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15 febrero 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Sexagésima: 16-febrero-2020

Evangelio

Lc 8, 4-15

En aquel tiempo se reunía mucha gente en torno a Jesús y al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y al crecer se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena, y al crecer dio fruto al ciento por uno. Dicho esto, exclamó: El que tenga oídos para oír, que oiga.

Entonces le preguntaron sus discípulos: ¿Qué significa esta parábola? Y Él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por el momento creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre las zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los que con un corazón noble y bueno escuchan la Palabra, la guardan y perseveran hasta dar fruto.

Reflexión

I. Con la parábola del sembrador que trae el Evangelio del domingo de Sexagésima, inauguró el Señor la utilización de este recurso para su predicación: las parábolas.

Parábola es una palabra griega que significa comparación, semejanza. En nuestro caso, Jesús utiliza la parábola para expresar simbólicamente una verdad religiosa, por medio de una narración verosímil, tomada de la naturaleza o de las costumbres de la vida. El sentido de la parábola no se impone por sí mismo, precisa de una explicación que requiere:

  • Desentrañar el sentido literal de la parábola.
  • Considerar la doctrina espiritual que encierra.
  • Relacionar el sentido literal con el espiritual.

En este caso Jesús, explica la razón por la que recurre a las parábolas: «Dicho esto, exclamó: “El que tenga oídos para oír, que oiga”» (v. 8). Los otros evangelistas explicitan mejor el sentido de esta afirmación.

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure». Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. (Mt 13, 10-16).

Hacia la mitad de su vida pública, el Señor cambió de método en su predicación. Para exponer los misterios del Reino de Dios, en vez de aquel lenguaje transparente que empleó en el Sermón del Monte, adoptó un lenguaje más velado y, a veces, casi enigmático. ¿Por qué?

San Mateo sitúa esta parábola inmediatamente después de una de las acérrimas disputas con escribas y fariseos que se describe en el capítulo 12.

Pero los fariseos al oírlo dijeron: «Este expulsa los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios» […] Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas si sois malos? […] Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás […].

Como sabemos, los judíos conservaban una indiscutible fe en el Mesías; pero la noción sobre él había sido tergiversada por muchos de ellos. Estos escuchan el contenido material de la parábola pero no penetran su profundo sentido. Es la pena que ha merecido su incredulidad: si no han creído en la doctrina, confirmada con tantos milagros, menos creerán las profecías del Reino de Dios, que se encierran en las parábolas. En esta conducta del pueblo judío, se cumple la profecía de Isaías, que el mismo Jesús cita (Is. 6, 8-10).

II, Esta misma circunstancia que venimos describiendo, nos revela la existencia de dos tipos de oyentes de Jesús tal y cómo se les ha descrito en el citado capítulo 12 de san Mateo:

  • Unos que no quieren reconocer los títulos que Cristo exhibe de su misión mesiánica (su doctrina y sus milagros) y no merecen que se les expliquen los misterios del Reino de Dios.
  • Otros, en cambio, como los Apóstoles, que creen en Jesús, y a éstos explicará claramente su pensamiento. «Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”» (Mt 12, 49).

Y esta misma división nos sitúa ante el tema principal de la propia parábola que no es otro que una verdad de capital importancia en la vida religiosa y espiritual: y es que la Palabra de Dios, y más generalmente la gracia divina, a pesar de su eficacia intrínseca, está condicionada por la libertad y cooperación humana.

El hombre, que en la vida sobrenatural y en orden a alcanzar la vida eterna, no tiene en sí y de sí fuerzas ni méritos, posee en cambio el triste privilegio de poner estorbos a la acción divina. Y puede también cooperar con ella, contribuyendo a que su fruto sea abundante porque la Palabra de Dios es fecunda, encierra el germen de un progreso de suyo ilimitado.

La parábola pone el acento en quienes oyen la Palabra de Dios: no produce el fruto debido cuando no encuentra una acogida con las debidas disposiciones. Pero también podemos preguntarnos por la “calidad de la semilla” que se nos ofrece y que en muchas ocasiones, ni es la Palabra de Dios ni el sembrador es Jesucristo. Por eso no da fruto.

No sólo porque circulan con ligereza opiniones dispares sino porque falla la orientación de no pocos pastores. En el seno de numerosos grupos, desde publicaciones, cátedras y desde la misma enseñanza sacerdotal, se vierten como doctrina de la Iglesia ideas contrarias a la misma sin que se produzca, además, una desautorización eficaz de las mismas.

En esta situación podemos establecer una serie de criterios, avalados por la jerarquía de la Iglesia, para orientarse en medio de la confusión, incluso cuando la confusión parece afectar a algunos pastores (Cfr. José GUERRA CAMPOS, Criterios para orientarse en medio de la confusión. Puntos fijos.)

  • Como no se trata de que cada uno actúe a su antojo, con libre examen, el criterio será referir cualquier afirmación que se haga a una serie de puntos fijos que son las verdades de fe y los principios morales, propuestos y declarados por el magisterio supremo de la Iglesia. Es importante recordar que estos puntos vinculan a los mismos pastores: «Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe» (Vaticano I: Dei Filius, 4).
  • Si hay quien siembra el desconcierto, debemos defender nuestra fe y para ello es fundamental conocer los documentos que sirven de fundamento a esa fe. Ahora bien, es mucho más práctico acudir a los lugares de expresión de lo permanente que verse obligado continuamente a verificar si lo nuevo es expresión de lo permanente.
  • Si alguien dice cosas que parezcan diferentes, es posible que no hayamos entendido bien pero el que las dice está obligado e conciencia a mostrar su conformidad con la tradición de la Iglesia.
  • Si alguno se atreve a proponer lo contrario a las verdades de fe y moral por mucho que apele a razones de actualización, se le debe resistir en nombre de la verdadera autoridad de la Iglesia. Insistimos en que nos referimos a verdades de fe y moral, no a variaciones en el campo de las fórmulas prácticas, de los procedimientos de acción pastoral que por su misma naturaleza son mucho más abiertos aunque tampoco quepa en ellos la arbitrariedad

En conclusión: ser tierra buena supone también guardar fidelidad gozosa a las verdades de fe que los Apóstoles y sus continuadores en la Iglesia nos han legado como un «depósito» que hemos de mantener para poder vivir de él

Es un depósito que hay que guardar entero. Sin recortes. Sin selecciones caprichosas, al estilo del dicho clásico: «Yo soy católico como el que más, pero no creo en el infierno, en la virginidad de María, en la resurrección de la carne…» Por este camino llegaríamos a no creer sino lo que a nosotros se nos ocurra; no lo que Cristo dice. Y así se desvanece la palabra de Dios, se divinizan nuestras propias ideas, y puede suceder que nos quedemos sin verdad y sin vida (José GUERRA CAMPOS, loc. cit.).