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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Cuentan que eso le espetó Eugenio d´Ors a un camarero francés que se quiso hacer el gracioso y armó un estropicio, con derrame de un champán carísimo, por empeñarse en divertir a los comensales con una pirámide de copas. La ingeniosa frase de Xenius puede muy bien aplicarse a todos y a cada uno de los sucesivos gobiernos democráticos, que han ido experimentando con lo que es mucho más valioso que las burbujas de un cava del país vecino: los ocupantes de las aulas, esto es, los niños y jóvenes españoles.
La señora Celaá ha puesto sobre la mesa la octava ley de educación en cuarenta años. Uno, francamente, ya ha perdido la cuenta de las siglas y sopas de letras con le tocó bregar en su vida laboral como docente (LOE, LOGSE, LOMCE…); como en las pistas de circo, ahora más difícil todavía: LOMLOE (que suena a ritmo candongo o discotequero para el verano).
Cuando leo que alguien invoca la necesidad de un pacto educativo, no puedo menos que aguantarme la risa y, de paso, hacer ese saludo nacional que es la higa; cada gobierno a echado su cuarto a espadas para intervenir (léase manipular) las aulas, si bien los de derecha se han limitado a introducir novedades técnicas, respetando escrupulosamente las líneas educativas pergeñadas por la izquierda. Ahora, ante la ley Celaá, la derecha enseña los dientes, pero seguro que acabará por claudicar y transigir. Otro tanto hará -apuesta segura- la jerarquía de la Iglesia Católica, justamente alarmada por los zarpazos que el nuevo ucase propina a la enseñanza concertada. ¿O es que se creían que, con ponerse perfil ante las profanaciones de tumbas, todo se iba a solucionar? Lamento, en este punto, tener que recordar a mis lectores habituales un artículo que titulé Roma no paga traidores…
De momento, me he limitado a las informaciones que la prensa ha publicado sobre la novísima LOMLOE, y no creo que me sumerja en la lectura del texto completo, dada mi condición de profesor jubilado y harto de faramallas leguleyas, salpicadas de neolenguaje pseudopedagógico, críptico como él solo; apuesto a que esta ley contendrá algún párrafo de este jaez: perseguir el empoderamiento transversal y sostenible para poner en valor los relatos compartidos; o algo así. De momento, la ínclita señora Celaá ha adelantado que se trata de una ley inclusiva, de calidad y personalizada: toma del frasco…
También ganaré el envite si afirmo, de antemano, que la nueva ley, no solo mantendrá, sino que acrecentará todas las lacras que han convertido la educación española en vivero de fracasos, y que me permito indicar de forma somera a continuación:
Todas estas predicciones no responden en absoluto al criterio de un desengañado de la educación y de la enseñanza; todo lo contrario: ni me jubilé quemado, en expresión popular, ni pedí baja alguna por depresión; nunca me cansé de tratar con mis alumnos; aun más: en ocasiones, añoro el aula, la tiza, el libro y el apunte, mi tarea de tutor y orientador, mi explicación y mi organización de trabajos de los alumnos, mi diálogo con ellos y mis exigencias de disciplina (¡horror, señora Celaá!) en las aulas. Eso sí, desprecio en el fondo de mi alma todos esos experimentos que nos echaron, y echan, encima políticos y burócratas, que posiblemente no habían visto un alumno de carne y hueso en su puñetera vida.