarnos sumo horror al pecado» (Catecismo Mayor).

«Por nosotros los hombres…». San Pablo, nos revela la estrecha relación que hay entre la redención de todos los hombres y la vida de la gracia que concreta esa entrega de amor por mí, como si no hubiese nadie más, como si Dios no tuviera a otro a quien amar: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Mons. Straubinger glosa esta afirmación paulina subrayando su carácter trascendental para nosotros: «Es muy importante para nuestra vida espiritual el saber que “el amor de Cristo no pierde nada de su ternura al abarcar todas las almas, extendiéndose a todas las naciones y a todos los tiempos”» (La Santa Biblia, versión de Mons. Juan Straubinger, in loc. cit.). ¿Y por qué se entregó por mí? continúa preguntándose:

«¡Para llevarme a su propio lugar! (Jn 14, 2 s.). La caridad más grande del Corazón de Cristo ha sido, sin duda alguna, el deseo de que su Padre nos amase tanto como a Él (Jn 17, 26) […] Jesús  […] nos invita a vivir de Él por la fe (Jn 1, 16; 15, 1 ss.) y por la Eucaristía (Jn 6, 57), esa plenitud de vida divina, como Él la vive del Padre. Todo está en creerle (Jn 6, 29), sin escandalizarnos de ese asombroso exceso de caridad (Jn 6, 60), que llega hasta entregarse por nosotros a la muerte para poder proporcionarnos sus propios méritos y hacernos así vivir su misma vida divina de Hijo del Padre, como “Primogénito de muchos hermanos” (Rm 8, 29).» (ibíd.).

III. Jesucristo ha muerto por todos nosotros pero es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte. Este misterio de Cristo participa de la eternidad divina y se mantiene permanentemente presente a lo largo del tiempo. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida (Cfr. CATIC 1085).

El medio para unirnos a este misterio y participar de él son principalmente los sacramentos, muy en especial la Eucaristía y la Confesión. Mediante ellos, Dios nos va transformando y nos hace capaces de llevar una vida de acuerdo con nuestra condición de hijos suyos. Una vida que pasa por los mismos caminos por los que discurrió la de Cristo: humildad, obediencia a la ley de Dios, servicio a los demás.

*

Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre, la Virgen Santa María. A ella acudimos para pedirle que el misterio redentor de Cristo que celebramos en Semana Santa nos ayude a vivir en la obediencia debida a Dios y a no abandonar nunca el camino que conduce a la vida eterna.