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8 diciembre 2018 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María: 8-diciembre-2018

Evangelio

Lc 1, 26-28: En aquel tiempo, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen, prometida de un hombre descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró donde ella estaba, y le dijo: “Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo”.

Reflexión

Celebramos hoy la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. El día 8 de diciembre del año 1854, el Papa Pío IX definió solemnemente como artículo de fe la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen. Es decir que esta verdad ha sido revelada por Dios.

Debemos preguntarnos entonces:

1. En qué consiste este misterio y por qué fue Inmaculada María Santísima

2. Cómo podemos aprovecharnos en nuestra vida cristiana de esta verdad de nuestra fe

1. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María estamos diciendo que por privilegio singular que le otorgó Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo Redentor, fue santificada con la divina gracia desde el primer instante de su concepción, y así preservada inmune del pecado original.

El misterio de la Purísima Concepción de María consiste en que, en el primer instante de la creación de sus alma e infusión de ella en el cuerpo, preservó la Santísima Trinidad a María del pecado original y la adornó con la gracia, atendidos los méritos futuros de su hijo Jesucristo. De suerte que fue la bendita Virgen en aquel primer instante de su ser, del todo pura.

De ahí esa plenitud de gracia de la Virgen, de la que nos habla en su laconismo el Evangelio de esta fiesta: Ave Maria, gratia plena… «Hay una admirable lección de humildad en ese elogio que, sin perjuicio de establecer la más alta santidad en María (habiéndose fundado principalmente en ello el dogma de la Inmaculada Concepción), no alaba en la Virgen ninguna cualidad o virtud como propia de Ella, sino la obra de la divina predilección, como ella misma lo había de proclamar en el Magnificat»: porque ha mirado la pequeñez de su esclava(Mons.STRAUBINGER, in Lc 2, 28)

2. ¿Cuáles son las implicaciones de este dogma en nuestra vida espiritual?

El pecado original es aquel con que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán.

«El pecado original se transfunde a todos los hombres porque, habiendo conferido Dios al género humano en Adán la gracia santificante y los otros dones sobrenaturales, a condición de que Adán no desobedeciese, habiendo éste desobedecido, en su calidad de cabeza y padre de humano linaje, tornó la naturaleza humana rebelde a Dios. Por esta causa, la naturaleza humana se transfunde a todos los hombres descendientes de Adán en estado de rebelión a Dios, privada de la gracia divina y de los otros dones» (Catecismo Mayor).

A nosotros se nos perdona el pecado original por medio del Bautismo: «El Sacramento del Bautismo confiere la primera gracia santificante, por la que se perdona el pecado original, y también los actuales, si los hay; remite toda la pena por ellos debida; imprime el carácter de cristianos; nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la gloria y nos habilita para recibir los demás sacramentos» (ibíd.).

Por eso quien recibe el Bautismo está obligado a profesar la fe y a guardar la ley de Jesucristo y de su Iglesia. El misterio de la Inmaculada Concepción viene a ser para los cristianos un imperativo que reclama y exige una vida pura. Hagamos el propósito eficaz de ser como Jesús pide y exige de nosotros.

Ahora bien «el bautizado no queda libre tampoco de las penalidades de esta vida, que son consecuencia, no ya del pecado, sino de la privación de la justicia original, tales como la debilidad de nuestro cuerpo, las enfermedades, el dolor y los movimientos de la concupiscencia» (ibíd). La concupiscencia o inclinación al mal «si no trae consigo el consentimiento o descuido de la voluntad, está muy lejos de ser pecado» (ibíd) pero nos impone la necesidad de la oración, la frecuencia de sacramentos, la mortificación… el combate espiritual.

Pidamos, pues, con la Oración de la fiesta:

Oh Dios, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen, has preparado digna morada a tu hijo; te suplicamos que, así como por la muerte prevista de este tu hijo la has preservado de toda mancha, nos concedas también, por la intercesión de María, llegar puros hasta ti.