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21 noviembre 2018 • Debemos recordar a José Antonio por la autocrítica con que supo evaluar sus propios planteamientos

Gabriel García

La autocrítica de José Antonio

Sobre José Antonio Primo de Rivera se ha dicho y escrito de todo, bueno y malo. Aún así, la bibliografía publicada sobre su persona y pensamiento, al igual que la repercusión que tiene su aparición puntual en los medios de todo tipo, no tiene nada que envidiar (incluso resulta mayor) en comparación con otros protagonistas de la Historia reciente de España. Por poner un par de ejemplos, ya quisieran Manuel Azaña o José María Gil Robles protagonizar tantos trabajos de investigación, novelas y artículos de prensa como José Antonio durante los últimos veinte años; y curiosamente, el definido por sus detractores como líder de un partido marginal acapara más interés que dos de los principales líderes políticos durante la Segunda República Española.

Durante décadas se ha valorado de José Antonio la renuncia a una cómoda posición social que le garantizaba el futuro personal y profesional, una personalidad que obtenía incluso simpatías entre sus adversarios ideológicos, el valor con que llegó a enfrentarse incluso a quienes pretendían atentar contra su vida, el carisma y el respeto de sus escuadristas por su liderazgo… De todo esto hay recopiladas multitud de anécdotas en la extensa bibliografía que ha protagonizado. Sin embargo, si hoy debemos recordar a José Antonio es por la autocrítica con que supo evaluar sus propios planteamientos y al espacio político que pretendió representar en España.

Hay quien habla de evolución, otros lo califican de perfección en su pensamiento. El término ya depende del gusto de cada uno. Lo que está fuera de toda duda es que, ideológicamente, el José Antonio que habla de unir los intereses de empresarios y obreros:

La lucha de clases ignora la unidad de la Patria, porque rompe la idea de la producción nacional como conjunto.

Los patronos se proponen, en estado de lucha, ganar más.

Los obreros, también.

Y, alternativamente, se tiranizan.

En las épocas de crisis de trabajo, los patronos abusan de los obreros.

En las épocas de sobra de trabajo, o cuando las organizaciones obreras son muy fuertes, los obreros abusan de los patronos.

Ni los obreros ni los patronos se dan cuenta de esta verdad: unos y otros son cooperadores en la obra conjunta de la producción nacional.

No pensando en la producción nacional, sino en el interés o en la ambición de cada clase, acaban por destruirse y arruinarse patronos y obreros[1]

no es el mismo que plantea la necesidad de desmantelar el capitalismo:

“… la construcción de un orden nuevo la tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos; tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia y de la familia al municipio y, por otra parte, al sindicato, y culminaremos en el Estado, que será la armonía de todo. De tal manera, en esta concepción político-histórica-moral con que nosotros contemplamos el mundo, tenemos implícita la solución económica: desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista que absorbe todos los beneficios, para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal y por la propiedad sindical[2].

Tampoco es el mismo José Antonio el que ensalza a la monarquía en su primera etapa política:

“… estimamos (…) consubstancial con la Patria el mantenimiento de la Monarquía, la gran institución forjadora de nuestra historia, cuyas páginas ha nutrido de gestas fecundas y hazañas magníficas…”[3].

y el que, en un gesto excesivamente considerado, la declara gloriosamente fenecida:

“… aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida[4].

Del mismo modo, el José Antonio que se adscribe a las revoluciones nacionales europeas encuadradas por los historiadores en un sentido muy amplio bajo la denominación de “fascismos”

Estos países dieron la vuelta sobre su propia autenticidad, y al hacerlo nosotros también, la autenticidad que encontraremos será la nuestra (…) Dejemos que nos digan que imitamos a los fascistas. Después de todo para el fascismo, como para los movimientos de todas las épocas, hay por debajo de las características locales, unas constantes, que son luminar de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas[5]:

no es el mismo que cuestiona el futuro de éstos de no corregir ciertas contradicciones internas:

El fascismo es fundamentalmente falso: acierta al barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por una idolatría. Nacionalismo. El nacionalismo es romántico, anticatólico; por lo tanto, en un último fondo, antifascista. De ahí su carácter multitudinario, fatigoso por la permanencia en la crispación. Falso además en lo económico, porque no se remueve la verdadera base: el capitalismo. Eso del sistema corporativo es una frase: conserva la dualidad: patrono-obrero, aunque agigantada en los sindicatos. Es decir, persiste el esquema bilateral de la relación de trabajo y, atenuada o no, la mecánica capitalista de la plus-valía. Pero el fascismo atisba (quizá, sobre todo, en Alemania) que hay algo de forma ascética que asumir (…)

