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14 abril 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

2º Domingo de Pasión-Domingo de Ramos: 14-abril-2019

Evangelio de la procesión

Mt 21, 1-9

Y cuando se acercaron a Jerusalén, y llegaron a Betfagé al monte de los Olivos, envió entonces Jesús a dos discípulos, diciéndoles: Id a esa aldea que está enfrente de vosotros, luego hallaréis una asna atada y un pollino con ella, desatadla y traédmelos: Y si alguno os dijere alguna cosa, respondedle que el Señor los ha menester, y luego los dejará. Y esto todo fue hecho, para que se cumpliese lo que había dicho el Profeta, que dice: Decid a la hija de Sión: He aquí tu Rey, viene manso para ti, sentado sobre una asna, y un pollino, hijo de la que está debajo del yugo. Y fueron los discípulos, e hicieron como les había mandado Jesús. Y trajeron la asna y el pollino; y pusieron sobre ellos sus vestidos, y le hicieron sentar encima. Y una grande multitud del pueblo tendió también sus ropas por el camino. Y otros cortaban ramos de los árboles y los tendían por el camino. Y las gentes que iban delante y las que iban detrás gritaban, diciendo: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor: Hosanna en las alturas.

Evangelio de la Misa: Pasión de NSJC según San Mateo (26, 36-75; 27, 1-60)

Hippolyte Flandrin: «Entrada de Jesús en Jerusalén» (1842)

Reflexión

Dos motivos se dan cita en la Liturgia del Domingo de Ramos que es como la puerta de entrada a la Semana Santa.

  • El día es, en primer lugar, conmemorativo de la solemne entrada del Señor en Jerusalén para su Pasión y Muerte.
  • Pero ese mismo Jesús que descendió del monte de los olivos como rey pacífico, para hacer su entrada en Jerusalén, será crucificado pocos días después. Por eso leemos el relato de la Pasión

En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo redentor, para morir y resucitar con Cristo.

Para ello es necesario:

1. Considerar el recuerdo de la Pasión de Cristo no solamente como un hecho histórico del pasado sino como la prueba más palpable del amor de Dios por cada uno de nosotros. Es lo que profesamos en el Credo: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo y se encarnó…» Era necesario que Jesucristo fuese hombre para que pudiese padecer y morir, y que fuese Dios para que sus padecimientos fuesen de valor infinito. «Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato».

No era absolutamente necesario que Jesús padeciese tanto, porque el menor de sus padecimientos hubiera sido suficiente para nuestra redención, siendo cualquiera acción suya de valor infinito. Pero quiso padecer tanto «para satisfacer más copiosamente a la divina justicia, para mostrarnos más su amor y para inspirarnos sumo horror al pecado» (Catecismo Mayor).

2. El propósito firme de llevar a partir de ahora una vida de acuerdo con nuestra condición de hijos de Dios y que pasa por los mismos caminos por los que discurrió la vida de Cristo: humildad, obediencia a la ley de Dios, servicio a los demás.

«“Me amó y se entregó por mi” (Gal 2, 20): Todo entero por mí, y lo habría hecho aunque no hubiese nadie más. También ahora me mira constantemente (Ct 7, 11), como si no tuviera a otro a quien amar. Es muy importante para nuestra vida espiritual el saber que “el amor de Cristo no pierde nada de su ternura al abarcar todas las almas, extendiéndose a todas las naciones y a todos los tiempos”

¿Y por qué se entregó por mí? ¡Para llevarme a su propio lugar! (Jn. 14, 2 s.). La caridad más grande del Corazón de Cristo ha sido, sin duda alguna, el deseo de que su Padre nos amase tanto como a Él (Jn. 17, 26) […] Todo está en creerle (Jn. 6, 29), sin escandalizarnos de ese asombroso exceso de caridad (Jn. 6, 60), que llega hasta entregarse por nosotros a la muerte para poder proporcionarnos sus propios méritos y hacernos así vivir su misma vida divina de Hijo del Padre, como “Primogénito de muchos hermanos” (Rm. 8, 29).» (Mons. STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Gal 2, 19ss).

El camino para vivir así es frecuentar los Sacramentos, muy en especial la Eucaristía y la Confesión.

Cuando no se vive así la Semana Santa nos limitamos a ser mudos espectadores de unos acontecimientos que poco dicen a una vida tan alejada de Dios como la que, tal vez por desgracia, llevamos habitualmente. En tal caso, la estos días resultan irrelevantes o bien un hecho cultural o folklórico que hay que celebrar porque «siempre se ha hecho así» o del que se puede prescindir porque «eso ya no se lleva». La madurez en la vida cristiana excluye ambas respuestas y nos lleva a la reflexión sobre la necesidad de perseverar en propósitos concretos en la línea que hemos apuntado.

Junto a la Cruz de Jesús estaba la Virgen Santa María. A ella acudimos para pedirle que lo que hemos iniciado hoy sea verdaderamente una «Semana Santa» pero dentro de una «vida santa».