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31 agosto 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

12º Domingo después de Pentecostés: 1-septiembre-2019

Evangelio

Lc 10, 23-37.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo, que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron. Levantóse en esto un doctor de la ley, y le dijo para tentarle: ¿Maestro, que haré para poseer la la vida eterna? Y Él le dijo: ¿qué es lo que se halla escrito en la ley? ¿Qué es lo que en ella lees? Respondió él: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y todas tus fuerzas, y todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo. Bien has respondido, díjole Jesús, haz eso, y vivirás. Mas él, queriendo pasar por justo, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo: Un hombre bajaba de de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones, los cuales le despojáron, y después de haberlo herido, lo dejaron medio muerto, y se fueron. Llegó a pasar por el mismo camino un sacerdote, y aunque lo vio, pasó de largo. Asimismo un levita, y llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó también de largo. Mas, un viajero samaritano se llegó cerca de él; y cuando lo vio, movióse a compasión. Y acercándose, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole en su jumento, lo llevó a una venta y lo cuidó. Y al día siguiente sacó dos denarios , y diólos al posadero, diciéndole: Cuídamelo, y cuanto gastares de más, yo te lo abonaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquél, que cayó en manos de los ladrones? Respondió el doctor: El que usó con él de misericordia. Díjole Jesús: Pues vete, y haz tu otro tanto.

Reflexión

Los bautizados, tomando nuestro nombre de Cristo, nos llamamos cristianos:

Después de administrado el Bautismo, unge el Sacerdote al bautizado con el Crisma en la coronilla de la cabeza, para que sepa que desde este día está incorporado con Cristo como miembro con su cabeza y unido con su cuerpo, y que por eso se llama cristiano de Cristo, como Cristo de Crisma (Catecismo Romano).

Cuando fuimos bautizados declaramos que renunciábamos a Satanás y al mundo, y que nos entregábamos enteramente a Jesucristo. Después de haber entrado en la Iglesia conocimos la voluntad y leyes de Dios, hemos recibido la gracia de los sacramentos y por lo tanto tenemos que vivir de acuerdo a esos principios: la voluntad de Dios que conocemos a través de su santa Ley y su gracia que nos llega, especialmente, a través de los sacramentos dignamente recibidos.

I. Llevar el nombre de cristiano implica cumplir la Ley de Dios, guardar sus mandamientos.

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14, 15) «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21) «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras» (Jn 14, 23-24).

El amor es el motor indispensable de la vida sobrenatural: todo aquel que ama, vive según el Evangelio; el que no ama no puede cumplir los preceptos de Cristo, ni siquiera conoce a Dios, puesto que Dios es amor (1 Jn. 4, 8). Del amor a Dios brota de por sí la obediencia a su divina voluntad, la confianza en su providencia, la oración devota…

El cumplimiento de los mandamientos no es tan difícil, puesto que pueden ser entendidos y cumplidos por el hombre con la ayuda de la gracia. Jesús declara que su yugo es excelente y su carga liviana (Mt 11, 30).

II. Para cumplir cuanto se significa en el nombre de cristiano necesitamos la gracia de Dios

Los Santos Padres al hablar de la parábola del Buen Samaritano, la aplican con todos sus detalles a la historia de la redención del género humano, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. El Samaritano que llena de cuidados al herido, representa a Jesucristo descendido de lo alto amorosamente, para salvar la distancia infinita que separaba a Dios de los hombres; y encontrar a la humanidad herida y vulnerada, compadeciéndose de ella con todo el amor de su Sacratísimo Corazón. «Viendo medio muerto a este hombre, que nadie antes de él lo había podido curar, se acerca, es decir: aceptando sufrir con nosotros, se hizo nuestro prójimo y apiadándose de nosotros se hizo nuestro vecino». (San Ambrosio, Comentario in Luc., 7, 73).

Cristo ungió a la humanidad con el aceite y el vino de los sacramentos que restauran el alma de los hombres; y la cargó sobre su cabalgadura, como Cordero de Dios que carga los pecados del mundo, para llevarla a la posada de la Iglesia, quien ha recibido el encargo de cuidarla hasta que Él vuelva en su gloriosa Parusía: «Cuida de él y lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso» (cfr. padre Luis de la Puente, Meditaciones).

Sin el socorro de la gracia de Dios no podemos con solas nuestras fuerzas hacer ninguna cosa que nos ayude para la vida eterna y Dios nos la comunica principalmente por medio de los santos sacramentos.

La gracia de Dios es un don interno, sobrenatural, que se nos da, sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de Jesucristo, en orden a la vida eterna (Catecismo Mayor).

El mismo Señor se dignó dejar en la Iglesia los Sacramentos sancionados con su palabra y promesa, por los cuales creyésemos sin duda que se nos comunica verdaderamente como por un conducto el fruto de su Pasión, esto es la gracia que nos mereció en el ara de la Cruz con tal que cada uno de nosotros se aplique a sí mismo piadosa y religiosamente esta medicina (Cfr. Catecismo Romano II, 1, 14).

El más excelente de todos los sacramentos es la Eucaristía, porque encierra, no sólo la gracia, sino a Jesucristo, autor de la gracia y de los sacramentos. Pero los sacramentos más necesarios para salvarnos son dos: el Bautismo y la Penitencia; el Bautismo es necesario a todos, y la Penitencia es necesaria a todos los que han pecado mortalmente después del Bautismo.

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Nuestro Padre Dios ejerce su misericordia sobre nosotros cada vez que nos hace llegar su gracia, y en la Salve rezamos a la Virgen: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia. Que nosotros nos dispongamos a acoger la gracia y la misericordia de Dios con corazón agradecido y ejerzamos también la misericordia con nuestros prójimos y hermanos en cualquier necesidad que se encuentren.