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19 enero 2019 • El porcentaje del 40% de abstención ha estado presente también en las últimas elecciones generales

Gabriel García

Convertir la abstención en fuerza política

Las elecciones autonómicas andaluzas con las que terminó el año 2018 nos dejaron varios datos reveladores además de la irrupción de Vox como fuerza política institucional. Al margen del futuro tripartito conservador (para disgusto de Ciudadanos) que gobernará Andalucía, no debemos olvidar que el Partido Socialista volvió a ser el más votado a pesar de todos los escándalos sobre la corrupción de su entramado caciquil. Los resultados publicados hasta la fecha también han confirmado un total de 81.133 votos nulos (es decir, personas que se tomaron la molestia de acudir a las urnas para expresar su desencanto con las instituciones y los partidos) y 56.916 votos en blanco (éstos, en cambio, acudieron para votar que ninguno de los partidos concurrentes era merecedor de su confianza). Si a lo anterior añadimos los 2.602.546 andaluces con derecho a voto que optaron por abstenerse (fuera por indiferencia o por malestar), no salen unas estadísticas muy diferentes a otras elecciones.

El porcentaje del 40% de abstención ha estado presente también en las últimas elecciones generales, a pesar del bombardeo mediático y la presencia de más actores ajenos al bipartidismo en las televisiones; y este porcentaje de abstenciones, bastante elevado en una sociedad que en teoría cuenta con más medios que nunca para informarse y estudiar detenidamente a quién apoya, aumenta hasta el 60% en las elecciones al Parlamento Europeo, las más infravaloradas a pesar de ser en Bruselas donde se toman las decisiones que más nos afectan. Con razón se ha defendido que una coalición electoral como ADÑ, integrada entre otros por Falange Española de las JONS, tiene un margen potencial enorme de apoyos. Ese elevado número de abstenciones no es sinónimo de ácratas convencidos, también representa a un número importante de españoles que no se identifican por diversas razones con los procesos electorales ni con los programas políticos de quienes aparecen en sus televisores. Son esos españoles que desconfían del Sistema, además de los numerosos descontentos con los partidos mayoritarios, quienes deberían verse reflejados en el discurso y en la propaganda de una alternativa política que pretenda irrumpir en las instituciones para cambiar de verdad la situación de nuestro país.

Movilizar a ese electorado indiferente es el gran desafío de toda organización política extraparlamentaria (y lo mismo cabría decir de quienes apuestan por el voto nulo y el voto en blanco). Hasta ahora, el descrédito del bipartidismo ha derivado en una sangría de apoyos electorales rentabilizada por un mayor número de partidos. Pero, de momento, la estabilidad del porcentaje de abstenciones beneficia a los partidos hasta ahora mayoritarios; por citar unos ejemplos recientes, además de la última victoria socialista en Andalucía tenemos al Partido Popular como el más votado durante las elecciones generales de 2015 y 2016. La estructura caciquil de los grandes partidos y su control de las instituciones no permite la irrupción de otras alternativas más que hasta cierto punto, de ahí la necesidad de ganar el apoyo de quienes hasta ahora se mantienen al margen; de lo contrario, los españoles tendremos que seguir padeciendo las políticas socialistas y populares (acompañados, según vengan acompañadas las circunstancias, por sus posibles muletas moradas, naranjas o verdes).

Al contrario que otros que pasaron de criticar a la casta gobernante a mudarse a casoplones dignos de un alto cargo del Partido Popular, los falangistas no buscamos el apoyo de los descontentos con las instituciones por una estrategia para ganar poder. Falange Española de las JONS lleva muchos años planteando propuestas concretas a los diversos problemas que afectan a nuestro país, como así atestiguan nuestros comunicados y programas electorales. Los falangistas formamos parte de ese pueblo español obligado a sufrir reformas laborales antisociales, recortes en servicios públicos y un futuro incierto para nuestras familias. De ahí la importancia de que en las instituciones se oiga una voz verdaderamente transgresora con lo políticamente correcto y el país arruinado que pretenden dejar en herencia a los españoles del mañana.