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15 junio 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de la Santísima Trinidad: 15-junio-2019

Evangelio

Mt 28, 18-20: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

La Santísima Trinidad (Guercino)

Reflexión

Desde que comenzamos el Año Litúrgico en Adviento, la Iglesia ha ido proponiendo a nuestra consideración y celebrado los misterios de la salvación: desde el nacimiento de Cristo, pasando por su muerte y resurrección hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, el pasado Domingo. Y, aunque honra a la Santísima Trinidad todos los días del año, y principalmente los domingos; le hace una fiesta particular en este primer domingo después de Pentecostés para darnos a entender que el fin de los misterios de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo ha sido llevarnos al conocimiento de la Santísima Trinidad y a su adoración en espíritu y verdad.

I. CONOCIMIENTO

A lo largo de la historia, poco a poco, Dios fue manifestando su realidad, nos ha ido revelando cómo es Él, en Sí, independiente de todo lo creado. Descubrimos así, en pleno Antiguo Testamento, la anticipación de la revelación de sus misterios que hará en plenitud Jesús y se da a conocer sobre todo la Unidad del Ser de Dios y su completa distinción del mundo y su modo de relacionarse con él, como Creador y Señor. A la vez, se va manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de Dios Hijo, que es anunciada por los Profetas, y la acción del Espíritu Santo, que lo vivifica todo.

Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la llamada a participar en él. Él nos reveló también la existencia del Espíritu Santo junto con el Padre y lo envió a la Iglesia para que la santificara hasta el fin de los tiempos; y nos reveló la perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas.

II. ADORACIÓN EN ESPÍRITU Y VERDAD

El misterio de la Santísima Trinidad es la fuente de donde procede la vida sobrenatural y a donde nos encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo, santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada vez más a Cristo. Es decir, cuando estamos en gracia de Dios somos templos vivos de la Santísima Trinidad. «·El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5).

Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- habita en nuestra alma en gracia no sólo con una presencia de inmensidad, como se encuentra en todas las cosas, sino de un modo especial, mediante la gracia santificante, con una forma de presencia que los teólogos llaman inhabitación.

Toda la vida sobrenatural del cristiano se orienta a ese conocimiento y trato íntimo con la Trinidad, que viene a ser «el fruto y el fin de toda nuestra vida» (Santo Tomás). Para este fin hemos sido creados y elevados al orden sobrenatural: para conocer, tratar y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, que habitan en el alma en gracia.

Cuando estamos bien asentados en esta realidad sobrenatural -Dios, Uno y Trino, habita en mí- convertimos la vida -con sus contrariedades, e incluso a través de ellas- en un anticipo en un anticipo del Cielo: es como meternos en la intimidad de Dios y conocer y amar la vida divina, de la que nos hacemos partícipes y que llegará a su plenitud en la vida eterna que esperamos alcanzar: «en virtud de la fe, hemos obtenido asimismo el acceso a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Rom 5, 1).

«La esperanza, que resulta de la prueba, es una virtud teologal, fruto de la fe viva animada por caridad, (Ga. 5, 6). El que cree y ama, espera con vehemente deseo los bienes que Cristo nos promete, y tiene, pues, en la esperanza el supremo sostén de su optimismo. “La gloria que espero, dice S. Francisco de Asís, es tan grande, que todas las enfermedades, todas las mortificaciones, todas las humillaciones, todas las penas, me llenan de alegría”» (Mons. STRAUBINGER, in: Rom 5, 4).

Pensar en la Trinidad es pensar en la salvación del alma, en el Cielo. «La bienaventuranza de los escogidos consiste en ver, amar y poseer por siempre a Dios, fuente de todo bien» (Catecismo Mayor).

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…» Esta divina revelación, nos muestra hasta dónde llega la obra santificadora del Espíritu Santo que nos hace capaces de corresponder al amor con que Dios nos ama. De esta manera, caemos en la cuenta de que la santificación es, ante todo obra de Dios y nuestra acción consiste en no ponerle a esa acción el único obstáculos que la puede hacer estéril: el pecado y ser dóciles al Espíritu Santo, para llevar a su perfección nuestra vida cristiana.

*

Junto a nuestra Madre Santa María -Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo- alabemos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Amemos a Dios y cumplamos sus mandamientos para que Él venga a habitar en nuestras almas de gracias y podamos contemplarle por toda la eternidad en la Gloria del Cielo.