Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

16 febrero 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Septuagésima: 17-febrero-2019

Evangelio

Mt 20, 1-6: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de convenir con los jornaleros en un denario por jornada, los mandó a la viña. Saliendo a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Y ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer de la tarde salió y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, dice el dueño de la viña al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos, hasta los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando los primeros llegaron, pensaban que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo diciendo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Pero él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago injusticia. ¿No convinimos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿O es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Pues muchos son llamados y pocos escogidos.

Reflexión

I. EL TIEMPO DE SEPTUAGÉSIMA

Comienza hoy el tiempo de Septuagésima que al igual de la Cuaresma (a la que se anticipa) guarda relación con la misma Solemnidad de la Pascua en una lejanía más acentuada

Históricamente nace por el deseo de completar los días de ayuno durante el tiempo de Cuaresma y, progresivamente, se fueron añadiendo varios domingos: Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima.

La Liturgia de este tiempo se caracteriza por:

A partir de la Septuagésima, la Pascua es el gran tema que empieza a considerar la Iglesia y que nos propone como el fin al que hemos de conducir nuestros deseos y esfuerzos. A ello nos invitan el Evangelio y la Epístola de la Misa.

II. EL EVANGELIO (Mt 20, 1-16)

El Santo Evangelio de este Domingo compara el Reino de los Cielos con un padre de familia que contrató a obreros para trabajar en su viña y al final del día pagó a todos el mismo jornal que había acordado con ellos, con independencia del tiempo que hubieran trabajado.

Dos enseñanzas se nos dan en esta parábola:

  1. Dios actúa con la más completa libertad en el reparto de sus gracias. Tiene un amor de predilección por algunas almas que le lleva a usar de mayor bondad y misericordia con unos, sin dejar de usarla con otros. Él distribuye las predilecciones del amor a quien quiere, como quiere y cuando quiere, sin que a nadie hagan agravio estas preferencias de su amor divino: «¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»

Agradezcamos pues a Dios las preferencias que ha tenido por nosotros desde que nos eligió el día que recibimos el santo Bautismo y no olvidemos que en el Juicio tendremos que darle cuenta de los beneficios y gracias que nos ha concedido.

  1. Todos recibieron la misma paga, los primeros y los últimos; de la misma manera que todo cristiano que muere en gracia de Dios entra en el cielo, lo mismo el que ha servido a Dios durante toda su vida que el pecador que se ha convertido al morir. Pero no podemos sacar de esto la consecuencia de es indiferente cómo hayamos vivido. «Los bienes del cielo para los bienaventurados y los males de infierno para los condenados serán iguales en la sustancia y en la duración eterna; más en la medida o en los grados serán mayores o menores, según los méritos o deméritos de cada cual» (Catecismo Mayor, 252).

Por eso, al lado de la gracia hay que hablar del mérito, es decir del derecho a un premio sobrenatural como resultado de una obra sobrenaturalmente buena, hecha libremente por amor de Dios, y de una promesa divina que es la garantía del mismo.

La parábola nos enseña que nuestro mérito no se funda en nuestras obras en sí, sino en la unión de esas obras con los méritos infinitos de Jesucristo y con la promesa divina de darnos por ellas un premio sobrenatural: lo que llamamos el Cielo. Pero, en eso precisa la grandeza de la vida cristiana: ayudados de la divina gracia, somos capaces de practicar unas obras que, unidas a los méritos de Jesucristo, llevan unida la promesa de un gran premio que confiamos alcanzar. Ese es precisamente el objeto de la virtud teologal de la Esperanza.

III. LA EPÍSTOLA (1Corintios 9, 24-27; 10. 1-5)

En la Epístola, San Pablo subraya este aspecto: lo que nosotros tenemos que aportar en la obra de nuestra salvación. Y lo compara con el esfuerzo, la lucha.

El Apóstol describe al cristiano militante, valiéndose de las comparaciones con los famosos juegos de la antigüedad: carrera (v.24) y pugilismo (v.26), donde todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de empeñarnos nosotros, y con tanto mayor razón, por obtener el premio de la eternidad, renunciando a la propia gloria y al propio interés.

Las monedas que se conservan de Corinto, traen grabada la corona de aquellos efímeros triunfos, que era de pino, de perejil o de olivo. El apóstol nos lleva a fijar en cambio la atención sobre el premio que nos espera (Fil. 3, 8-14), para alegrarnos desde ahora (Rm. 5, 2; Tt. 2, 13; Lc. 6, 23; 10, 20; Jn. 16, 22) en la esperanza cierta de una felicidad, que si no nos cautiva el corazón es porque apenas tenemos una vaga idea del cielo, e ignoramos las innumerables promesas que Dios nos prodiga en la Sagrada Escritura

Por último, San Pablo recurre a la experiencia de lo ocurrido al pueblo de Israel. Alude al éxodo de los israelitas de Egipto bajo Moisés cuando pasaron el Mar Rojo, guiados por una nube que les daba sombra de día y luz de noche. El adjetivo todos se repite cinco veces para acentuar que aunque todo Israel recibió aquellas bendiciones, sólo un pequeño número entró en la tierra prometida.

Es decir que, estamos aún confirmados en la gracia (cf. Hb. 8, 8 ss.), y nuestra carne estará inclinada al mal hasta el fin, por lo cual, aunque ya somos salvos en esperanza (Rm. 8, 4), hemos de saber que sólo podremos vencer nuestras malas inclinaciones recurriendo a la vida según el espíritu (Ga. 5, 16 y nota), y que cada instante en que nos libramos de caer en la carne es un nuevo favor que debemos «a la gracia de la divina misericordia» (cfr. STRAUBINGER, in 1Cor 9, 24-10, 12).

«Obrad vuestra salud con temor y temblor […] porque Dios es el que por su benevolencia, obra en vosotros tanto el querer como el hacer» (Filp 2, 12-13)

¡El querer y el hacer! He aquí lo suficiente para que nadie pueda nunca atribuirse ningún mérito a sí mismo; y también para que nadie se desanime, puesto que aun la voluntad que nos falta puede sernos dada por la bondad de nuestro divino Padre. San Bernardo circunscribe la cooperación humana a la siguiente fórmula: Dios obra en nosotros el pensar, el querer y el obrar. Lo primero sin nosotros. Lo segundo con nosotros. Lo tercero por medio de nosotros (cfr. STRAUBINGER, in Filp 2, 13).

*

Trabajemos pues en esta vida para que nuestra gloria sea grande en el Cielo. Oremos con fervor, que la oración atrae la gracia de Dios. Y así, en el Cielo, estaremos más cerca de la Virgen María y de la Santísima Trinidad.