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12 enero 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Octava de la Epifanía. Conmemoración del Bautismo del Señor: 13-enero-2019

Aunque litúrgicamente hoy se celebra la fiesta de la Sagrada Familia que prevalece sobre el Domingo y la Octava de Epifania, hacemos nuestro comentario sobre la conmemoración del Bautismo del Señor que tiene lugar este último día de dicha Octava.

Evangelio

Jn 1, 29-34:

En aquel tiempoJuan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”.

Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”.

Bautismo del Señor (Francesco Trevisani)

Reflexión

El pasado 6 de enero celebrábamos la fiesta de la Epifanía, que quiere decir aparición o manifestación. Manifestación, en primer lugar, en la adoración de los Magos que reconocen al verdadero Dios en el Niño nacido en Belén. Pero la liturgia de la Iglesia, asocia otros dos hechos a la Epifanía: el bautismo de Cristo en el Jordán (que es conmemorado este domingo), y su primer milagro en Caná de Galilea (que escucharemos en el Evangelio del próximo Domingo). En todos ellos, reconoce la manifestación de Jesucristo, como Hijo de Dios, y como nuestro Salvador y Redentor.

I. Nuestro Señor debía aparecer públicamente como el Mesías prometido a Israel. Así, pues, en el bautismo en el Jordán, Cristo fue manifestado ante todo el pueblo judío como su Mesías.

Como hemos recordado durante el Adviento, San Juan Bautista fue el percursor de Cristo y comenzó su predicación exhortando a la penitencia: «Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos» (Mt 3, 2). No era el suyo un bautismo sacramental como el instituido por Jesús sino «un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados» (Lc 3, 3), es decir, sus efectos eran puramente naturales o humanos, ya que no producían la gracia, aunque preparaban los corazones para recibirla mediante el arrepentimiento. Sin tener mancha alguna que purificar, Jesucristo quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban.

Mientras Juan bautiza a Jesús sucede algo grandioso: los cielos se abren, se oye la voz del Padre y el Espíritu Santo desciende en forma visible sobre Jesús. Se trata de una manifestación del misterio de la Santísima Trinidad que manifiesta el sentido profundo de lo que allí estaba ocurriendo: nos revela a Cristo y el poder transformador, santificador de la gracia: el cielo abierto de nuevo para la humanidad pecadora, la falta expiada por el Cordero de Dios, que carga con ella, y la Santísima Trinidad, complacida en las almas así regeneradas.

II. En el milagro de las bodas de Caná, vemos cuál es el efecto de esta unión misteriosa de Cristo con su propia humanidad y, a través de ella, con todas las almas dóciles: la transformación en Dios por la gracia, manifestada por el milagro realizado por Nuestro Señor, a pedido de su Madre, en Caná de Galilea.

El agua, esto es, nuestra pobre naturaleza caída, es convertida por Nuestro Señor en vino, esto es, en una nueva criatura, excelentísima como el vino lo es respecto del agua, y digna de ser presentada ante su Padre celestial. Ese el poder de la gracia que Cristo ofrece: la transformación de toda su vida, de toda su actividad, en una vida y actividad divinas. Todo en el hombre queda transformado por la gracia: su vida privada, su vida familiar, su vida social; su religión, su política, su economía, su educación, sus costumbres, sus leyes…

III. La Epifanía, como los demás misterios de Nuestro Señor, es parte integrante de nuestra vida espiritual.

Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Jesucristo: «Me fue dado todo poder en el Cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28, 13). En el Bautismo recibimos la fe y la gracia. Respondamos, pues, con generosidad a un Dios que tan suave y misericordiosamente ha venido a buscarnos. Pidámosle apreciar sumamente la gracia divina que Él viene a traernos y corresponder a ella:

  • Viviendo siempre en gracia de Dios. Para ello, hay que mantener una lucha decidida en contra del pecado, sobre todo, del pecado mortal. Si, a pesar de la lucha, se cae en pecado grave, dada la debilidad humana, confesarse cuanto antes con toda confianza y sinceridad.
  • Con una vida de piedad y oración sincera que transforma por obra de la gracia todas las realidades. Tener a Jesús en el centro de todas las actividades humanas, para que ejerza su reino de justicia, de santidad y de paz sobre todas las almas.
  • Con nuestros sacrificios y mortificaciones voluntarias y aceptadas. El Dios encarnado tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargará con nuestros dolores. La mortificación está muy relacionada con hacer la vida agradable a los demás, con pequeños vencimientos, contrariedades o dificultades a lo largo de cada día.

Pidamos a la Madre de Dios y Madre nuestra, que nos acompañe a lo largo de toda nuestra vida de bautizados para estar atentos a las manifestaciones de Cristo y percibirlas cada vez con mayor claridad hasta que nos deje verlo en la revelación definitiva de su gloria. En esa epifanía eterna, que inunda de gozo a los bienaventurados.