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20 julio 2019 • "El Señor no reprende, pues, la obra, sino que distingue las ocupaciones"

Angel David Martín Rubio

Una sola cosa es necesaria

Cristo con María y Marta (Siglo XVII) Escuela flamenca

El Evangelio de la Misa (Domingo XVI del Tiempo Ordinario, ciclo C: Lc 10, 38-42) narra la llegada de Jesús con sus discípulos a una aldea en la que es hospedado por unas mujeres llamadas Marta y María. Por otros evangelistas sabemos que eran las hermanas de Lázaro a quien más tarde resucito Jesús y a quien le unía una entrañable amistad. Vivían a pocos kilómetros de Jerusalén, en un lugar llamado Betania. En este clima de amistad, las hermanas se comportan con naturalidad y sencillez, y muestran actitudes diversas: María estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. Marta andaba ocupada con los múltiples quehaceres de la casa.

I. Marta y María nos recuerdan que para un cristiano hay una vida de unión con Dios en la intimidad de la oración y la contemplación y una vida activa de trabajo. Dos realidades inseparables pero distintas y, a su vez, jerarquizadas, siendo lo prioritario escuchar a Dios. Algo que, a su vez, es presupuesto para la rectitud en las demás ocupaciones.

Para el cristiano, el trabajo es un culto incesante a Dios y un instrumento de santificación. Rectamente entendido y realizado con espíritu sobrenatural, no cabe duda que el trabajo es un verdadero culto a Dios.

Ahora bien, el único trabajo que constituye un verdadero culto a Dios es lo que podríamos llamar el trabajo cristiano, es decir, el realizado en gracia de Dios y con sentido sobrenatural: para glorificarle o cumplir su divina voluntad. En este sentido, conviene recordar que existen además unos deberes sociales y una moral profesional que es necesario conocer y cumplir. Recomendamos la abundante doctrina que desarrolla al respecto el padre Royo Marín OP en el volumen 1 de su Teología Moral para seglares.

El trabajo cristiano expía nuestros pecados. El trabajo—de cualquier naturaleza que sea, intelectual o corporal—es, de suyo, una cosa penosa, que supone esfuerzo y dolor. Sufrido en gracia de Dios y con sentido de reparación de nuestras culpas, tiene una fuerza expiatoria extraordinaria y aumenta nuestros méritos sobrenaturales.

II. En las palabras de Jesús encontramos un reproche a los afanes de Marta y un elogio a María: «¡Marta, Marta! tú te afanas y te agitas por muchas cosas. Una sola es necesaria. María eligió la buena parte, que no le será quitada» (v. 41-42).

«El Señor no vitupera la hospitalidad, sino el cuidado por muchas cosas, esto es, la absorción y el tumulto. Y vean cómo el Señor nada dijo primero a Marta; mas cuando ella intentaba distraer a su hermana, entonces el Señor, habida ocasión, la corrigió. La hospitalidad es honrada mientras que nos atrae a las cosas necesarias; mas cuando empieza a estorbar a lo más útil, es manifiesto que la atención a las cosas divinas es más honrable» (Teofilacto).

Es como si le dijera: Marta, estás desbordada por muchas tareas necesarias, pero estás descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad personal.

«El Señor no reprende, pues, la obra, sino que distingue las ocupaciones; por eso sigue: «María ha escogido la mejor parte», etc. Tú no la elegiste mala, pero ella la eligió mejor. Y ¿por qué mejor? Porque no le será quitada. A ti se te quitará alguna vez el cuidado de los necesitados (porque cuando vengas a aquella patria no encontrarás peregrino a quien hospedar); pero se te quitará para tu bien, para darte el descanso. Tú navegas, aquélla está en el puerto. Eterna es la dulzura de la verdad; se aumenta en esta vida, se perfecciona en la otra, jamás se quita» (San Agustín, de Verb. Dom., serm. 27).

Dios no necesita de nosotros ni de nuestras obras, y éstas valen en proporción al amor que las inspira (1Cor 13). Jesucristo es “el que habla” (Jn 4, 26; 9, 37), y el primer homenaje que le debemos es escucharlo (Mt 17, 5; Jn 6, 29). Sólo así podremos luego servirle dignamente.

«Toda la Escritura es divinamente inspirada y eficaz para enseñar, para convencer (de culpa), para corregir y para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, bien provisto para toda obra buena»  (2 Tm 3, 16) He aquí el fruto de la Palabra de Dios en el alma: la perfección interior, en la fe, el amor y la esperanza. Y ello es lo que trae a su vez la disposición para toda obra buena (cfr. Mons. STRAUBINGER in Lc 10, 42 y 2 Tm 3, 16).

Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que practicar la unidad de vida de forma que el amor a Dios, la santidad personal, sea inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de nuestro trabajo. Por eso le pedimos al Señor, por intercesión de la Virgen, tener el espíritu de servicio de Marta -sin perder como ella el verdadero horizonte- y la presencia de Dios de María mientras, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras.