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23 junio 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta del «Corpus Christi»: 23-junio-2019

Evangelio

Jn 6, 56-59

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente”

Manuel Cabral: Procesión del Corpus en Sevilla

Reflexión

La fiesta del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo que celebramos hoy, debe ser un día dedicado a honrar al Sacramento de la Eucaristía con especial solemnidad externa que acompañe al gozo espiritual y al agradecimiento por este don.

Hace poco, con la fiesta de Pentecostés, terminaba el tiempo Pascual. Y todos los misterios que a lo largo del año litúrgico hemos celebrado estaban contenidos en este Sacramento, que es el memorial y como el resumen de la obra de Dios en favor nuestro. La realidad de la presencia de Cristo bajo las especies sacramentales, hace que en ellas reconozcamos en Navidad al Niño que nos nació; en la Pasión, a la víctima que nos redimió; y en Pascua, al vencedor del pecado y de la muerte.

Bien podemos afirmar: ¡Dios está aquí! Cristo está en medio de nosotros gracias a este Sacramento en el cual, por la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y de toda la sustancia del vino en su preciosa Sangre, se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Jesucristo Señor nuestro, bajo los accidentes del pan y del vino.

Además de recordar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Liturgia nos invita a considerar que la Eucaristía es también el sacrificio de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por medio de los sacerdotes.

Ya en el libro del Génesis (14, 18-20) aparece la figura del rey-sacerdote Melquisedec, rey de Jerusalén, que bendice a Abrahán, recibe diezmos de su mano y ofrece pan y vino al Altísimo. A él se refiere también el Salmo 109 (v. 4). San Pablo (Hebreos 7, 1 ss.) explica que Melquisedec es figura de Cristo, el sumo sacerdote y sumo rey, y que su sacrificio de pan y vino es anuncio del Sacrificio del Nuevo Testamento, la Nueva Alianza sellada con la preciosísima Sangre de Jesucristo sobre el altar de la cruz.

La Epístola de san Pablo (1 Cor 11, 23-29) nos recuerda cómo Jesucristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la última cena que hizo con sus discípulos la noche antes de su Pasión. El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por manos de los sacerdotes. Siendo único el Sacrificio de la Cruz, ¿Por qué instituyó Jesucristo el santo sacrificio de la Misa?

Porque los merecimientos adquiridos por Jesucristo en la cruz (redención objetiva de “todos los hombres”) nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está el santo sacrificio de la Misa (“redención subjetiva”, de “muchos”, no de todos, sino de aquellos que aceptan vivir como redimidos ).

De ahí la importancia de asistir a la Santa Misa con recogimiento exterior y devoción y devoción interior; recibiendo la comunión sacramental con la debida preparación que consiste, sobre todo, en estar en gracia de Dios, es decir, tener la conciencia limpia de todo pecado mortal.

*

Pidamos hoy la gracia de una fe eficaz en el misterio de la Santísima Eucaristía que nos lleve a reconocer a Jesucristo oculto bajo las apariencias de pan y vino; a confesar que en el Santísimo Sacramento del Altar está el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad… Y que esta fe oriente de tal manera nuestra vida que, al morir, podamos contemplarle eternamente en la Gloria.