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6 octubre 2019 • El Credo no es un sistema de ideas abstractas; es la historia de una acción salvadora

Angel David Martín Rubio

«El justo por su fe vivirá»

El Evangelio de la Misa de hoy (Domingo XXVII del Tiempo Ordinario: Lc 17, 5-10) nos presenta dos enseñanzas de Jesús. Una de ellas en relación con el poder de la fe y otra con la disponibilidad en el servicio sin reclamar una compensación por el mismo. En la primera lectura, el texto del profeta Habacuc (Hab 1, 2-3; 2, 2-4) tiene como enunciado principal la fe: «el justo por su fe vivirá» (Hab 2, 4).

Podemos considerar, por lo tanto, como tema central de las lecturas la pregunta de los apóstoles («Auméntanos la fe») y la respuesta del Señor: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».

Son muchos los lugares en el Evangelio en los que Jesús manifiesta su admiración por la fe de quienes le salen al encuentro: «por tu fe has sido sanado» (Mc 10, 52) dice al ciego Bartimeo y del centurión romano que le pide la curación de su criado dirá: «Os aseguro que en Israel no he encontrado tanta fe como en este hombre» (Lc 7, 9). En cambio, a los discípulos, que piden un aumento como quien ya tiene algo de fe, Jesús los desilusiona sobre eso que creen tener: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza…».

Comentando el texto de San Mateo en el que se emplea esta misma expresión (Mt 17, 20), y apoyándose en San Jerónimo, santo Tomás dice que para trasladar montañas se requiere la plenitud de la fe, es decir, una fe perfecta. Para el aquinatense la fe como un grano de mostaza es una fe que es capaz de hacer grandes cosas, una fe perfecta (cfr. Super Evangelium S. Matthaei, XVII, 2). Y eso es lo que les falta a los Apóstoles.

Estas palabras de Jesús nos llevan a preguntarnos por nuestra propia fe, la fe de quienes en el bautismo fuimos incorporados al cuerpo místico de Cristo y recibimos esta virtud sobrenatural junto con la esperanza y la caridad.

I. ¿Qué es la fe? «creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (S.Th., 2-2, q. 2 a. 9;).

a) Es un conocimiento (pues es un acto del entendimiento) de las verdades relativas a Dios. La vida de fe supone una Revelación previa que nos permite conocer a Dios más allá de lo que pueden nuestras fuerzas naturales.

Esta Revelación incluye unos contenidos conceptuales (depósito de la fe) y la fe supone la aceptación íntegra de dichos contenidos. Sin recortes ni selecciones caprichosas. Quien toma unos elementos y rechaza otros del depósito de la Revelación, en realidad no está creyendo a Dios, sino a sí mismo o a quien hace esa selección.

«Los testigos fundamentales de la verdad, los que nos dicen lo que es Cristo y lo que Cristo hace, son los Apóstoles. Por amor a la vida guardamos fidelidad gozosa a las verdades de fe que ellos nos han legado como un «depósito» viviente, cuya custodia y exposición han sido confiadas a quienes continúan a los Apóstoles en la Iglesia. El depósito no es un lastre: es vida y razón de esperanza» (José GUERRA CAMPOS, Cristo y las verdades de la fe. La verdad y la vida, in: El Octavo Día, Madrid: Editora Nacional, 1972).

b) Consecuencia de la propia voluntad de creer. De ahí que el acto de fe sea un acto libre, libérrimo, que nadie puede suplir en lugar del creyente.

c) De la cual es responsable último la gracia de Dios. Por eso la fe es sobrenatural. Quien tiene la iniciativa es Dios. Es Él quien sale al encuentro del hombre antes de que el hombre le busque a Él. Sin la inspiración proveniente del Espíritu Santo, sin su ayuda no puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse: «Si alguno dijere que, sin la inspiración previniente del Espíritu Santo y sin su ayuda, puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse, como conviene para que se le confiera la gracia de la justificación, sea anatema» (Dz 813).

II. «El justo por su fe vivirá». Verdad y vida son inseparables. Las verdades de la fe —la doctrina católica— son expresión de una realidad viviente: nos dicen lo que Cristo es y lo que Cristo hace. El Credo no es un sistema de ideas abstractas; es la historia de una acción salvadora, que parte de la vida eterna de Dios y nos lleva a nosotros a la misma vida por el camino del Hijo de Dios encarnado para redimirnos.

En la Segunda lectura (2 Tim 1,6-8; 13-14), San Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la vocación recibida y a llenarse de fortaleza para proclamar la verdad sin respetos humanos: «Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza… toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios». Esta invitación del Apóstol puede ponerse en relación con la profecía de Habacuc: «El justo por su fe vivirá» que san Pablo cita tres veces en sus Epístolas (Rom 1, 17; Gal 3, 11; Heb 10, 38). «Vive en esta sentencia una verdad que nunca se agota, ya sea en cuanto nos enseña que nadie puede ser justo sin tener fe; ya en cuanto la fe es la vida del hombre justo, el cual desfallece si le falta esa fuerza con que sobrellevar las pruebas de la vida, muchas de las cuales, y especialmente la persecución, le vienen precisamente por ser justo, por no querer transigir con el mundo, y sobre todo, por adherirse de pleno corazón al escándalo de la Cruz» (STRAUBINGER, La Sagrada Biblia, in: Hab 2, 4).

Podemos fijarnos en Nuestra Señora la Virgen María que vivió toda su existencia movida por la fe. Y como todas las gracias nos vienen por su mano, a ella también le pedimos que nos aumente la fe para que podamos contemplar en el Cielo lo que hemos acogido y vivimos mientras estamos en la tierra.