Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

27 febrero 2020 • Muchas utopías o anticipaciones están tomando forma de la mano de las nuevas tecnologías y de las ciencias de la información

Fernando José Vaquero Oroquieta

Transhumanismo: ¿estadio superior del progresismo?

Reseña de la tertulia mantenida el 29 de enero de 2020

Sin duda, tal como nos confirmó D. Leandro Martín Gaitán en su apasionante ponencia, muchas de las presentadas (en su día) utopías o anticipaciones propias de la ciencia-ficción, están tomando forma de la mano de diversas nuevas tecnologías y de las ciencias de la información en su convergencia en el fenómeno del Transhumanismo: una realidad ya en marcha del que se vienen derivando no pocas realidades y avances tecnológicos que también plantean no pocas objeciones éticas.

El objetivo último del Transhumanismo, bien regado de dinero de grandes multimillonarios y plataformas tecnológicas (Soros, google, facebook, etc.), es la inmortalidad del ser humano; al menos de algunos de ellos.

El cuerpo humano, sometido al natural envejecimiento, concebido por los transhumanistas como una mera enfermedad a superar, sería “algo malo” del que desprenderse un día. Durante un tiempo, por medio de prótesis, complementos y nuevas tecnologías, el cuerpo alcanzaría los 120 años, 500… para finalmente conquistar la inmortalidad. Y los transhumanistas creen firmemente en ello.

El Transhumanismo nace precisamente en Occidente, particularmente en el mundo anglosajón. Ello ya indica algunas pistas: materialismo funcionalismo y anticristianismo rabioso.

El Transhumanismo sería el esfuerzo del hombre por trascenderse a sí mismo por medio de la tecnología, haciéndose “otra cosas”. Un concepto acuñado por Julián Uxley en 1957, si bien contaba con antecedentes teóricos y tecnológicos previos. Este impulso genera el movimiento del Transhumanismo, un concepto distinto al de “posthumanismo”: el de los seres resultantes de este esfuerzo titánico en el que la naturaleza común del hombre sería liquidada.

Ese posthumanismo tiene dos vertientes: cultural (por ejemplo, el hombre-cyborg, un ser neutro que ya está aquí de la mano de las políticas de género, por ejemplo) y filosófico (toda la elaboración de los transhumanistas que imagina ese ser radicalmente distinto fruto de sus esfuerzos). De ahí que nieguen la existencia de una “naturaleza” humana y se remitan a una “condición” humana líquida, fluida, en construcción.

Ese nuevo ser sería mucho más inteligente que Einstein (mejora cognitiva), disfrutaría de nuevos “sentidos”, se auto-regeneraría físicamente, las mutaciones genéticas lo modificarían indefinidamente…

Todos estos planteamientos, que pueden parecer delirantes, ya están implantados al más alto nivel universitario y de la investigación: por ejemplo el Future of Humanity Institute. Este fenómeno alcanza implicaciones de todo tipo: políticas, como nuevos partidos que alegan que la inteligencia artificial no es corrupta; teológicas, con vinculaciones con la Iglesia de la Cienciología, determinados medios mormones; tecnológicas, investigaciones orientadas a la salud, prótesis, inteligencia artificial; etc. En el impulso de su utopía final, este fenómeno ya está obteniendo resultados prácticos: pastillas de la mejora cognitiva, que vienen causando furor en los campus estadounidenses; diagnósticos prenatales; bebés a la carta; arterias artificiales; etc.

El objetivo final sería materializar una descarga de toda la información del ser humano en un nuevo soporte, desalojado del cráneo humano. Entonces, ¿qué pasa con la identidad? De ahí que múltiples cuestiones éticas son objetadas por filósofos como Jürgen Habermas, pero mientras tanto, el transhumanismo continúa invirtiendo ingentes cantidades, investigando, alcanzando logros inauditos y emplazando a la opinión mundial con sus planteamientos materialistas. No es casualidad que muchas series de ficción, como Electric Dreams o Black Mirror, tengan tanto éxito; si bien formulen objeciones a estos avances que fulminarían la igualdad y la estructura común de la humanidad. Una filosofía que comparte los presupuestos antropológicos de partida del liberalismo inmamentista.