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6 julio 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

4º Domingo después de Pentecostés: 6-julio-2019

Evangelio

Lc 5, 1-11

En aquel tiempo, mientras la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, él estaba junto al lago de Genesaret y vio dos barcas situadas al borde del lago. Los pescadores habían bajado a tierra y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de la tierra. Se sentó en ella, y enseñaba a la gente desde la barca.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado trabajando toda la noche y no hemos pescado nada, pero ya que tú lo dices, echaremos las redes».

Así lo hicieron, y pescaron tan gran cantidad de peces que casi se rompían las redes. Hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.

Al ver esto Simón Pedro, cayó a los pies de Jesús, diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que tanto él como sus compañeros habían quedado pasmados ante la pesca realizada; y lo mismo Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres».

Ellos llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y lo siguieron.

Bassano: «La pesca milagrosa»

Reflexión

En el Evangelio de este Domingo (Luc. 5.1-11) San Lucas nos presenta el llamamiento o vocación de los que luego formarían parte privilegiada del grupo de los Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan.

Por el evangelista san Juan sabemos que ya habían conocido a Jesús con ocasión del encuentro con los discípulos del Bautista que le había señalado como el “Cordero de Dios” (Jn 1, 35-42).

1.- Ambos episodios nos recuerdan que ser discípulo de Jesús quiere decir seguirle a Él, seguir su camino y que la propia vida del cristiano es un camino de seguimiento de Jesús.

«Dijo Jesús a Simón: No temas; de hoy en adelante serás pescador de hombres. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron». Al ser llamados dejaron su oficio, su ocupación y fueron tras Él.

La gracia interior de Jesucristo atrae misteriosamente los corazones de los hombres y los transforma, como ocurrirá con estos pescadores, ahora rudos e ignorantes, y destinados a ser fundamento de su Iglesia que extenderían por todo el mundo entonces conocido, del Asia Menor a Hispania.

2.- La vocación de aquellos primeros discípulos nos recuerda que todos los cristianos hemos recibido una vocación sobrenatural a la vida eterna.

Esa vocación depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana pero la gracia de Cristo, el don gratuito que Dios nos hace de su vida, es en nosotros la fuente de la obra de la santificación.

Consideremos nuestra vocación desde una doble perspectiva: la pertenencia a la Iglesia y la plenitud de vida a que nos tiene que conducir nuestra condición de cristianos, hechos hijos de Dios por el Bautismo.

2.1.- La propia palabra “Iglesia” significa “convocación” o “llamamiento” y designa a «los que son llamados por la fe a la luz de la verdad y al conocimiento de Dios, para que  […] adoren piadosa y santamente al Dios vivo y verdadero, y le sirvan de todo corazón» (Catecismo Romano I, 10, 2).

En la vocación o llamamiento que significa la palabra Iglesia se nos muestra la bondad y sabiduría de Dios, ya que Él es quien nos llamó. El fin que se nos propone por esta vocación, es el conocimiento y posesión de lo eterno (ibid.)

2.2.- En la Epístola (Rom.8.18-23) San Pablo nos explica que esta vocación se vive en dos tiempos: aquí, bajo la adopción bautismal; en el cielo, por la gloria. En el momento presente no podemos menos de recibir nuestra parte de sufrimientos, los cuales tienen su valor redentor, mas no pueden compararse con la gloria que nos  aguarda.

Vemos así por dónde debe comenzar nuestra santificación; ante todo, sujetemos la rebeldía de nuestros apetitos, y dejemos obrar a la gracia sin los obstáculos que nosotros mismos le oponemos, y entonces podremos practicar las  buenas obras, que la fe nos exige como condición  indispensable para la salvación.

«Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas […] Los que son hijos de Dios, aman a Cristo; y los que le aman, como Él mismo testifica, observan sus mandamientos». (Concilio de Trento, Sesión VI, Cap. XI).

El Señor, como a los Apóstoles, nos ha invitado a seguirle, cada uno en unas peculiares condiciones, y hemos de examinar cómo estamos correspondiendo a esa llamada o si hay cosas en nuestra vida que nos impiden dar una respuesta rápida y generosa. También acudimos a la Virgen; le pedimos fortaleza para ser fieles a nuestra vocación y, al igual que aquellos primeros llamados, dar testimonio de nuestra fe con una vida entregada al Dios que nos amó primero.