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2 septiembre 2019 • Los vecinos de Barcelona no nos podemos quejar, pues hemos sido noticia durante todo el verano

Manuel Parra Celaya

La bomba del verano

No, nos referimos con este título sensacionalista a la exploración de amistades peligrosas de Pedro Sánchez para formar gobierno a todo trance ni a un nuevo episodio de la guerra comercial desatada entre China y los EEUU, sino a una bomba de verdad, la que encontró un agente de la Guardia Civil de vacaciones a veinticinco metros de una playa de Barcelona, incrustada en el limo del fondo del mar a tres metros de la superficie. El artefacto provenía, como los encontrados en muchos lugares de España y de toda Europa, de una guerra de nuestros antepasados, a la sazón en este caso de la contienda civil de 1936 a 1939.

A falta de noticias más enjundiosas y para que reincidir más en esa riña de enamorados -que no de divorcio definitivo, como veremos en próximas semanas- entre los partidos y los líderes separatistas, la prensa catalana se ocupó del hallazgo del proyectil de marras con un despliegue digno de la mejor causa; así, rescataron de polvorientas hemerotecas los bombardeos sobre Barcelona, con gran aclaración y profusión de su origen fascista para que no quedara la menor duda, el número de víctimas ocasionado, la frecuencia y nocturnidad de los ataques…; he llegado a leer, incluso, en un periódico que la perversión llegó a bombardear la catedral de Barcelona (¡). En fin, todo ad maiorem gloriam de la memoria histórica (llamada desmemoria acertadamente por Francisco Vázquez).

Pero esas noticias de verano son como los globos y se deshinchan con rapidez; o, si el niño es muy travieso, les revientan en la mano y les dan un susto; el Grupo de Desactivación de Explosivos de los buzos de la Armada se llevó preventivamente la bomba a más distancia de la playa y a más profundidad y allí lo hizo explosionar, no con antes constatar que le faltaban la espoleta y las aletas, con lo que se demostraba que, en ese estado y aun en su origen, era completamente incapaz de causar daño alguno; otrosí, que era de manufactura autóctona Barcelona y que, posiblemente, fue arrojada al mar a medio montar; luego, el oleaje y las corrientes la habrían desplazado a la distancia de veinticinco metros de la costa; en todo caso, aunque esto no se pueda demostrar de forma categórica, no fue lanzada por ningún avión, ni italiano ni de ninguna nacionalidad.

Los vecinos de Barcelona no nos podemos quejar, pues hemos sido noticia durante todo el verano; de forma continuada, por la ola de delincuencia que sufre la ciudad, incrementada por la dejación del Consistorio, aunque obedece a causas más profundas de las que me hice eco en un anterior artículo; y, como broche de oro del estío, el descubrimiento de la bomba de la guerra civil, que, como aquella canción sobre las mentiras y, en concreto, sobre una escopeta, no tenía caja, ni cañón, ni baqueta; eso sí, ha servido de pretexto para que los plumíferos cubrieran galeradas sacando a relucir la guerra.

En todo caso, lo importante es que nadie ha salido perjudicado físicamente, tanto por la imposibilidad material de que ocurriera un percance con el inútil objeto, como por la rápida iniciativa de un agente de la Benemérita aficionado al submarinismo y la veloz actuación de los buzos de la Armada española.

Se nos ocurre, por otra parte, que el inservible y oxidado proyectil viene a representar todo un símbolo. Primero y principal, de que, efectivamente, hace muchos años, muchísimos, aquí hubo una guerra entre hermanos, del mismo modo que la subsiguiente Segunda Guerra Mundial también fue -como había dicho Eugenio d´Ors de la Primera- otra guerra civil, y que este recuerdo debe servir para que nunca vuelvan a ocurrir acontecimientos semejantes, lo que únicamente puede lograrse por los caminos de la unidad y de la justicia, que son los que acercan a la verdadera paz.

En segundo lugar, y atendiendo a ese coro de voces que, en lugar de cantar a la luna, lo hace a la mencionada (des)memoria histórica y a sus ecos periodísticos y televisivos, aseveremos que esos esfuerzos truculentos serán baldíos e ineficaces, en su esfuerzo hacia el revanchismo y los odios revenidos, si encuentran en torno sociedades fuertes y que les hacen oídos de mercader, porque están emplazadas en la solución de los problemas del presente (trabajo, vivienda, educación, familia…) y a las exigencia que planteará el futuro.

Serán baldíos e ineficaces si las naciones europeas se mantienen unidas y buscan, además, la unión entre todas ellas, basada en la cultura común y en los valores que le dieron vida; si los Estados, que deben ser los instrumentos para estas misiones y no campos de Agramante de los intereses de los partidos políticos y las especulaciones financieras, incrementan su solidez y su vitalidad.

Esos esfuerzos hacia el revanchismo y el odio serán, de este modo, tan inútiles y baldíos como la bomba encontrada, sin espoleta ni aletas, en el mar Mediterráneo.