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15 diciembre 2018 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

3er. Domingo de Adviento: 16-diciembre-2018

Evangelio

Jn 1, 19-28: En aquel tiempo: Los judíos ­enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntar a Juan: ¿Tú, quién eres? Y confesó y no negó; antes protestó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: Pues ¿quién eres ? ¿Eres tú Elías? y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? y respondió: No, y le dijeron: Pues dinos quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Él dijo: Yo soy voz que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta. Y los enviados eran fariseos. y le preguntaron : Pues ¿por qué bauti­zas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió, diciendo: Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el cual ha sido preferido a mi, ya quien yo no soy digno de desatar la correa de su zapato. Esto aconteció en Betania, a la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando.

Predicación de San Juan Bautista (Pier Francesco Mola)

Reflexión

«Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres» (Epístola: Flp 4, 4-7). El Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse y les da un motivo: «El Señor está cerca». San Pablo está hablando de la segunda venida gloriosa de Cristo y la Iglesia acoge esta invitación que caracteriza a toda la Liturgia de este tercer domingo de Adviento. Y lo hace cuando también nos preparamos para celebrar el Nacimiento del Señor. Es el mismo espíritu que le llevará a invitarnos en una de las Epístola del día de Navidad a aguardar «la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2, 13).

«El hombre perdió la alegría al salir del Paraíso terrenal. La vida familiar y social, que tendría que haber sido su gozo aquí en la tierra mientras esperaba la beatitud celestial, se le transformó en motivo de penas y tristezas: “Dijo Dios a la mujer: …Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará. Y dijo a Adán:…Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás” (Gen 3, 16-19). Los que perdieron la noticia del drama inicial de la humanidad se preguntaron por la felicidad, y los más lúcidos de ellos, Platón y Aristóteles, fueron muy pesimistas en cuanto a la posibilidad de ordenar la vida entre los hombres como para que pudiera alcanzarse. Muy pocos recordaron la promesa del Redentor -por dos veces uno solo: Noé y Abraham-, y aunque Dios se hizo un pueblo de ellos, el Pueblo de la Promesa, muchas veces tuvo que reanimarle la esperanza, tantas fueron las tristezas en que vivió. De hecho, cuando vino finalmente el Salvador, el fariseísmo había sumido al pueblo judío en una profunda desesperación (Álvaro CALDERÓN, Prometeo la religión del hombre. Ensayo de una hermenéutica del Concilio Vaticano II, Navalcarnero (Madrid): Fundación San Pío X, 2011, 76).

La razón profunda de la alegría de que hoy nos habla la Liturgia radica en que en Cristo se cumplió el tiempo de la espera y Dios realizó finalmente la salvación que había anunciado a nuestros primeros padres después del pecado original, cuando les prometió «un Salvador (el Mesías), que había de venir a librar al género humano de la servidumbre del demonio y del pecado y a merecerles la gloria. Esta promesa la fue Dios repitiendo en lo sucesivo otras muchas veces a los Patriarcas y, por medio de los Profetas, al pueblo hebreo» (Catecismo Mayor).

San Juan Bautista es “el profeta del Altísimo” (Lc 1, 76) y en el Adviento, la Liturgia de la Iglesia propone a nuestra meditación con frecuencia esta figura porque su misión fue ir delante del Señor para preparar sus caminos, anunciando la salvación a su pueblo: «exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio» (Lc 3, 18).

La manifestación del Bautista en la región del Jordán, en aquel ambiente de expectación mesiánica, y anunciando que «llegó el reino de Dios», produjo una fuerte conmoción en Israel. Los evangelistas aluden a este ambiente y el historiador judío Flavio Josefo (c.37-c.100 d.C.) se hace eco de esta actividad del Bautista y del movimiento creado en torno a él. En medio de esa expectativa mesiánica creada en torno al Bautista, la embajada que nos relata el Evangelio de este Domingo (Jn 1, 19-28)

  • Los judíos enviaron a él, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”.