El fascismo: absorción del individuo en la colectividad. Los grandes logros de los sistemas fascistas y su quiebra interna: exterioridad religiosa sin religión. Alemania llegará a ser un sistema profundo y estable si alcanzase sus últimas consecuencias: la vuelta a la unidad religiosa de Europa; es decir, si se aparta de la tradición nacionalista de las Alemanias y reasume el destino imperial de la casa de Austria. En caso contrario, los fascismos tendrán corta vida[6].

1959: Traslado de los restos de José Antonio al Valle de los Caídos

José Antonio tuvo el valor de analizar su tiempo en todos los niveles, incluyendo la política internacional, planteando alternativas al mundo que se vislumbraba con motivo del posible colapso capitalista y la amenaza del comunismo. En algunos sentidos acertó plenamente, en otros no tanto. Lo que nadie podrá quitarle jamás, aparte del ejemplo de compromiso con unos ideales y una ética por la que regirlos, es la inquietud por abrir nuevos caminos a los españoles del siglo XX como hombre del siglo XX que fue.

Nuestro tiempo ya no es, ni de lejos, el que conoció José Antonio. La Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, la aspiración de los Estados Unidos de América a ser la única superpotencia mundial, la crisis económica del año 2007, el hipotético mundo multipolar que traería la irrupción de China como superpotencia… En ochenta y dos años han transcurrido tantos acontecimientos que el mundo de hoy nada tiene que ver con el mundo de entreguerras, a pesar de la obsesión de determinados personajillos encumbrados como líderes políticos a pretender encajar los sucesos de nuestros días en el ayer más remoto (lo mismo sucede en esos vertederos llamados redes sociales). Por más que algunos no lo entiendan, ni los partidos populistas son homologables a los “fascismos” ni la izquierda posmoderna conlleva la reencarnación del bolchevismo soviético. Y en medio de esta crisis de civilización, con un modelo económico mundialista condenado al suicidio y un modelo político deficientemente representativo de los intereses populares, con una crisis de identidades sólidas (religión, nación, cultura y familia) acompañada del florecimiento de identidades liquidas de índole sexual y personal (trans, queers, modelos alternativos de familia, veganos, animalistas y un largo etcétera), ¿qué pintamos los falangistas y todo aquel que pueda ver en José Antonio un referente político y personal? Por ahora, que no es poco, dar testimonio de que el mundo posmoderno nacido de mayo del 68 no nos ha vencido; pero, dado que no basta con eso, debemos asumir el reto que en su día afrontó José Antonio y no dejar de cuestionar las estructuras del poder mundial, identificando a los verdaderos enemigos y señalando la salida a esta encrucijada donde, tarde o temprano, nos veremos abocados (si es que no lo estamos ya). No sé si el futuro nos pertenecerá de algún modo, pero está claro que nadie (y mucho menos nuestros enemigos) va a regalárnoslo.


[1] Primo de Rivera, J.A.; Obras Completas, Tomo I, Plataforma 2003, Madrid, 2003; pág. 377.

[2] Primo de Rivera, J.A.; Obras Completas, Tomo II, Plataforma 2003, Madrid, 2003; pág. 997.

[3] Jerez Riesco, J.L.; La Unión Monárquica Nacional. El rito de iniciación política de José Antonio Primo de Rivera, Ediciones Nueva Republica, Barcelona, 2009; pág. 158. N. del A.: José Antonio ostentó el cargo de vicesecretario de la Unión Monárquica Nacional (UMN) organizada para defender el régimen político (la Dictadura de 1923-1930) encabezado por su padre, el general Miguel Primo de Rivera. Pese al rechazo que tuvo por Alfonso XIII a causa del trato de éste hacia su padre, en aquel momento se posicionó a favor de la monarquía como institución apoyando el manifiesto fundacional de la UMN.

[4] Primo de Rivera, J.A.; Obras Completas, Tomo II, Plataforma 2003, Madrid, 2003; pág. 1.001.

[5] Primo de Rivera, J.A.; Obras Completas, Tomo I, Plataforma 2003, Madrid, 2003; pág. 512.

[6] Primo de Rivera, J.A.; Obras Completas, Tomo II, Plataforma 2003, Madrid, 2003; págs. 1.562 y 1.564.