Muchos identificaban a Juan con el Mesías o Cristo; por eso el fiel Precursor se anticipa a desvirtuar tal creencia. Observa san Juan Crisóstomo que la pregunta era capciosa y tenía por objeto inducir a Juan a declararse el Mesías, pues ya se proponían cerrarle el paso a Jesús (cfr. Mons. STRAUBINGER in Jn 1, 20):

«Experimentaron los judíos cierta pasión humana respecto de San Juan. Creían indigno que él se sometiese a Jesucristo, porque las muchas cosas que hacía San Juan demostraban su excelencia y, en realidad, que descendía de familia ilustre (puesto que era hijo del príncipe de los sacerdotes). Y porque demostraban, después, su educación sólida y su desprecio de las cosas humanas. Mas en Jesucristo se veía lo contrario; era de un aspecto humilde, lo cual menospreciaban los judíos diciendo: «¿Pues no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13, 55). Su ordinario sustento era el de los demás, y su vestido no se distinguía del de muchos. Y como San Juan mandaba continuamente a ver a Jesucristo, y por otro lado querían más bien tener por maestro a San Juan, le enviaron aquella legación, creyendo que por medio de halagos le obligarían a confesar que él era el Cristo. Y por esto no envían a personas despreciables (a la manera que a Cristo le enviaban a los ministros y los herodianos) sino sacerdotes y levitas. Y no cualquiera de estos, sino a aquellos que estaban en Jerusalén, que eran los más distinguidos» (in Ioannem, hom. 15, sparsim c.p. Catena Aurea).

  • ¿Eres tú el Profeta?

El fundamento de la pregunta era la profecía de Moisés: «Yahvé, tu Dios, te suscitará un Profeta de en medio de ti, de entre tus hermanos como yo; a él escucharéis» (Dt 18, 15). Jesús había dicho: «Si creyeseis a Moisés, me creeríais también a Mí, pues de Mí escribió Él» (Jn 5, 46). Y san Pedro (Hch 3, 22) y san Esteban (Hch 7, 35) aplican directamente a Jesucristo aquel texto (Fillion). Cuando Felipe fue llamado al apostolado, dijo: «Hemos encontrado a Aquel de quien escribió Moisés» (Jn 1, 45). Juan entiende probablemente “el profeta” en un sentido equivalente a Mesías; de ahí su respuesta negativa.

  • «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías»

Para definir bien quién era y cuál era su misión, San Juan se apropia un pasaje muy conocido del profeta Isaías: «Voz de uno que clama: “Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el yermo una senda para nuestro Dios» (Is 40, 3). La llegada de reyes se anunciaba por pregoneros que intimaban a los habitantes que arreglasen los caminos y alejasen todos los obstáculos. Se aplica esta profecía al reino de los cielos que se aproxima, traído por Jesucristo, y a su pregonero y precursor, el Bautista.

Juan es un profeta como los anteriores del Antiguo Testamento, pero su vaticinio no es remoto como el de aquéllos, sino inmediato. «En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis». Volvemos a encontrarnos aquí con el fundamento de la alegría cristiana: Jesucristo no sólo nos conduce a Dios, sino que es Dios con nosotros. Y la respuesta del cristiano es preparar el camino al Señor, como nos indica san Juan Bautista: Preparad el camino del Señor

«El camino del Señor es enderezado hacia el corazón cuando se oye con humildad la palabra de la verdad. El camino del Señor es enderezado al corazón cuando se prepara la vida al cumplimiento de su ley» (San Gregorio).

*

En conclusión: el Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, a  esperar  con  paciencia  la  venida de Cristo. Nos invita a no desalentarnos, superando las adversidades con la certeza de que el Señor no tardará en llegar.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Y, para ello, hagamos nuestro el ejemplo de la Virgen María, que pronunció su fiat a la Encarnación, esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén.